Opinión Nacional

Los conflictos que existen y existirán

En Chile cuesta rechazar abiertamente lo que otros proponen. Enseñamos a nuestros hijos a no pelear y consideramos que las personas “conflictivas” son dañinas.

Si no se aprende a decir no y a aceptar el no de otros, se hace difícil reconocer la legitimidad de las discrepancias. Con esto no se hace más grata la vida social ni se evita el conflicto, sino que se torna solapado y se expresa con violencia. Veamos lo que dice al respecto el PNUD:

Cuando los conflictos se producen, ¿qué debiera hacerse?

El cuadro muestra los resultados de la Encuesta de Desarrollo Humano que realiza cada dos años un selecto grupo de científicos sociales, bajo la dirección del profesor doctor Pedro Güell, en el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Una de las muchas ventajas de este estudio consiste en que mantiene algunas de sus preguntas centrales, lo que hace posible conocer el cambio que se va produciendo en la sociedad.

Aunque en el año 2004 parecía haber aumentado la aceptación de los conflictos, en 2006 nuevamente disminuye.

La mayoría de los encuestados prefiere evitar los conflictos, porque teme que los problemas se agudicen. Esto demuestra una gran desconfianza en las propias capacidades de negociación. Es evidente que el conflicto tiene su cara negativa. Si es extremo y mal manejado puede llevar a la violencia, generar inestabilidad y facilitar comportamientos poco racionales. (Negociación: ¿Cooperar o Competir? de Cristián Saieh, Darío Rodríguez, María Pilar Opazo, Ed. Mercurio/Aguilar, 2006)

Sin embargo, el temor al conflicto es injustificado. La divergencia de opiniones es enormemente útil, porque facilita la innovación y la creatividad, incluso algunos expertos afirman que el conflicto social puede servir para integrar grupos o sociedades, no sólo por aquello de que el enemigo común une, sino también porque las partes en conflicto entran en contacto y llegan a conocerse mejor.

Las prédicas gerenciales y políticas en boga insisten en las bondades de dos factores: la confrontación directa y la amplia participación en la formulación de políticas y la toma de decisiones. Que se hable claro y que opinen quienes se sienten dolientes de una decisión. Tales prescripciones al ser aplicadas a una relación entre amigos, en un grupo familiar, en una empresa, en un sindicato, en una asamblea (en especial de condominios) o en un equipo gubernamental, tienden a generar conflictos. Esos conflictos, si son bien manejados, pueden conducir a una mayor integración entre las partes, a una mayor comprensión del punto de vista del otro o de sus intereses, a mejores decisiones y, por lo tanto, a una paz más duradera, a organizaciones donde fluye la información, a equipos de trabajo más eficientes y a muchas otras situaciones muy deseables. Pero, como manifestábamos en párrafos anteriores, los conflictos mal resueltos o mal manejados –porque hay conflictos que nunca llegan a una solución definitiva– pueden causar mucho daño personal y social, que se expresa en dolor humano, pérdida de recursos, destrucción de organizaciones, desintegración de familias y situaciones de enfrentamientos físico, como las guerras.

Por el potencial de los conflictos para causar el bien o el mal su manejo se ha convertido en una apreciada destreza en quienes tienen como profesión tratar con gente; en particular, los gerentes y los políticos. Pero decir, sólo gerentes y políticos es quedarse cortos porque, a fin de cuentas, todos tenemos que lidiar con gente, sea como líderes de otros o como sus pares. Y aún cuando no ocurra, el potencial para la ocurrencia de conflictos siempre existe. ¿Cómo entonces soslayar el tema del conflicto, aunque éste a muchos desagrade o incomode? ¡No ha manera! Por eso, como sociedad que evita los conflictos, debe dedicar tiempo a discutir desde diversas perspectivas sus fuentes, causas inmediatas y modos de solución. Esto, sospechamos, –con el futuro gobierno de la Alianza– tendrá que hacerse más de una vez porque los tiempos que vivimos son, cada vez más, de inevitable confrontación, en ámbitos tan diversos como el familiar, el empresarial, el gremial y el político, donde sea que el auxilio de negociadores, asesores y científicos sociales pueda contribuir a sacar provecho de las diferencias, en lugar de ocultarlas o reprimirlas.

Los problemas sociales no resueltos en estos 20 años de la Concertación, aflorarán con mucha intensidad que exigirán solución al futuro gobierno. Por ello, en esta campaña presidencial, es imprescindible debatir estos problemas y potenciales conflictos con la gente afectada y buscar las soluciones adecuadas, como lo propone el reciente Congreso UDI “nuestro compromiso con los que más sufren”, no hacerlo sería evadirlos con consecuencias imprevisibles para la gobernabilidad del país.

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