Opinión Nacional

Mentiras verdaderas

Unas semanas atrás, de visita en casa de una amiga, conocí a Mario, un argentino que estaba por primera vez en Venezuela. Un tipo agradable, de mediana edad, de la provincia. Hablando de cualquier cosa llegamos a la situación (“sensación”) de inseguridad en que vivimos. Cuando le conté una de las inagotables anécdotas de la vida en medio del caos me preguntó cómo me había enterado de eso y le respondí que lo había leído en el periódico. Inmediatamente me dijo que a los medios no se les puede creer nada, que allá cuando quieren sacar a un ministro empiezan a publicar cosas para hacer ver que su gestión es un desastre. Habiendo oído tantas veces la coartada gubernamental del “complot mediático”, le expliqué que la inseguridad, más que un cuento, es una realidad que el gobierno se niega a reconocer y que la Asamblea Nacional ha descartado incluso discutir el tema. Su reacción fue preguntarnos, a mí y al amigo con quien estábamos sentados en la mesa: “¿Pero ustedes no lo votaron a Chávez?” Luego de mi aclaratoria de que nunca había votado por Chávez, y de la llegada de nuestra amiga y la esposa de Mario, cambiamos el tema y abordamos áreas menos conflictivas. Sin embargo, me quedé con las ganas de preguntarle de dónde sacaba su “información confiable”.

En Venezuela la formación de la realidad oficial en los seguidores del Presidente parece tener, como mínimo, dos componentes indispensables. El primero es aislarse de datos contaminantes. Una amiga chavista me dijo hace tiempo que ella no veía televisión nacional ni leía los periódicos. Sé de otros casos similares. Algunos de ellos, los que todavía temen a una crisis de análisis que los pueda llevar a conclusiones indeseables (herejías antirrevolucionarias), se protegen así de informaciones que podrían introducir dudas en sus cerebros. Otros son fieles creyentes que desprecian a todo aquel que critique o contradiga al chavismo (no sólo al gobierno), aunque en privado les cueste tragar algunas cosas. Otros más son sólo fieles creyentes; cualquier cosa que diga el Presidente es para ellos “la verdad”, cualquier cosa que digan los no chavistas es falsa hasta que la repita Chávez o un vocero suyo.

Obviamente no pretendo establecer una categoría detallada de los chavistas como consumidores de información. Faltaría incluir, por ejemplo, a los que saben lo que está pasando pero lo consideran parte del “proceso” (quizás hasta opinan, como el ministro Giordani, que la pobreza es necesaria para la Revolución); esos pueden inclusive admitir que las noticias sean ciertas pero ni las comentan porque eso “le daría armas al enemigo”. Y habría que considerar también a un grupo que crece en la misma medida en que la situación empeora, los que ahogan sus titubeos con los cheques de 15 y último. Ellos no necesitan ninguna otra verdad; siguen “las líneas” tratando de proteger su presente y su futuro de la pobreza que el ministro considera necesaria. Al menos esa es la ilusión que los guía.

El segundo componente requerido es el contacto con la realidad decretada. Eso se adquiere mediante los soporíficos programas presidenciales o alguno de sus derivados. Aparentemente los shows dominicales y las cadenas del Presidente crean la sensación de que el medio desaparece y que en esa “comunicación directa” no hay posibilidad de que las informaciones sean falsas o manipuladas. A pesar de las innumerables mentiras dichas en vivo y en directo en esos espacios durante casi once años, las diversas variedades de seguidores repiten como mantras los descaros del animador. Unos porque se los creen, otros porque necesitan creérselos y otros más porque ni siquiera prestan demasiada atención a lo que dice el líder al que siguen ciegamente.

Los pocos partidarios que tienen el fanatismo y el tiempo necesario para ver voluntariamente todos los discursos del Presidente seguramente serían las últimas personas en percibir y resaltar las contradicciones y falsedades que plenan el discurso presidencial y “secuacial”.

Quienes, como el minpopo Navarro, nos ofrecen formar “las mentecitas” de los niños para que sean críticas ante los medios lo que realmente quieren es impermeabilizar esas “mentecitas” para que no entre en ellas nada distinto del discurso oficial. Quieren que sigan siendo “mentecitas” eternamente. La pobreza que la revolución necesita no es sólo material.

Por otra parte, hay que reconocer que a los medios golpistas les da por inventar cosas que, de tan exageradas y malsanas, son imposibles de creer. Por ejemplo, el cuento ese de que Diosdado Cabello, desde el cargo de Ministro que recibió como premio de consolación por perder la reelección a la gobernación de Miranda, mandó a la Guardia Nacional a impedir las medidas tomadas para aliviar problemas de tránsito que él no hizo nada por resolver en sus cuatro años “dirigiendo” el estado. O que camiones del Alcalde Rodríguez bloqueaban las vías para crear congestionamientos artificiales. ¿Quién puede creer eso? Sólo un opositor desquiciado. O la fábula según la cual la Presidenta del Tribunal Supremo habría amenazado en público a los periodistas que se metieran con ella. O la fantasía de que Caracas, en donde cada semana el ministro El Alzheimer (la gente le dice así, no los medios golpistas) anuncia disminuciones de al menos 45% en los índices de homicidios, pueda ser la segunda ciudad más peligrosa del mundo, superando a Bagdad. O la risible historieta de que la Misión Barrio Adentro estaba abandonada y tenía 2000 módulos cerrados. Si bien los medios golpistas llegaron hasta a confundir a Fidel Castro, y a través de él lograron que el Presidente admitiera tamaña barbaridad por televisión, días más tarde Chávez corregía el error y daba la tercera verdadera cifra distinta de módulos en funcionamiento. Y volvía a proclamar lo que todos sabemos, es decir, que la Misión es un verdadero éxito y siempre lo ha sido, que el 95% de los venezolanos está cubierto por la seguridad social.

¿A qué mente enferma se le puede ocurrir que el presidente Chávez, un luchador incansable contra el racismo, podría decir por televisión cosas como que “la gente blanca nos desprecia a los pardos y a los negros”, “los blancos se creen superiores a nosotros”? En el supuesto negado de que pudiera haber dicho algo así, consciente de que los medios opositores malintencionados tratarían de editarlo para que sonara como un comentario negativo, enseguida habría aclarado: “no toda la gente blanca es mala. Aquí hay alguna gente blanca.” Pero en realidad todo sería un montaje mediático destinado a ocultar el plan de magnicidio en el que todos los opositores participan, es decir, participamos.

Afortunadamente, la Asamblea Nacional acaba de aprobar 7102 millones de bolívares (siete millones de los bolívares “Fuertes”) más para incrementar la seguridad del Presidente e impedir que, esta semana sí, la oposición logre (logremos) sus (nuestros) propósitos asesinos.

Basta verlo, embojotadito en su uniforme, para darse cuenta de que al pobre los anillos de seguridad otra vez le están quedando apretados.

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