Opinión Nacional

Lo que vamos teniendo

Leyendo la prensa cae de bruces una información que no me extraña. Casi todos los periódicos reseñan lo que salta a la vista: éste es un país muy corrupto, aparte de que se ha especializado en espantar las inversiones. El Banco Mundial y Transparencia Internacional dan cuenta de los números correspondientes.

Sin inversión no hay empleo, eso está claro, y ni así se toman correctivos. Imagínese usted, con el gobierno inventor del apartheid político más aplastante en nuestra historia, con la lista de Tascón vivita y coleando, con un Estado hipertrofiado, cargado de pus, que pretende embolsillarse nada menos que todas las instancias, las instituciones, los puestos de trabajo o voluntades, el horizonte luce más que estéril. Por si todo esto fuera poco, ahora ronda el engendro de la mal llamada reforma constitucional, jugada maestra de una viveza tan cortante como peligrosa. Chávez haciendo de las suyas. Chávez moviendo sus piecitas.

Lo cierto es que estamos mal, y vamos peor. Todo petrodólar conforma una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, con el agravante de que este último no perjudica únicamente a sí mismo o a unos pocos, sino a la nación de buen golpe y porrazo. Cuando las cifras astronómicas del barril (asunto que ha permitido una década de manirrotismo sin control) bajen nada más que un poco, vamos a ocuparnos un buen rato de recoger los vidrios rotos.

Somos de lo más corruptos, dicen los informes, y esa es una sentencia que rebota en la conciencia como un dolor de muelas, sobre todo por la desfachatez e impunidad con que medio gobierno despacha y se da el vuelto. El nuevorriquismo venezolano, colgando en los escrotos del poder, no es ocultable por más que un saltimbanqui tire la piedra y esconda las monedas. Como la gripe (Betancourt dixit), se las arregla muy bien a la hora de mostrarse robusto, rozagante e intocable.

El patrono Estado, que vamos, es como decir el patrono Hugo Chávez, no vaya usted a creer otra cosa, pone de patitas en la calle ciertas posibilidades, como las de aumentar los empleos dignos, estables y mejor remunerados, con la nobilísima intención de equilibrar sus cargas, o lo que es lo mismo, agarrar por el pescuezo a la gente y controlar desde el bolsillo, desde el pan, es decir, desde el trabajo. La capacidad de odiar del Presidente, en alza a medida que transcurre el tiempo en que sus posaderas son acariciadas por la silleta presidencial, abrazadita con el talento que ha mostrado para la exclusión y el sectarismo, son los motores para hacer impecable su trabajo. Digamos que el quinto motor, pues. Odio y exclusión. La revolución ahora sí se consolida. Déle usted las herramientas al prócer de Miraflores y verá qué paraíso estalinista construye para todos.

En fin, que corrupción e inversionistas, engordando la primera y huyendo por cualquier hendija los segundos, caen de perlas cuando el afán es cebar a un elefante blanco. Un elefante blanco es y seguirá siendo este Estado, con la apuesta gobiernera de que otros paquidermos latinoamericanos, alimentados por idénticos condumios, alcen vuelo para reunirse y rascarse por fin entre todos, y hacerse mutuamente simpáticas cosquillas.

¿Qué puede esperarse de un trabalenguas llamado socialismo del siglo XXI? Pues nada, modernos y contemporáneos disparates. ¿Qué es ese bendito socialismo? Nadie tiene la más mínima idea que argumente su defensa. ¿En qué se diferencia del cubano? ¿Qué lo acerca al chino? ¿Tendrá algo que ver con Noruega? ¿Y con Suecia? ¿Le hará carantoñas a la ex Unión Soviética? ¿Le sacará cuadros a Corea del Norte? ¿Se acercará al número interminable de socialismos africanos? ¿Tiene algo de Blair, de Felipe González, de Ricardo lagos, de Bachellet o de Rodríguez Zapatero? ¿No será una autocracia militarista de lo más latinoamericana, con su buena dosis de gorilismo y su ración de comunismo entremezclado con otros ismos detestables? Nadie exhibe un mínimo de claridad en el oficialismo, nadie es capaz de decir ñe usando un puñado de neuronas independientes del partido y del mandón. Se oyen chasquidos de la lengua.

Cuando esta pudrición se venga abajo, va a ser interesante observar cómo los responsables del desastre (responsables somos todos, en buena medida) buscarán lavar sus manos. Más de uno gritará que lo engañaron, otros jurarán que unos pasitos más allá, a la vuelta de la esquina, estaba el Edén listo para nosotros, por obra y gracia de la revolución bolivariana, y otros culparán al imperio o a la Cía. Lo cierto es que el huracán siempre hace estragos, corrupción y estampida de inversiones incluidas.

Mientras, se agigantan las locuras y la democracia, frágil, violentada, tan endeble como siempre, continúa llevando su ración de palos. Es lo que vamos teniendo.

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