Opinión Nacional

¿Lucha de clases o clases de lucha?

La pretendida ‘lucha-de-clases’ que el Teniente coronel Chávez se empecina en insertar artificiosamente en Venezuela es su mayor despropósito sociopolítico desde que se quitó la careta demócrata en el año 2002 y nos mostró las purulencias de su castro-comunismo. Es una llaga social convenientemente maquillada con el falsario y rocambolesco ‘Socialismo del Siglo XXI’, una ¿interpretación? personalísima y libre -como las tareas de los párvulos en el kindergarten- del materialismo histórico acuñado por Marx y explicitado por él (por Marx, se entiende) en su Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política de 1859. Se trata de la mayor insensatez social acometida por él durante estos terribles 13 años de destrucción implacable de la institucionalidad política y social, en el país que alguna vez fuera conocido como República de Venezuela, hoy nación forajida que brinda su territorio como zona de aliviadero a Timochenko, el narco guerrillero de las FARC; que facilita el tráfico de drogas y que se alía con la escoria política y social del planeta.

 

Esa lucha de clases que el Teniente coronel se ha empeñado en reproducir artificiosamente en el ambiente social y en el sentimiento de los venezolanos del tercer milenio, es un inexistente conflicto de estamentos, irreal y vano, en una sociedad como la venezolana que ha sido de las más inclusivas en el continente Americano, y que durante los 40 años de democracia que antecedieron a su desgobierno (1958-1998) acogió en su seno a cientos de miles de inmigrantes provenientes de otras culturas, civilizaciones y religiones, y les recibió con los brazos y el corazón de par en par, facilitándoles su inclusión desde el primer día como si fueran connacionales que regresan de un largo periplo inimaginado, con alegría y curiosidad por conocer todo lo bueno y novedoso que traían en sus almas y en sus maletas, y con el orgullo de mostrarles este vasto territorio, amplio y virgen, variado y sorprendente, para que de una buena vez echaran raíces, como lo hicieron, y se mimetizaran entre nosotros, enriqueciéndonos con sus culturas, sus genes y sus conocimientos.

 

Pero el Teniente coronel que ‘por hora’ ordena y manda, vía Twitter, desde su lecho de enfermo en La Habana, además de violentar la Constitución Venezolana al negarse a designar su reemplazo mientras dura su delicada recuperación física allá en Cuba (no explica el por qué no puede tratarse médicamente en su país y con los mismos ‘médicos comunitarios’ que tanto alaba), a pesar de todo ello persiste en reinterpretar torpemente la realidad venezolana para adecuarla a su mitomanía compulsiva y a los intereses crematísticos de sus obsecuentes seguidores. También a los intereses de otras naciones, como la Cuba de los hermanos Castro Ruz, ávida de los petrodólares (y también del oro) de este ex-país. Ignora, o pretende ignorar el Teniente coronel Chávez que la lucha de clases fue una teoría, que si bien explicó en su momento la existencia de los conflictos entre segmentos poblacionales antagónicos e irreconciliables por la vía del diálogo y la coparticipación, es una concepción social no representativa de la Venezuela del presente, sino de otros países y de otras sociedades en otros tiempos, una tesis alejada del actual imaginario venezolano porque es fundacional del socialismo utópico y del materialismo histórico, concebido por Karl Marx e interpretado por Friedrich Engels a través de la historia política, social y económica, esencialmente de Gran Bretaña y Alemania del Siglo XIX.

 

En esos estudios, Marx y Engels reflejaron las profundas tensiones sociales que en aquellos momentos y en aquellas locaciones europeas fueron causadas por las diferencias abismales entre pobres y ricos, hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores feudales y siervos, maestros y oficiantes, capital y proletariado. Es decir, por la inexistencia de libertad para la migración social, la carencia de una vigorosa clase media de empresarios y de pequeños propietarios, y por la existencia de una sólida e impermeable jerarquía de clases, que ni durante la época de la Colonia existió en Venezuela, aun cuando hubieran en aquellos tiempos clases sociales diferenciadas entre los venezolanos, desigualdades esencialmente sociales y jurídicas entre blancos peninsulares y blancos criollos; entre éstos y la mayoría de pardos, y entre los pardos y los esclavos y los indígenas, unas diferencias que en la práctica desaparecieron, como lo ratifica la historia de dos famosos medio-hermanos patriotas, uno legítimo: Simón Bolívar y otro bastardo: Manuel Piar, ambos hijos de don Juan Vicente Bolívar y Ponte en madres y circunstancias muy diferentes. Uno con madre de abolengo, doña María de la Concepción Palacios y Blanco, que pertenecía a la aristocracia caraqueña- y el otro de madre parda, una curazoleña de nombre Maria Isabel Gomez Quemp que don Juan Vicente cortejó a escondidas en la casa de la familia caraqueña Jerez de Aristiguieta. Pero a contrapelo de la historia y a pesar de la realidad actual, el Teniente coronel pretende desarrollar artificiosamente la estratagema de la lucha de clases para azuzar a los desinformados y mostrar con ella un presunto enfrenamiento de clases entre ‘patriotas’ y ‘escuálidos’, entre ‘pitiyanquis’ y ‘revolucionarios, con el único afán de crear y profundizar un postmoderno apartheid político y social en Venezuela.

 

Lo que sí hemos aprendido los venezolanos, cruelmente, a sangre y fuego y con ‘gas-del-bueno’, (así le llama Chávez a las bombas de gas pimienta que adquirió recientemente para sofocar las manifestaciones quienes nos le oponemos) son las traicioneras clases de lucha que gusta practicar el Teniente coronel Chávez para satisfacer su narcisismo patológico y protagónico a través del poder, un sucedáneo vil de las normales relaciones heterosexuales que todo Presidente, por su condición de hombre debería sostener, con la frecuencia que le indiquen su edad y su vigor, con una compañera amorosa, fiel y estable, pero que él sustituye por la autocomplacencia viciosa del mando autocrático, cuya consecuencia, la sumisión de la voluntad del otro, revestida con el halago y la mirada al piso, es lo único que le satisface plenamente. Son tres las ‘clases-de-lucha’ que ha ejecutado Chávez contra los ciudadanos de Venezuela desde 1998. De cada una de ellas los demócratas hemos aprendido lecciones importantes:

 

La primera lección de lucha chavista fue la del jiu-jitsu con el pasado. Esta fue una lucha de reposicionamiento político, con técnicas de proyección, técnicas de inmovilización y golpes a las partes vitales de la sociedad. Entre diciembre de 1988 y mismo mes de 1999, la lucha de Chávez fue una técnica de proyección por el posicionamiento diferenciador y para eso convocó a una Asamblea Constituyente, en la que utilizó técnicas de inmovilización ciudadana para preñar a la Asamblea originaria con los constituyentistas rojos que bajaron de su ‘portaviones político’, una mayoría necesaria para hacerse de una Constitución Prét-a-porter, y mientras se abocaba a eso dejó olvidados a los miles y miles de muertos por el deslave en el Estado Vargas en diciembre del 99, el mayor corrimiento de tierra y lodo del continente americano que modificó dramáticamente el perfil geográfico del litoral central venezolano, y en el que perecieron o desaparecieron cientos de miles de venezolanos, una cantidad que nunca se sabrá por la ineptitud y la arrogancia de Chávez, empeñado como estaba en ‘celebrar’ la aprobación de la nueva constitución, ‘su bicha’ como le llamó semanas después. Vanidoso, prepotente y orgulloso al extremo, rechazó las ayudas y los auxilios internacionales aconsejado por Fidel Castro, con particular urticaria las ayudas de todo tipo que le ofreció el Gobierno de los Estados Unidos. Con infortunio y tristeza los venezolanos aprendimos que para Chávez sus proyectos son más importantes que la seguridad y la vida de los ciudadanos, y ese fue su golpe a una de las partes vitales de la sociedad: la confianza en la pericia del líder.

 

La segunda lección de pelea callejera nos la dio entre el 2002 y el 2003. Creíamos ingenuamente que estábamos contendiendo con un demócrata y en tal convicción organizamos multitudinarias manifestaciones de rechazo a sus pretensiones totalitarias. La sociedad civil, amparada por la Constitución del 99 (su ‘bicha’) convocó a un paro cívico nacional, al que se sumaron voluntariamente miles de trabajadores de las tres nóminas de PDVSA (paro constitucional que poco tiempo después la propaganda de la sala situacional del G2 cubano en Miraflores transmutaría en paro golpista petrolero) y cuando la marcha indetenible de más de un millón de caraqueños se le aproximó hasta el Palacio de Misia Jacinta (así se llamaba originariamente el Palacio de Miraflores) abandonó el poder intimado por los mismos militares que le apoyaban, se escondió detrás de un falso llanto y del crucifijo de un sacerdote, y se dejó llevar hasta la Isla de La Orchila, para desde allí – en conchupancia con su compadre, el General Isaías Baduel, (para aquellos tiempos Comandante de la 3ª División de Infantería, la más numerosa y mejor armada del país) nos asestó la segunda lección de lucha sucia: El Catch-as-catch-can político, una pelea tipo wrestling de estilo libre con la que ejecutó una maniobra política sorprendente: Transformar un vacío de poder en un golpe de Estado.

 

La tercera y más reciente lección de pelea es el Pancracio chavista, una combinación de golpes bajos y lucha traicionera en la que vale todo, que consiste en el aplastamiento, por la vía de numerosos Decretos-Leyes, de la voluntad popular del pueblo venezolano que le rechazó mayoritariamente su solicitud a modificar, de fondo y forma, la novísima y presuntamente perfecta Constitución de 1999, y como un moderno Sóstratos de Sición (el más grande pancrasista griego de la antigüedad) el muchachote de Sabaneta atrapa primero los dedos de la oposición para rompérselos, y continúa con la fractura hasta que los demócratas abandonen la lucha. Para lograr tal sumisión primero asume el rol de víctima; para esto echó mano de numerosísimos magnicidios que nunca ocurrieron porque nadie los ejecutó; también le cantó canciones a las viejecitas y le envió besos a los niños desde su maratónico programa ‘Aló Presidente’ y de nuevo desempolvó viejos crucifijos para jurarnos ‘por este puñao de cruces’ que se comportaría, ahora sí, como demócrata cabal. Pero tal conducta de demócrata le es ajena y desconocida, pues luego de extender su mano a la oposición en saludo aparentemente institucional (lo hizo con la vergonzosa y celestina presencia del Centro Carter) finalmente aprisiona los dedos hasta fracturarlos con cualquiera de los instrumentos que tiene en su caja de herramientas institucionales, como el alicate CNE, el yugo TSJ, la pinza AN, la tenaza Fiscalía o la ganzúa deshabilitadora de la Contraloría y con esta lección de pelea artera, los venezolanos hemos aprendido a no creer en las ofertas de paz de Chávez, tampoco en sus llantos ni en sus arrepentimientos y hemos extremado el cuidado cuando se enferma, o se hace el enfermito, porque está más que comprobado que el Pancracio chavista es el tipo de reyerta que más gusta y que más conviene al narcisismo protagónico el Teniente coronel.

 

Ahora, sintiéndose fatalmente enfermo, con la derrota política y La Parca, tomadas de la mano y viéndole desde la puerta de su cómodo cuarto en La Habana, Chávez ordena a sus esbirros la ejecución de la más reciente clase de lucha, la squadristi della camicie rosse, su versión postmoderna de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, el cuerpo paramilitar de la Italia fascista de Benito Mussolini, un fascivenezolani di combattimento del que daremos más detalles en una próxima entrega.

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