Opinión Nacional

Maduro y el jefe mayor de los diablos

La política del oficialismo se ha convertido, definitivamente, en calco fiel del guión cubano de corte totalitario aplicado hasta el cansancio por los hermanos Castro por más de 50 años. Claro está que Maduro no es Chávez, y su inseguridad por el escaso margen que le dio su «cuestionado» triunfo lo obliga a hacer supremos esfuerzos para tratar de convencer a la comunidad internacional y a buena parte de sus propios y desencantados seguidores de que ganó en buena lid. Cosa que, por supuesto, no es así, como ha sido documentado por el Comando Simón Bolívar.

Maduro habla de una Venezuela asediada por la derecha, considerando de derecha a todos aquellos que profesamos genéticamente la democracia como sistema de gobierno en el cual el ser humano se puede desarrollar plenamente, sin cortapisas de ningún tipo.

Su confrontación interna la ha llevado a escala mundial arremetiendo contra la inocua e insípida OEA de José Miguel Insulza y contra los cancilleres de España y Perú. Golpea y luego recula sin pestañear, tal como ocurrió con el canciller de Perú, Rafael Roncagliolo, que había solicitado una vía pacífica para resolver la crisis venezolana. Así se bate el cobre en el terreno diplomático Tampoco se salvó el archienemigo de Chávez, Álvaro Uribe, a quién culpó (sin presentar pruebas, por supuesto) de ser el cerebro de un presunto complot para asesinarlo. Que yo sepa, el único susto que se ha llevado Maduro en ese sentido fue el de un correligionario suyo que, saliendo de la nada, tuvo el atrevimiento y la audacia de arrebatarle el micrófono en el acto de su investidura en la Asamblea Nacional, para pedirle ayuda.

 

El nuevo jefe del chavismo incluye a cuanto líder o funcionario de otros países y organismos internacionales se atreva a plantearle a la menguada y desdibujada revolución bolivariana «tolerancia y diálogo» (mientras se golpea y agrede impune y brutalmente a diputados opositores en la Asamblea Nacional), como si de una herejía se tratara.

Mientras persiste la confrontación interna y las denuncias de fraude, Maduro hace una gira, al calor de las cacerolas y el rechazo de mucha gente, a los países del Mercosur (inmerso en las asimetrías económicas y arancelarias y las rivalidades y competencia entre Brasil y Argentina), cuyo objetivo inicial, según su propia confesión, es «comprar alimentos para Venezuela». O sea, en dos platos, para hacer «mercado», ya que aquí resulta una odisea conseguir los productos básicos alimentarios y de higiene personal, entre muchos otros.

Ahora bien, ¿hace falta que el propio (impugnado) Presidente se ocupe personalmente de esos menesteres? ¿O será, más bien, que su visita tiene como objetivo comprar conciencias y apoyos con la chequera de petrodólares de los venezolanos? Estoy seguro de que, como es costumbre, Mujica, la señora Kirchner y la presidente Rousseff harán jugosos negocios (a costillas nuestras) para beneficio de sus países, con el compromiso jurado de seguir apoyando a Maduro a trocha y moche.

Ante este cuadro de paralización nacional no queda otra que culpar al imperio de nuestras vicisitudes e irresponsabilidad y falta de gobierno. Así apuntó sus dardos envenenados contra Obama, al calificarlo de ser «el jefe mayor de los diablos». ¡Vaya, qué original! ¿Quiénes son los diablos? Pregunta de muy fácil respuesta: todos aquellos que internamente y en el exterior claman por elecciones limpias y por una verdadera democracia para Venezuela. Pues bien, Nicolás, cuidado si de tanto invocarlo te sale el diablo de verdad, verdad…

 

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