Opinión Nacional

Maduro o Capriles: ¿Tan poquito valemos?

Al parecer y por un imponderable del destino, podríamos ir a una elección presidencial anticipada en cuestión de semanas o meses. La herencia que nos dejará este último caudillo será tan pesada y comprometida que, ante una situación como ésta, lo menos que debería planteársele al país es un nuevo torneo irresponsable de ilusiones y altisonancias. Trágicamente, el enanismo que singulariza a gran parte de la dirigencia política nacional, por lo visto, no puede o sabe ofrecer nada mejor.

Una vez superada la etapa luctuosa que se han empeñado en hacernos tragar, cuando sin hipocresía se debería asumir que casi la mitad del país celebra no tanto la muerte del sujeto sino el fin de su poder, estaremos entrando en un vacío que debería superarse haciendo un corte neto con lo vivido en estos 14 años, y así poder abrir una etapa de reencuentro entre los venezolanos; partiendo de la urgente reconstrucción institucional, si es que este país realmente está interesado en darse algún futuro vivible, sin pasar por un conflicto de duración y proporciones inconmensurables.

Pero el despropósito de una elección y más aún de una encarada con apuro, con graves deficiencias en ambos bandos, nos podría poner frente a una perspectiva que ya ni sería la de elegir el mal menor, sino la de la equivocación garantizada.

El chavismo no puede plantearse su continuidad sino supera su fragmentación intrínseca, la cual siempre ha existido, y que sólo con el liderazgo de un Chávez repartiendo sin límites y arbitrando en forma incansable, pudo mantenerse con algo de coherencia y estabilidad.

Ni hablar de un chavismo pretendiendo seguir siendo el basamento -el eje- de un estado igualmente fragmentado (casi a imagen y semejanza) y en donde también pululan mil facciones, muchas de ellas esencialmente opuestas e incompatibles, que supieron mantenerse federadas gracias al oportunismo, el verdadero gran “hermanador” por estas comarcas.

Pero ese oportunismo que obró tanto milagro de cohesión, porque lo esencialmente motivador en los estamentos gobernantes fue y seguirá siendo la depredación, tenía un promotor y garante de solidez inigualable, que ahora vendrá a faltar…

Sobre la oposición, también persisten serias dudas y aunque sería impertinente hablar de fragmentación, porque no puede entendérsele como una “unidad política”, se observan algunos comportamientos que francamente preocupan, porque, al parecer, una parte importante de la misma seguirá insistiendo en cierta infatuación exclusivamente electoral, determinada por esa incapacidad agobiante para elevar la mirada más allá de ambiciones que penosamente siguen siendo solo cálculos, cálculos sobre el poder como objeto y no como objetivo; de hecho, el certamen por la próxima candidatura presidencial ya se desató desde hace días sin el menor pudor, con los opinadores quince y último de ciertos comandos, emprendiendo, o mejor dicho, continuando con renovados bríos su cotidiana procesión por los medios consagrados, celebrando la manguangua de que la chamba no se les acabó el 16…

El candidato opositor no podrá ser la emanación última y actualizada de la anti-política, ahora hábilmente maquillada en laboratorios de mercadeo político como la “nueva política”, la cual precisamente tiene enorme responsabilidad en habernos llevado hasta esta situación, tan peligrosamente cercana al despeñadero, en posición de clara minusvalía.

Como nación, estamos corriendo el grave riesgo de plantearnos como única solución esta imprudencia necia de una nueva cita electoral, en donde los candidatos, sin importar sin son del chavismo o de la oposición, pudieran resultar candidatos “perfectos”, pero para sucumbir en cuestión de meses ante un país en estallido social, en implosión económica y con otras amenazas siniestras aguardando en la oscuridad.

En un país donde se están acumulando tensiones internas más que suficientes para desatar la tormenta perfecta, el flamante candidato vencedor de una elección insensatamente celebrada y peor ejecutada, podría ser masticado y escupido en cuestión de meses, sea este un Maduro poniéndose particularmente “cómico”, sea este el candidato opositor, y ni hablar si elegimos uno enclenque…

Como no podremos evitar el concurso electoral, que pareciera perversamente preparado por la fatalidad, para promover al “sacrificable requerido”, el que, con previsible insuficiencia, cumplirá el trámite de abrirle las puertas de par en par a una muy probable solución de transición, cuidado si pendular, entonces, como oposición respetable que deberíamos tratar de ser, al menos hagamos el esfuerzo último de lanzar un personaje con la estatura requerida, un verdadero político con visión de estado, que en todo momento sepa mostrarse por encima de la inevitable y banal circunstancia electorera, sobrepase la trampa tendida, y proponga, con claridad irrebatible y voluntad irreductible -y sea cual sea el resultado de los comicios- la unidad nacional para llevar al país hacia nuevos derroteros.

Se trata de un líder político real que cumpla una función específica en el escenario electoral y mantenga su liderazgo porque, más allá de la cuantificación de los votos, su cualificación lo faculta para esgrimir una opción en el escenario nacional.

Aquí lo que se debe afrontar es la posibilidad real de que la próxima elección pudiera perfectamente no resolver nada y resultar la farsa más inútil de la historia venezolana, el acto conclusivo de un espectáculo ya degenerado, a no ser que se logre manifestar una visión que insista con desesperación de hora cumplida, en sobrevolar todo este tremedal de la pseudopolítica  nacional, y anticiparse al generalato verdaderamente amenazante, el encabezado por el trisoleado bochinche y el cuatrisoleado caos.

Sobre todo porque ya nadie puede esconder, que, en un juego que incluso va más allá del electoral, se promueve con gran construcción de puentes, incluso de la más contrahecha arquitectura, a un posible gran “componedor” que aguarda como la carta bajo la manga más extravagante de la historia: pues todos saben ya cuál es, en cuál manga está, en qué mano aparecerá y todos quieren apostarle…

Porque podría ser que efectivamente, y ya bordeando el abismo, no nos quede más remedio que apostarle a ese único “as”, aún con las cartas cubiertas, porque, más allá del juego, el lance o el cálculo, no habrá mañana para ninguna apuesta, ni para ningún proyecto, si no negociamos con el que sea que nos pueda garantizar lo que para ese entonces se habrá vuelto vital: la unidad de las fuerzas armadas. Lo último que nos quedaría como recurso eficaz frente a lo inimaginable…

Me refiero desde luego a unas fuerzas armadas retomando netamente la senda institucional y nacionalista, y arrancando de cuajo, todo estamento en sumisión repugnante a Cuba y su dirigencia decrépita, o a cualquier otra dirigencia política internacional con ínfulas imperialistas o franquiciatarias.

La verdad es que no deberíamos ir a una elección, que lo que nos concede como oferta previa a la tempestad, es a dos nulidades que ni siquiera en circunstancias normales deberían presentarse. A no ser que lo que se esté buscando precisamente, es ir hacia esa decepción y hacia la constatación consiguiente, de que esto deberá resolverse de otra forma.

Porque aquí la oposición, si algo de responsabilidad histórica aún le queda, no podrá despachar la cuestión siguiendo, por ejemplo, lo que desde hace unos días proponen algunos portavoces esclarecidos de conveniencias inconfesables: que un candidato claramente perdedor en comicios presidenciales recientes -perdedor en justa lid por admisión propia y categórica- sea otra vez el escogido; pues la situación no está para candidatos recalentados en conciliábulos de oligarquías y burguesías de viejo y nuevo cuño con plutócratas de codicia apaleada, y menos aún, para aupados por comparsas mediáticas inefables constituidas por una legión de ensalzadores a sueldo y a destajo, y comunicadores de encefalograma plano que se babearon por una bota en el 98 y ahora se deshacen por un “flaco”…

Así como tampoco el país debería permitir que Maduro llegue al poder con la investidura de “sucesor” designado por una línea directa de dominación neo-colonial, emanada como Diktat desde esa cripta revolucionaria, ese mausoleo de la emancipación que es una Cuba empeñada en batir récords planetarios de decadencia, obsolescencia e insostenibilidad; en fin, un personaje que ya en exhibición inquietante mostró que, entre “dólares y dolores” así de buenas a primera, opta por seguir con el delirio.

Especialmente porque este Nicolás Maduro bordeando la discapacidad, derrochada públicamente en los últimos días, le haría muy flaco servicio a cualquier post-chavismo SERIO, o movimiento genuinamente progresista, que desee plantearse más allá del horizonte mortal de su fundador, como el portador de una visión y de un proyecto para un país que aún espera por una propuesta de verdadera avanzada en lo social, de igualdad de oportunidades en igualdad de condiciones, de un país capaz de auto determinarse efectivamente y surgir de la tinieblas, sin comprometerse con esa maldición de panteón montonero, de tener que seguir siempre a un libertador, profeta, comandante o redentor…

 “Adelante por encima de las tumbas” dijo alguna vez uno de los venezolanos más claros, un tal Rómulo Betancourt, en proclama lanzada al futuro, quien sabe con cuantas primaveras de anticipación, y que aún aguarda el momento de germinar…

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