Opinión Nacional

Los cinco motores de la Revolución en Venezuela

La nueva estrategia gubernamental marca el punto de no retorno

EL GÉNESIS DE LOS CINCO MOTORES DE LA REVOLUCIÓN

“El planteamiento comunista, no (…), quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento” (Hugo Chávez, La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución, 2004).

El avance hacia el Socialismo del Siglo XXI y la renuncia por la Asamblea Nacional a sus funciones legislativas ordinarias, luego de que habilitase al Presidente Hugo Chávez para dictar por su cuenta leyes mediante decreto, marcan, ¡ no cabe duda!, el punto de no retorno en una estrategia de poder absoluto concebida por aquél desde la cárcel, reelaborada varias veces, y afinada desde entonces por sus asesores cubanos.

Dicha estrategia, que hoy agrupan y resumen las empresas publicitarias al servicio del Régimen en los denominados “cinco motores” de la revolución socialista: la Ley Habilitante, la Reforma Constitucional Socialista, la Educación Popular, la Nueva Geometría del Poder, y el Poder Comunal, ha tenido y tiene por objeto hacer cristalizar y consolidar en Venezuela un modelo político autoritario personalista; construido a partir de la idea del Estado y no a imagen de la persona humana, y pariente cercano, tal modelo, del andamiaje constitucional que fraguara en La Habana en 1976, luego del largo período de transición iniciado en 1959.

El mismo pacto de confidencialidad acordado entre los miembros de la comisión presidencial para la reforma de la Constitución, creada por Hugo Chávez e integrada, entre otros, por los titulares del Tribunal Supremo de Justicia y de la Asamblea Nacional, revela cómo los motores socialistas corren en línea contraria a la esencia de la democracia: el diálogo abierto y la transparencia, a fin de cuentas.

Que dicho modelo alcanzará encarnar o no en el pueblo y en nuestra huidiza y descontextualizada sociedad o que lo ocurrido en Venezuela, desde cuando Chávez – a contrapelo de la Constitución de 1961 – montara su Asamblea Constituyente para iniciar un lento y taimado recorrido hacia la dictadura, ha sido posible por el dispendio de la riqueza del petróleo, son asuntos a discutir. Pero en modo alguno varían la naturaleza y la esencia de la visión y acción emprendidas hasta el presente, con coherencia inusitada, por este Teniente Coronel ex golpista que nos manda y que aspira a mandarnos para siempre.

Los “cinco motores” son, en efecto, una suerte de impulso crucial hacia el objetivo querido e imaginado desde ha mucho tiempo por algunos de los autores y coautores civiles y militares de los golpes de Estado del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992 contra el entonces Presidente Carlos Andrés Pérez, e interpretado cabalmente por Chávez.

Si se quiere, tales motores, dada la “progresividad” – querida o a lo mejor impuesta por las circunstancias – de la estrategia totalitaria en curso, son en sí una reelaboración táctica de las mismas premisas consagradas en la Constitución de 1999 – el pecado original – y cuyos objetivos y herramientas fueron desarrollados luego en La Nueva Etapa: El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución, explicado por Chávez en 2004, luego del fallido referendo revocatorio presidencial.

No tenemos hoy, pues, nada nuevo bajo el sol, nada extraño que deba sorprendernos.

Basta la lectura cuidadosa o la relectura contextual de los documentos mencionados a la luz de los “cinco motores” en cuestión y, seguidamente, la vista de éstos al trasluz y sobre la Constitución comunista de 1976, para confirmar lo que, en mi modesto criterio, dejó de ser una hipótesis: El Socialismo del siglo XXI es de neta factura cubana y comunista. Chávez corre hacia su establecimiento en Venezuela, en un intento por mejorar la experiencia de Fidel Castro.

¡Que haya o no convicción íntima en el hacedor de los “cinco motores” de la revolución acerca de la validez contemporánea de sus supuestos ideológicos y de sus predicados socialistas-marxistas, es asunto también a considerar. Empero, lo que si es cierto es que media en Chávez una neta vocación de autócrata – siempre lo intrigó el fracaso del dictador militar de izquierda peruano, Velasco Alvarado – y la vía cubana se le presentó a pedir de boca para la realización de su sueño. Y en ese matrimonio con Castro lleva más de 8 años, que no son pocos.

El problema de Venezuela – y de América en su conjunto – ante tal disyuntiva es, por consiguiente, serio y muy grave.

En la misma medida en que Chávez, rompiendo paradigmas ha puesto sus miras en el mediano y largo plazo, la mayoría de los venezolanos – incluyendo a quienes lo siguen e incluso a la minoría más instruida y dotada de recursos para el análisis del entorno – sigue atada a su raizal cultura de presente. No ven lo que tenemos ante las narices sino cuando les golpea y afecta en lo individual. A todo evento, el Ser nacional carga sus desgracias a cuestas por 24 horas y no más allá. Y si el mal persiste, opta y optamos por disfrazarlo y hasta mudarlo en objeto del humor.

Mientras Chávez y su gente hacen y deshacen con sus motores revolucionarios y nos empujan hacia el comunismo bajo una consigna engañosa: el Socialismo del Siglo XXI, sorprende la conducta escéptica y acomodaticia mayoritaria, a la que no escapan los gobiernos extranjeros. La gente siente y cree que en paralelo hace y deshace y seguirá determinándose por su propia cuenta.

La cuestión, en suma, ante la disyuntiva que ha dejado de ser tal y que ya anega para hacerse de todo y de todos, es que una vez como se haya instalado la dictadura socialista y una vez como rasgue cada una de nuestras verdades y realidades personales no quedará tiempo siquiera para recoger los fustanes y atemperar la adversidad.

Hacer un alto para conocer y saber sobre los “cinco motores” en revolución y para la revolución socialista planteada, no bastará; pero el entendimiento y la convicción acerca de sus propósitos finales, a tiempo, nos permitirá ganar la mitad de una batalla para salvaguarda de la libertad.

Vistos de conjunto, los “cinco motores” recrean, lo repito, un modelo de supremacía estatal sobre el individuo; de centralismo político; de formación de un pensamiento único y dogmático negado a la diversidad del mismo pensamiento; de avance hacia el partido único con mengua del pluralismo partidista; de consolidación del poder presidencial mediante la negación de la división y el equilibrio entre los varios poderes; y de uso y manipulación de la participación popular para crear servidumbres al Estado y al autócrata.

Ese modelo ancló de modo incipiente, sin que nadie reparase al respecto, en la Constitución Bolivariana de 1999. Y el contenido y alcances de los “cinco motores” fueron explicitados hasta la saciedad en La Nueva Etapa, en 2004, a propósito de la cual Chávez comprometió trasponer los umbrales del capitalismo.

Los “cinco motores” del socialismo encendidos en Venezuela arrancaron por vez primera en Cuba a la caída de Fulgencio Batista. Y esto es lo que cuenta y ha de considerarse. Hicieron posible que Castro, maestro de Chávez, gobernase durante casi medio siglo sobre la vida y destino de los cubanos, fuese jefe del Consejo de Estado y cabeza del Gobierno, legislador perpetuo, amo de la economía y policía del consumo, conductor y contralor de las Asambleas del Poder Popular y capataz de los Consejos de Defensa de la revolución, líder de su partido único: el comunista, y deviniese, a fin de cuentas, en el más grande cínico de la historia continental: “»Si cuando estábamos alzados hubiéramos dicho que éramos comunistas, aun estaríamos en la Sierra Maestra», fue el dicho del anciano y moribundo dictador el 2 de diciembre de 1961.

La idea de la Constitución fue la de hacer de Chávez un gobernante-legislador

EL PRIMER MOTOR: LA LEY HABILITANTE

“Los partidos que quieran manténganse, pero saldrían del gobierno. Conmigo quiero que gobierne un partido. Los votos no son de ningún partido, esos votos son de Chávez y del pueblo, no se caigan a mentiras” (Hugo Chávez, 16 de diciembre de 2006)

Los “cinco motores” de la revolución socialista, que Hugo Chávez – asumiéndose como intérprete último de la voluntad popular – refiere de constituyentes, entre estos el motor primero, la Ley Habilitante, avanzan, lo repito, sin solución de continuidad. Integran ellos una estrategia que ancló sibilinamente en 1999, al aprobarse la Constitución, asiento original del modelo autoritario y socialista en curso e inspirado en la Constitución cubana de 1976 y en su visión dogmática de la política.

No por azar en su discurso de toma de posesión para otro período constitucional, el tercero, Chávez dijo que para “radicalizar y profundizar” la revolución los “motores” encuentran su base en el poder constituyente que otra vez y de nuevo invoca después de “2 mil 898 días”.

En la práctica, al afirmar esto puso de relieve que la organización constitucional republicana que tanto discutiera la Asamblea Constituyente y que aún rige entre nosotros, tenían, para él, carácter provisorio. Se trataría de una provisionalidad sostenida sobre el engaño – el célebre “por ahora” – y que se le consideró necesaria hasta alcanzar el objetivo final: el Socialismo del Siglo XXI. “Es recurrencia permanente para que la revolución nunca termine. Nunca puede ser congelado [el poder constituyente, léase la “voluntad del pueblo” mismo] por el poder constituido”, reveló Chávez en su discurso ante la Asamblea el pasado 10 de enero.

Dentro de tal concepto, pues, la idea de las instituciones democráticas es apenas un comodín declinante, en espera de su sucedáneo o forzado complemento: la Revolución Socialista. Es un obstáculo que ha de ser eliminado para alcanzar lo que en juicio de Chávez sería el predicado ideal: el establecimiento de una de relación de dominio – telúrica y hasta mágica – suya, sin mediaciones ni representaciones inconvenientes, con el pueblo; pueblo que ha de fraguar como tal en él, su líder y conductor.

Ha lugar así, también y bajo esta suerte de “socialismo a la venezolana”, a una reedición coetánea del caudillo o gendarme latinoamericano: quien, a la manera del “hombre fuerte y bueno” que fuera el General Juan Vicente Gómez – según la opinión de Victorino Márquez Bustillos – le dice a sus hijos como portarse y comportarse. La fórmula, no cabe duda, es de suyo antigua y nada propia de los comunistas, como lo muestran las experiencias de Hitler, Mussolini y el mismo Perón.

De allí que, al debatirse la última Constitución y considerarse el asunto de las leyes habilitantes, (admitidas – no lo olvidemos – por el constitucionalismo democrático a fin de que el Jefe del Estado, previa autorización parlamentaria, legisle extraordinariamente mediante decretos con fuerza de ley dictados en circunstancias igualmente extraordinarias, económicas o sociales) el proyectista de aquélla – Chávez – intentó caracterizar a tales leyes como “leyes de base”: Leyes de base que, por ser de base y como lo indica el DRAE, habrían de ser el fundamento o apoyo en el que descansen las otras leyes de la República.

La idea que medró en la Constitución actual, pues, fue la de hacer del Presidente una suerte de gobernante-legislador, un constituyente perpetuo más allá del foro deliberante y con mengua de la función parlamentaria plural de la democracia, tal y como lo sugiere el texto del articulo 235 del proyecto conocido en primera discusión por la Constituyente. No por azar, en las primeras de cambio, Chávez se empeño en cerrar el Congreso bicameral electo junto a él en 1998, transformándolo luego en una Asamblea unicameral de eunucos, como lo ha mostrado la experiencia de los últimos 8 años.

La denominación de “leyes de base”, ciertamente, no corrió con suerte. Otra vez y en el texto constitucional finalmente adoptado se habló de leyes habilitantes; pero el objetivo del proyectista se cumplió cabalmente. Y, a diferencia de las habilitantes conocidas, la Constitución de 1999 les restó a dichas leyes su justificación extraordinaria y necesario acotamiento a circunstancias y materias de excepción. Por lo mismo, no ha de sorprender que hoy tenga lugar otro vaciamiento del parlamentarismo democrático y la fragua “secreta” de leyes que sólo conoce quien las legislará mediante Decreto y con fundamento en la última habilitación – la tercera de su mandato – que recibiera de la Asamblea Nacional; ello, con vistas a incidir en los elementos dogmáticos y constitucionales del texto fundamental señalado y empujar a la República hacia los predios del socialismo.

En La Nueva Etapa, en 2004, Chávez es consecuente con el propósito constitucional. En ella revela su disposición a “consolidar… un nuevo sistema social, una nueva organización popular, más allá de los partidos políticos” y anunció, entonces, su decisión de “rediseñar la estructura funcional del Estado en todos sus niveles” y realizar un “marco jurídico que permita construir la nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y nacional”. La reciente Ley Habilitante, en suma, no es circunstancial.

Nada distinto de lo anterior – y es lo que cabe observar – ocurrió en el modelo constitucional cubano que ahora inspira a la acción de Chávez, como bien lo explica la jurista Martha Prieto Valdés: “Nuestro diseño político – señala – se organiza sobre la base de la unidad de poder o unidad de acción política; se aparta de la clásica tríada montesquiana (sic), así como del sistema del “chek and balance” que los padres fundadores del texto norteamericano idearon, y de otras pluralidades de poderes instituidos” [como ocurría en la democracia que conocimos los venezolanos y que disfrutan la mayoría de los países del Continente].

De tal forma que, al lector menos prevenido de la Constitución comunista de Cuba le será fácil constatar que si bien existe una suerte de parlamento denominado Asamblea Nacional de Poder Popular, próximo al nuestro – monocolor y sirviente – y con la igual calificación que Chávez se apresurara dar recién a sus Ministros para llamarlos en lo adelante Ministros del Poder Popular, por otra parte dicha Asamblea apenas se reúne accidentalmente. Durante su receso legisla por su cuenta y en su nombre el Presidente del Consejo de Estado. “No existe el rejuego político partidista entre los diputados, o entre éstos y el Gobierno”, precisa Prieto Valdés.

Fidel Castro, del mismo modo en que se lo plantea Chávez, una vez electo como fuera Presidente del Consejo de Estado cubano por la Asamblea del Poder Popular que no por el pueblo de modo directo, durante el receso de ésta muta en legislador y dicta las leyes como nuestro gobernante lo hace; le dice a la Asamblea cuándo debe sesionar y al efecto la convoca; y determina el momento en que deben renovarse los diputados a la Asamblea, una vez como resultan incómodos al propio Régimen.

En La Nueva Etapa, mucho antes del encendido de los motores de la revolución socialista, Chávez dijo, al definir su estrategia para el “rediseño de la estructura funcional del Estado”, que su objetivo específico era “establecer nuevas dinámicas parlamentarias” y al efecto, como herramienta, provocaría la “reforma del reglamento de la Asamblea Nacional y de los procedimientos legislativos”. Nada más.

Su parentela inmediata, sin duda, es la Constitución cubana de 1976

EL SEGUNDO MOTOR: LA REFORMA CONSTITUCIONAL

“Los ingenieros no podían limitarse a demoler una estructura ya existente, debido a las repercusiones del tráfico ferroviario. Lo que hacían en su lugar era ir renovando lentamente cada tornillo, viga y raíl, un trabajo que apenas si hacía levantar la vista de los periódicos a los pasajeros. Sin embargo, un día se darían cuenta de que el viejo puente había desaparecido y que ocupaba su sitio una nueva estructura relumbrante” (Maichel Burleigh, El Tercer Reich: Una nueva historia, México, D.F., Suma de Letras, 2005)

La reforma de la Constitución, “segundo motor” e integrador de los otros motores de la revolución bolivariana y en lo adelante socialista, será el tema central de la agenda política de 2007.

La Constitución de 1999 hizo posible, en la práctica y desde el mismo momento de su adopción por la Asamblea Nacional Constituyente, la concentración paulatina de los poderes públicos y el oblicuo dominio de Hugo Chávez por sobre ellos y sobre el Poder Electoral, para perpetuarse en el ejercicio del poder; amén de que liquidó la autonomía municipal y de suyo ahogó la descentralización política y administrativa propulsada desde antes, bajo el texto fundamental de 1961.

La “bicha” – llamada así por el propio Presidente – situó al Estado y a su variable militar, además, sobre la persona humana y su derecho al libre desarrollo y expansión de la personalidad, dentro de un contexto normativo e ideológico que ha hecho de la primera sirviente del poder constituido, arrendataria de su dignidad, y feligrés del pensamiento único oficial: la ideología de Simón Bolívar, El Libertador.

La reforma constitucional se orientara, de acuerdo a lo anunciado, hacia la construcción de un modelo de Estado y de sociedad socialistas, a la luz del llamado Socialismo del siglo XXI; fuera de cuyos odres, según Chávez, no habrá lugar a diálogo constitucional con sus opositores.

Sea lo que fuere, cabe destacar que el Socialismo del Siglo XXI es nuevo sólo como idea fuerza o símbolo nominal. Su contenido, tal y como lo asume Chávez, viene de muy atrás: “Nosotros no teníamos dudas hacia donde íbamos, ahora cómo hacerlo, si por la vía pacífica o por la vía armada, eso empezó a ser tema de debate durante años”, confesó en 2004 al presentar La Nueva Etapa: El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana y al recordar que los tres mapas estratégicos elaborados hasta entonces, comenzando por el que diseñara en 1994 durante su prisión en Yare, “son una evolución del mismo mapa”.

Lo planteado por Chávez como eje del modelo revolucionario, según su testimonio y lo antes dicho, “es trascender el modelo capitalista”. “El planteamiento comunista, no (…) en este momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento”, afirma el presidente “reelecto” en La Nueva Etapa citada.

La filosofía de la estrategia, como se ve, es clara. El “por ahora” segue siendo la táctica. El puente de la democracia, si cabe mi juicio anticipado y la imagen de Burleigh, no caerá en Venezuela por implosión. Está siendo desmontado, desde 1999, tuerca por tuerca, viga por viga, raíl por raíl.

No es ociosa, en efecto, la relectura de algunas normas orgánicas y dogmáticas de la Constitución actual, cruzándolas “con” o apreciándolas a la luz de los elementos conceptuales o discursivos, los objetivos específicos y las herramientas que describe e integran La Nueva Etapa, para la comprensión de la estrategia de progresividad y el fin último que explica y justifica, desde la óptica de Chávez, a los “motores” de su revolución y la reforma constitucional anunciada.

En el ámbito de la organización del Estado y de la sociedad, la Constitución prefigura un modelo de corte republicano y de separación de los poderes públicos, pero que acota la clásica autonomía entre éstos y lo que es más importante, silencia a los partidos políticos: instrumentos de la relación entre la sociedad civil y la sociedad política, y proscribe a renglón seguido el financiamiento público de las llamadas asociaciones “con fines políticos”. La Nueva Etapa, al profundizar la estrategia y con vistas al socialismo, avanza hacia la formulación de un partido único y la reformulación de la organización del Estado y de la sociedad para consolidar “la nueva estructura social de base”: sustentada en el llamado poder comunal y sus consejos – ahora lo sabemos – quienes ejercerán tareas políticas y de producción en la base popular amén de la contraloría social, y harán propio el sistema de gestión de la cosa pública derivado de la experiencia y consolidación de las “misiones” exportadas desde La Habana.

En cuanto a la persona humana, la Constitución, junto a su desbordante nominalismo en materia de derechos humanos, le confió al Estado – que no al mismo individuo – la función y la responsabilidad de su desarrollo. No por azar, con vistas al Socialismo del Siglo XXI, dice La Nueva Etapa que “no son los hechos, no es la superficie lo que hay que transformar, es el hombre”. De allí el objetivo: el desarrollo de un sistema educacional bolivariano, que implique no solo la reforma del sistema educativo sino “la formación e identificación de la población con los valores, ética e ideología de la Revolución Bolivariana”. Es el llamado “tercer motor”.

El pluralismo democrático cede entre la Constitución y los postulados de La Nueva Etapa. Median entre ambas y como soportes para la reforma constitucional planteada, las interpretaciones ya hechas por la Sala Constitucional del TSJ en sus Sentencias 1013 y 1942, que restringen la libertad de pensamiento y expresión, sea la reforma penal que criminaliza la disidencia, sea la Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión conocida como la Ley Mordaza.

Chávez, como lo revela en La Nueva Etapa, cree que “hay que impedir que se reorganicen [los opositores], hablando en términos militares, y si se reorganizaran: atacarlos y hostigarlos sin descanso”. Y en igual línea reconoce que tiene un solo tipo de invitado: “nuestros medios de comunicación aliados”, los suyos y no otros. De allí que la propuesta y el cometido, en línea con el trazado inicial de 1999, sean “fortalecer los medios de comunicación públicos” y “potenciar las capacidades comunicacionales del Estado”.

La gestión electoral, en otro orden, ya se encuentra “despartidizada” por virtud de la Constitución. Sobre sus logros, La Nueva Etapa dispuso fortalecer los ejes que mejor incidan sobre el aparato informático del que depende el ejercicio del voto, condicionándolo. Según ésta, tales ejes son la Misión Identidad y el registro electoral digital, el alimento de “la data” de los partidos políticos (Listas Tascón y Maisanta) y el afinamiento del “mapa geo-referencial” que permita saber donde reside cada venezolano y con quién está políticamente alineado.

El régimen económico, que se afirma, según la Constitución, en la competencia libre y en el respeto a la propiedad privada, y que le abre un espacio tímido a la “propiedad colectiva”, avanzará conforme a La Nueva Etapa hacia la cogestión, la economía popular, el autoempleo y la creación de nuevos valores de “producción y consumo solidarios”, dentro de un contexto de planificación centralizada y de desarrollo endógeno.

La política exterior y de defensa nacional, apoyada en las ideas constitucionales de la soberanía absoluta y la articulación de todo el orden normativo fundamental alrededor de la seguridad nacional y la preeminencia de la Fuerza Armada, encuentran en La Nueva Etapa como sus objetivos la confrontación abierta con los Estados Unidos, la exportación del modelo revolucionario bolivariano, la creación de un nuevo pensamiento militar, el desarrollo de las milicias populares, la formación de la población en la obediencia y disciplina militar, y la creación de grupos de opinión, comunicólogos e intelectuales que contribuyan a crear matrices de opinión internacional favorables al proceso.

En suma, el significado del Socialismo del Siglo XXI, pretendido núcleo del debate constitucional reformista, si alcanza cristalizar mediante una “negociación democrática” reeditará en Venezuela – no cabe duda – una experiencia muy cercana y de añeja data. Nuestra contemporaneidad – paradójicamente – no la capta ni comprende cabalmente y quienes la captan o comprenden no se avienen en su viabilidad actual o al definirla: ora como dictadura constitucional o como fascismo, ora como populismo personalista o autocracia militar, o como comunismo a secas. Pero su parentela inmediata, no tengo dudas, es la Constitución cubana de 1976.

Este motor hacer ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás

EL TERCER MOTOR: LA EDUCACIÓN SOCIALISTA

Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos. Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica (Ernesto “Che” Guevara, El hombre nuevo, 1965)
Tenemos que demoler el viejo régimen a nivel ideológico…No son los hechos, no es la superficie lo que hay que transformar, es el hombre y empecemos por nosotros mismos, por nosotros mismos dando ejemplo de que realmente estamos impregnados de una nueva idea, que no es nada nueva, es muy vieja, pero en este momento es nueva para este mundo (Hugo Chávez, La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico, 2004).

La educación popular, nombre inicial del tercer motor de la revolución socialista, titulado luego Moral y Luces con una precisión nada ingenua: “educación en los valores socialistas”, intenta concretar la idea del “hombre nuevo” con vistas al Socialismo del Siglo XXI.

La idea no es original de Hugo Chávez y sí un plagio de la expuesta mucho antes por el Ernesto Guevara, el Che, quien sostuvo en 1965 que una revolución sólo es auténtica cuando es capaz de crear un «hombre nuevo»: como vendría a serlo, para él y con apoyo de la técnica, el hombre del siglo XXI.

En Chávez existe conciencia, pues, en cuanto a que su modelo revolucionario no encaja ni encarna, adecuadamente, en nuestra “sociedad”. Hábitos, atavismos, tradiciones y modos de ser arraigados, que nos vendrían desde el tiempo inicial de la República y afirmados durante el tiempo real de su existencia como República: el siglo XX, representarían un impedimento para el propósito de insertar su pensamiento único y su visión unilineal de la política en nuestra realidad, que no se condice con el carácter plural o mejor huidizo, inestable y hasta anárquico del hombre y la mujer venezolanos.

Sea lo que fuere, la Constitución de 1999 ensayó de forma sibilina – pues los líderes y seguidores del golpe del 4 de febrero de 1992, repitiendo al Castro de la Sierra Maestra, no hicieron evidentes sus convicciones – los primeros insumos normativos para el avance hacia el objetivo predeterminado: mudar la sustancia de Venezuela y empujarla hacia el modelo de sociedad anhelado por algunos de nuestros líderes de antaño, sostenidamente frustrado por la realidad terca, y esta vez de regreso por la revancha: el comunismo, a secas.

Veamos la lectura de este texto fundamental.

Su artículo 2 lleva incorporada una prescripción decidora: El Estado tiene como fines esenciales la defensa y “el desarrollo de la persona humana”. El desarrollo de la personalidad, que en la democracia y en toda sociedad donde la dignidad personal sujeta al Estado y es responsabilidad del propio individuo, descansando primeramente en él y sucesivamente en su familia, contando con el apoyo instrumental – si cabe – del mismo Estado, en la Constitución Bolivariana opera de un modo inverso: es asunto del Estado, léase del Gobierno en pocas palabras, quien como tutor impuesto modela al ciudadano, su pupilo, a la luz del credo oficial.

Este predicado se entiende mejor una vez como se le aprecia de conjunto al artículo 102 constitucional, que consagra el derecho humano a la educación, explicado de manera ortodoxa e interesadamente en la Exposición de Motivos de la Constitución.

Para el constituyente bolivariano, así, la educación es derecho pero preferentemente servicio público del Estado, dispuesto para “desarrollar … [en] cada ser humano … el pleno ejercicio de su personalidad [y para su] participación activa, consciente y solidaria en los procesos de transformación social, consustanciados con los valores de la identidad nacional”. Y tales valores son, como lo revelan la Exposición de Motivos citada y el artículo 1 inaugural de la Constitución, los insertos en la doctrina de Simón Bolívar, que aquella, al situarla como eje de la educación por el Estado y para la fragua de la personalidad humana de cada venezolano, denomina “ideario bolivariano”.

La conclusión no se hace esperar.

El “hombre nuevo” fue imaginado por Chávez, en 1999, como un “bolivariano” quien alcanzaría su madurez dentro de lo bolivariano y quien al participar, política y socialmente, se hace parte de lo nacional en tanto y en cuanto sea bolivariano.

Desde entonces se instaló en Venezuela el pensamiento único, cuyo último intérprete pasó a ser el Estado y no su destinataria, la gente, apenas libre para reflexionar dentro de un pensamiento predeterminado y postizo.

No huelga observar que a falta de tales presupuestos no se explicaría el carácter invasor de la célebre ley de contenidos o Ley de Responsabilidad de Radio y Televisión, que ha homogeneizado la programación de los medios radioeléctricos mediante cuñas y cadenas “revolucionarias” sostenidas aparte de concitar la autocensura.

Tal ley, empero, hace eficaz y con vistas al cometido de moldear la personalidad humana del hombre nuevo y socialista, las normas de los artículos 101 y 108 de la Constitución Bolivariana, a cuyo tenor: “Los medios de comunicación social tienen el deber de coadyuvar a la difusión de los valores… y contribuir a la formación ciudadana [bolivariana]”, y no otra.

Así las cosas, quien estudie la Constitución de Cuba, sancionada en 1976, observará como la guía inicial de su modelo es martiniana – como la nuestra es bolivariana – y marxista como lo será la nuestra, una vez dictada la reforma constitucional.

El Estado cubano, como lo indica su Constitución en el artículo 9, también tiene la atribución de desarrollar la personalidad humana. Es quién “realiza la voluntad del pueblo… y afianza la ideología”. La enseñanza, allá, es función del Estado y aquí, entre nosotros, servicio público del Estado. Allá se fundamenta, lo repito, en “el ideario marxista y martiniano” y aquí, en Venezuela, en el “bolivariano”, hasta tanto alcancemos, por lo pronto y “por ahora”, el estadio socialista.

En La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución, de 2004, Chávez explica sin rodeos todo lo anterior y desarrolla, ampliándolo, el contenido y la finalidad del pensamiento único fijado en 1999 y denominado socialista desde 2007.

En ella, a título de premisa, arguye que “no son los hechos, no es la superficie lo que hay que transformar, es el hombre”. Y de allí los objetivos precisos: Formar e identificar a “la población con los valores, ética e ideología de la Revolución Bolivariana… y en los principios militares de disciplina, amor a la patria, y obediencia” y al efecto “potenciar las capacidades comunicacionales del Estado”. Las herramientas, según el mismo Chávez, son la fragua de un “sistema de educación bolivariano”, el “uso de los medios, principalmente la radio, para masificar la creación de valores”, la “creación de grupos de formadores de opinión, comunicólogos e intelectuales para contribuir a conformar matrices de opinión”, y en fin, la “definición y desarrollo para el sistema de educación bolivariano de programas de formación en la ética y moral del ciudadano bolivariano”.

La Venezuela Bolivariana, por consiguiente, se niega al culto de Miranda o de Bello, o de otros pensadores o a formas distintas del humano pensar. El ser humano de suyo medra al servicio de la ideología estatal, y el desiderátum socialista, por consiguiente, será tan manifiesto como ya lo es para el constituyente cubano: “El Estado orienta, fomenta y promueve la educación… patriótica y comunista … [y reconoce que] es libre la creación… siempre que su contenido no sea contrario a la Revolución”.

El tercer motor de la revolución socialista venezolana, en síntesis, no es nuevo. El motor de la educación popular hace ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás en la idea de compartir con Cuba y su Constitución “el objetivo final”: “edificar la sociedad comunista”.

Chávez le compró a Pérez Jiménez la idea los polos o ejes de desarrollo

HACIA LA GEOMETRÍA DEL PODER Y PODER COMUNAL:
CUARTO Y QUINTO MORES DE LA REVOLUCIÓN

“Tenemos que ir marchando hacia la conformación de un estado comunal y el viejo estado burgués que todavía vive, que está vivito y coleando, tenemos que irlo desmontando progresivamente mientras vamos levantando al estado comunal, el estado socialista, el estado bolivariano” (Hugo Chávez, 8 de enero de 2007).

El avance hacia una nueva geometría del poder y la consiguiente organización del poder comunal, cuarto y quinto motores de la revolución socialista, será el candado que finalmente cierre las puertas de la libertad en Venezuela.

¡No exagero!

En la experiencia de Cuba, modelo y guía que es, las Asambleas del Poder Popular establecidas en barrios, pueblos y ciudades desfiguraron su geografía política fundacional – hecha a partir del Municipio y de su función mediadora ante el poder – sin que derivasen aquellos en instrumentos de la gente y para que la gente piense, actúe y se realice en libertad.

Han sido tales Asambleas agregados de individuos, células del poder centralizado comunista, prolongaciones de sus Ministerios del Poder Popular – así llamados entre nosotros – y hechas por tal poder para la producción económica, planificada desde el vértice del poder y para el control social y político sobre la gente. Nacieron de una geografía artificial construida desde el Estado y sobrepuesta a las identidades humanas e históricas; coexisten con los Comités de Defensa de la Revolución (CDR’s); y funcionan subordinados al Consejo de Estado, al Consejo de Ministros, al Consejo de Defensa de la Revolución, cuyo presidente es a la vez jefe del partido único, gobernante sin alternancia y gendarme de todo cuanto respira en los predios de la isla: Fidel Castro.

Una geometría del poder distinta de la nuestra – que surgiera sobre la sangre de miles de compatriotas durante el siglo XIX e inicios del siglo XX – ya rondaba en la mente de Chávez desde su primera campana electoral y desde cuando se entrevistara con el penúltimo dictador venezolano, General Marcos Pérez Jiménez, a quien le compró la idea de los polos de desarrollo o ejes de desarrollo territorial.

La misma idea la hicieron propia los gobiernos de la Republica Civil desde 1958. Las regiones y sus Corporaciones de Desarrollo fueron, en efecto, experimentos administrativos del poder central para apoyar a la provincia montados sobre la geografía política existente sin macularla, que identificaban elementos comunes y complementarios entre los Estados de la Federación o entre los mismos Municipios para asociarlos y fortalecerlos en áreas de desarrollo conjunto, generando fuentes de trabajo y evitando la migración hacia las metrópolis del centro-norte-costero. Guayana fue el gran emblema.

Pero ahora y al igual que ocurriera en Cuba, la geometría socialista nos llega entendida como una geopolítica o geometría del poder, para la desfiguración de la institucionalidad republicana mediadora y para la acumulación de mas poder en el vértice de la pirámide del poder. E implica el manejo por este de la base territorial – de allí las expropiaciones sin límite de las tierras en manos de los particulares – y luego de la población, adaptándolos a las exigencias del proyecto socialista en cierne.

En la Constitución de 1999 quedó inoculado en germen de tal reorganización geopolítica. Se acotaron las competencias de los Estados (articulo 164) y se sujetó la autonomía municipal (articulo 168), haciéndolas depender de los dictados de la ley nacional. Y, como se expresa en la Exposición de Motivos constitucional, el objeto fue liquidar de raíz el pacto federal que diera origen consensual a nuestra República, empujándola hacia una suerte de “federalismo cooperativo” organizado desde el Gobierno central y por su Consejo Federal, que hoy dirige el Vicepresidente (articulo 185).

El articulo 128 constitucional dejo abierta, sin solución de continuidad, la reordenación territorial, diluyéndola dentro de lo medioambiental y llevándola mas allá de lo urbano o ambiental para asegurar como competencia del Estado la ordenación del territorio con vista a las “realidades políticas”.

El texto constitucional, animado más por lo anterior que por la participación ciudadana y el consiguiente fortalecimiento de la representatividad democrática, hizo menguar a la par la forma partidaria de asociación política y prohibió su financiamiento publico (articulo 67); le abrió las compuertas a las formas plebiscitarias – ejercicio directo de la democracia – postergando el valor estructurante del sufragio (articulo 70); y consagró, además, el establecimiento de “entidades funcionalmente descentralizadas” – de suyo no electas y dependientes del nivel centralizado del poder – para el desempeño de actividades sociales y económicas (articulo 300) propias a la iniciativa de los municipios.

Chávez, en síntesis, no ha escondido cartas bajo la manga.

Al exponer La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana, en 2004, sobre los rieles constitucionales enunciados desnudó su premisa ideológica dominante y de raigambre cubana: “Consolidar la nueva estructura social de base [Unidades de Batalla Endógena, Misiones, Contralorías Sociales]: [como] elementos [… de] un nuevo sistema social, una nueva organización popular, mucho más allá de los partidos políticos” y trascender al capitalismo.

El objetivo venia de suyo y lo explica su autor: “Rediseñar la estructura funcional del Estado en todos sus niveles”, “construir la nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y nacional”, organizar la “economía popular… y el autoempleo”, asegurar la “sustentabilidad de las misiones” y “evitar la transformación social de la organización de base en estructuras partidistas”.

Las herramientas a tenor de La Nueva Etapa, en consecuencia, no son otras que la formación de la “red de centros del poder popular [como unidades productivas]” y dentro de éstos la institucionalización de “las misiones” y de la “ccontraloría social”, para las “denuncias confidenciales” y el “control del ‘modo de vida’ de las autoridades y los funcionarios”. Las unidades de la reserva militar popular para la gestión de la “seguridad ciudadana” revolucionaria les acompañarían y, todas a una, fundidas o relacionadas, serán la prolongación de la “instancia única de coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines políticos que apoyan al proceso”: el debatido partido único.

Así las cosas, desde el día en que arrancaron los motores de la geopolítica del poder y del poder comunal durante la “última” toma de posesión de Chávez y desde antes, cuando se dictó la ley material del poder comunal, en 2006, éste ha trasladado ingentes sumas de dinero hacia los Consejos Comunales certificados desde su Gobierno. Y ha predicado, sin ambages, que los mismos ejecutarán a nivel del pueblo las políticas públicas nacionales: comenzando por los impuestos que cobra el SENIAT.

En el modelo de organización marxista del poder, como podrá observarse, la sociedad y el todo encarnan en la cúspide, en el punto en donde se encuentra situada la voluntad del dictador o autócrata, no más allá. Así es en Cuba y así comienza a serlo en Venezuela.

La revolución no tiene entidad propia, no quiere instituciones mediadoras y tampoco las fabrica. En nuestro caso, Chávez, en persona, es la misma revolución, tanto como Fidel lo es en Cuba. Y aquél y sólo él busca alcanzar lo que tanto le aconsejara el “teórico” argentino Norberto Ceresole: afirmar su relación directa de líder con la gente; pero gente atada, alienada e irreflexiva.

Dentro de tal concepción no cabe, por lo mismo, el clásico sistema de separación entre los poderes públicos: nacionales, regionales y municipales, sean legislativos, judiciales o ejecutivos, ni ha lugar al “check and balance” típico de las democracias, inherente a las repúblicas representativas, que tiene como propósito asegurarle al ser humano sus humanos derechos y un espacio que le proteja de la arbitrariedad.

Uno de los pensadores alemanes de actualidad, Thomas Darnstädt, jefe quien fuera de las páginas políticas de la revista Der Spiegel y autor de La trampa del consenso recuerda, por lo mismo que “son los municipios los que cohesionan a la sociedad, no la nación”: municipios autónomos, entiéndase. Y la enseñanza huelga. En las democracias verdaderas el edificio nacional no se construye desde el piso onceavo, así su panorámica impresione.

El mapa o la geometría del poder piramidal socialista será, a fin de cuentas, simple y cubano: Afirmará en la cúspide el poder personal del Presidente; hará menguar lo que quede de los órganos de mediación e intermediación republicanos; sostendrá al primero sobre un amasijo informe de asambleas sin rostro propio, que escapando al sistema del voto universal, directo y secreto de los gobernantes, se constituirán con las nóminas del partido único y de la burocracia oficial; y el individuo, el venezolano y la venezolana corrientes o los mercaderes de ocasión, arrendarán sus dignidades para servir al poder y a su poseedor sumo: Hugo Chávez Frías, y para sobrevivir, si acaso pueden.

Un resumen del modelo

LOS CINCO MOTORES PREPARAN UN MODELO DE SUPREMACÍA ESTATAL

Vistos de conjunto, los «cinco motores» recrean, lo repito, un modelo de supremacía estatal sobre el individuo; de centralismo político; de formación de un pensamiento único y dogmático negado a la diversidad del mismo pensamiento; de avance hacia el partido único con mengua del pluralismo partidista; de consolidación del poder presidencial mediante la negación de la división y el equilibrio entre los varios poderes; y de uso y manipulación de la participación popular para crear servidumbres al Estado y al autócrata.

Ese modelo ancló de modo incipiente, sin que nadie reparase al respecto, en la Constitución bolivariana de 1999. Y el contenido y alcances de los «cinco motores» fueron explicitados hasta la saciedad en La Nueva Etapa, en 2004, a propósito de la cual Chávez comprometió trasponer los umbrales del capitalismo. Presentamos un resumen de cada uno de los motores explicados en profundidad en los trabajos publicados durante esta semana.

La Habilitante

En La Nueva Etapa, en 2004, Chávez es consecuente con el propósito constitucional. En ella revela su disposición a «consolidar… un nuevo sistema social, una nueva organización popular, más allá de los partidos políticos», y anunció, entonces, su decisión de «rediseñar la estructura funcional del Estado en todos sus niveles» y realizar un «marco jurídico que permita construir la nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y nacional». La reciente Ley Habilitante, en suma, no es circunstancial.

Nada distinto de lo anterior -y es lo que cabe observar- ocurrió en el modelo constitucional cubano que ahora inspira a la acción de Chávez, como bien lo explica la jurista Martha Prieto Valdés: «Nuestro diseño político -señala- se organiza sobre la base de la unidad de poder o unidad de acción política; se aparta de la clásica tríada montesquiana (sic), así como del sistema del «chek and balance» que los padres fundadores del texto norteamericano idearon, y de otras pluralidades de poderes instituidos» (como ocurría en la democracia que conocimos los venezolanos y que disfrutan la mayoría de los países del continente).

De tal forma que al lector menos prevenido de la Constitución comunista de Cuba le será fácil constatar que si bien existe una suerte de Parlamento denominado Asamblea Nacional de Poder Popular, próximo al nuestro -monocolor y sirviente- y con la igual calificación que Chávez se apresurara dar recién a sus ministros para llamarlos en lo adelante Ministros del Poder Popular, por otra parte dicha Asamblea apenas se reúne accidentalmente. Durante su receso legisla por su cuenta y en su nombre el Presidente del Consejo de Estado. «No existe el rejuego político partidista entre los diputados, o entre éstos y el Gobierno», dice Prieto Valdés.

Reforma constitucional

La reforma constitucional se orientará, según lo anunciado, hacia la construcción de un modelo de Estado y de sociedad socialistas, a la luz del llamado socialismo del siglo XXI; fuera de cuyos odres, según Chávez, no habrá lugar a diálogo constitucional con opositores.

Lo planteado por Chávez como eje del modelo revolucionario, según su testimonio y lo antes dicho, «es trascender el modelo capitalista». «El planteamiento comunista, no (…) en este momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento», afirma el Presidente «reelecto» en La Nueva Etapa citada.

En el ámbito de la organización del Estado y de la sociedad avanza hacia la formulación de un partido único y la reformulación de la organización del Estado y de la sociedad para consolidar «la nueva estructura social de base»: sustentada en el llamado poder comunal y sus consejos -ahora lo sabemos-, quienes ejercerán tareas políticas y de producción en la base popular amén de la contraloría social, y harán propio el sistema de gestión de la cosa pública derivado de la experiencia y consolidación de las «misiones» exportadas desde La Habana.

El régimen económico, que se afirma, según la Constitución, en la competencia libre y en el respeto a la propiedad privada, y que le abre un espacio tímido a la «propiedad colectiva», avanzará conforme a La Nueva Etapa hacia la cogestión, la economía popular, el autoempleo y la creación de nuevos valores de «producción y consumo solidarios», dentro de un contexto de planificación centralizada y de desarrollo endógeno.

La política exterior y de defensa nacional, apoyada en las ideas constitucionales de la soberanía absoluta y la articulación de todo el orden normativo fundamental alrededor de la seguridad nacional y la preeminencia de la Fuerza Armada, encuentra en La Nueva Etapa como sus objetivos la confrontación abierta con Estados Unidos, la exportación del modelo revolucionario bolivariano, la creación de un nuevo pensamiento militar, el desarrollo de las milicias populares, la formación de la población en la obediencia y disciplina militar, y la creación de grupos de opinión, comunicólogos e intelectuales que contribuyan a crear matrices de opinión internacional favorables al proceso.

La educación bolivariana

La educación popular, nombre inicial del tercer motor de la revolución socialista, titulado luego Moral y Luces con una precisión nada ingenua: «educación en los valores socialistas», intenta concretar la idea del «hombre nuevo» con vistas al socialismo del siglo XXI.

El «hombre nuevo» fue imaginado por Chávez, en 1999, como un «bolivariano», quien alcanzaría su madurez dentro de lo bolivariano y quien al participar, política y socialmente, se hace parte de lo nacional en tanto y en cuanto sea bolivariano.

Desde entonces se instaló aquí el pensamiento único, cuyo último intérprete pasó a ser el Estado y no su destinataria, la gente, apenas libre para reflexionar dentro de un pensamiento predeterminado y postizo.

Quien estudie la Constitución de Cuba, sancionada en 1976, observará cómo la guía inicial de su modelo es martiniana -como la nuestra es bolivariana- y marxista como lo será la nuestra, una vez dictada la reforma.

El Estado cubano, como lo indica su Constitución en el artículo 9, también tiene la atribución de desarrollar la personalidad humana. Es quién «realiza la voluntad del pueblo… y afianza la ideología». La enseñanza, allá, es función del Estado y aquí, entre nosotros, servicio público del Estado. Allá se fundamenta, lo repito, en «el ideario marxista y martiniano» y aquí, en Venezuela, en el «bolivariano», hasta tanto alcancemos, por lo pronto y «por ahora», el estadio socialista.

El tercer motor de la revolución socialista, en síntesis, no es nuevo. El motor de la educación popular hace ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás en la idea de compartir con Cuba y su Constitución «el objetivo final»: «edificar la sociedad comunista».

Geometría del poder

Ahora y al igual que ocurriera en Cuba, la geometría socialista nos llega entendida como una geopolítica del poder, para la desfiguración de la institucionalidad republicana mediadora y para la acumulación de más poder en el vértice de la pirámide del poder; e implica el manejo por éste de la base territorial -de allí las expropiaciones sin límite de las tierras en manos de los particulares- y luego de la población, adaptándolos a las exigencias del proyecto socialista en cierne.

En la Constitución de 1999 quedó inoculado en germen de tal reorganización geopolítica. Se acotaron las competencias de los Estados (artículo 164) y se sujetó la autonomía municipal (artículo 168), haciéndolas depender de los dictados de la ley nacional. Y, como se expresa en la Exposición de Motivos constitucional, el objeto fue liquidar de raíz el pacto federal que diera origen consensual a nuestra República, empujándola hacia una suerte de «federalismo cooperativo» organizado desde el Gobierno Central y por su Consejo Federal, que hoy dirige el Vicepresidente (artículo 185).

Poder comunal

Al exponer La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana, en 2004, Chávez sobre los rieles constitucionales enunciados desnudó su premisa ideológica dominante y de raigambre cubana: «Consolidar la nueva estructura social de base [Unidades de Batalla Endógena, Misiones, Contralorías Sociales]: [como] elementos [… de] un nuevo sistema social, una nueva organización popular, mucho más allá de los partidos» y trascender al capitalismo.

Las herramientas a tenor de La Nueva Etapa, en consecuencia, no son otras que la formación de la «red de centros del poder popular [como unidades productivas]» y dentro de éstos la institucionalización de «las misiones» y de la «contraloría social», para las «denuncias confidenciales» y el «control del ‘modo de vida’ de los funcionarios». Las unidades de la reserva militar popular para la gestión de la «seguridad ciudadana» revolucionaria les acompañarían y, todas a una, fundidas o relacionadas, serán la prolongación de la «instancia única de coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines políticos del proceso»: el debatido partido único.

Así las cosas, desde el día en que arrancaron los motores se han trasladado ingentes sumas de dinero hacia los consejos comunales certificados desde el Gobierno.

Publicado en El Universal

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