Opinión Nacional

Monte Sacro: El discurso visionario de un discípulo ante el maestro genial

Recientemente, se ha recordado el bicentenario de un suceso que marca un hito para la historia de Venezuela y de la región caribe-latinoamericana. Se trata del discurso expresado por Simón Bolívar, cuando el 15 de agosto de 1805, estaba por cumplir los 22 años de edad y se encontraba en Roma junto al genial maestro, Simón Rodríguez, quien frisaba los 34 años de su itinerante existencia. Ambos procedían de París, donde se habían reencontrado fuera del lar nativo, siendo portadores de distintas vivencias existenciales.

Simón Rodríguez había arribado al país galo en 1802 después de haber abandonado, precipitadamente la Caracas colonial, por temor a las autoridades imperiales que perseguían a un grupo de jóvenes que tempranamente habían intentado un asomo de rebelión en 1797, la cual por una inesperada delación fue abortada y eso significó el fin de los líderes fundamentales: Manuel Gual y José María España, que fueron eliminados físicamente en diversas instancias. Simón Rodríguez, quien indirectamente estaba vinculado a tal movimiento libertario debió salir al exilio, cambiando de identidad, para lo cual va a utilizar el nombre de Samuel Robinson. Transita primero por Jamaica; luego, por EE.UU. para continuar el periplo, atravesando el Oceáno y toda España, desde Cádiz, hasta llegar a la población francesa de Bayona. Por ahí, se encuentra con otro perseguido por la corona y la Inquisición, de origen mexicano. Es nada menos que el religioso Servando Teresa de Mier, figura relevante de la independencia de su país. Ambos se instalan en territorio francés y para subsistir dan clases de español a ciudadanos de esa nación. Luego, se enrumban a París, donde traducirán el Atala de Chateaubriand. Posteriormente, Rodríguez se encontrará con Simón Bolívar, el discípulo predilecto, quien a esas alturas había enviudado de María Teresa Rodríguez del Toro y muy acongojado trataba de olvidar tan triste suceso, frecuentando salones donde concurrían intelectuales, distinguidas y hermosas damas, junto un grupo de latinoamericanos de altos recursos económicos, que disfrutaban de la vida en Europa.

Inmediatamente, Simón Rodríguez después de concurrir a tales actos sociales, se da cuenta que el discípulo no va por buen camino, entre juergas, amoríos y trasnochos. Ante tal situación, decide conminar al joven venezolano para realizar un viaje hasta Italia. Rodríguez lo hace con la autoridad que le da el haber sido empleado de confianza del abuelo Don Feliciano Palacios y Sojo, Alférez de Caracas y de quien siempre recibió una manifiesta consideración y aprecio. De igual modo, durante tres meses, el maestro por decisión de la Real Audiencia. había recibido al Bolívar-infante en su casa, la cual financiaba con un internado para la enseñanza individualizada de tres o cuatro pre-adolescentes..

Simón Bolívar accede a la invitación de Rodríguez y juntos viajarán caminando en diligencias y otro tipo de transporte por diversas localidades francesas hasta llegar a Italia. Quizás, sea este lapso que se extendió por un par de meses, cuando Rodríguez concluye la tarea de formar al discípulo, sobre todo en el aspecto humanístico y social. Simón Rodríguez actúa semejante a Sócrates, “parteando” las ideas a través de una similar metodología vinculada con la mayéutica. Reflexionan y analizan los aconteceres históricos y la producción artística desde los griegos y romanos, hasta los renacentistas sin dejar de lado a los creadores de la Edad Media, e indudablemente en el plano de los valores libertarios, no se les escapan las ideas de los pensadores de la Revolución Francesa.

Lo anterior, contribuye a que repudien el accionar de Napoleón, de quien coincidencialmente son testigos de las dos coronaciones como Emperador, primero en Francia, y luego, en Italia.

Al término del viaje, el discípulo se siente tan motivado por las orientaciones del maestro, que decide en la colina del Monte Sacro, pisando la historia de la ciudad eterna. hacer un voto, a través del cual se comprometerá a liberar no sólo a su país, sino a otros del continente americano, que padecen la coacción del imperio español.

“Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos; juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

Esta promesa se cumplirá con creces, cuando Simón Bolívar retorne a América y Rodríguez continúe deambulando por Europa hasta 1823, fecha en que regresa al continente nativo. Busca al discípulo y lo encuentra en Lima, dirigiendo los destinos de cuatro naciones recién convertidas en Repúblicas y una quinta, Bolivia , que ha sido liberada y donde el héroe de esa gesta es el Mariscal de :Ayacucho, Antonio José Sucre, el que espera a Bolívar para que se haga cargo de la conducción gubernamental de un nuevo estado republicano. Unidos por el destino, nuevamente maestro y discípulo viajan con una .comitiva del Perú a Bolivia, deteniéndose en Potosí, donde ante la presencia de delegados de todas las repúblicas liberadas por la espada de Bolívar y una misión argentina, que busca al Libertador para luchar por la independencia del Brasil, éste manifiesta lo siguiente:

“Venimos venciendo desde las costas del Atlántico, y en quince años de una lucha de gigantes hemos derrocado al edificio de la tiranía formando tranquilamente en tres siglos de usurpación y violencia. En pie, sobre esta mole de plata que se llama Potosí y cuyas venas riquísimas fueron trescientos años el erario de España, yo estimo en nada esta opulencia cuando la comparo con la gloria de haber traído victorioso el estandarte de la libertad desde las playas ardientes del Orinoco, para fijarlo aquí en el pico de esta montaña cuyo seno es el asombro y la envidia del universo.”

Así, se cierra el circuito que se inició con el juramento del Monte Sacro en Roma, y que culmina 20 años después en otra cumbre, la de Potosí, situada en la nueva Bolivia, a la cual se le otorga el nombre en homenaje del Libertador por decisión del vencedor de Ayacucho, su fiel y dilecto discípulo, Antonio José de Sucre.

Tal faceta de Bolívar que se ofrece en la íntima relación con el maestro incomparable, nos muestra a una figura emancipadora, que logra integrar en su existencia dos instancias no comunes en el mundo castrense, como lo es la presencia del humanismo, junto con la acción bélica. Y esto se debe a las orientaciones de un maestro civil, de una gran humanidad, que por encima de todo valora a la persona humana, cualquiera sea su condición social y económica. Muy distinto se proyecta Bolívar, a otros detentarán el poder militar con posterioridad y que en un gran porcentaje asaltaron a las repúblicas, para aherrojar a sus propios pueblos y enriquecerse hasta más no poder ante el botín que se les presenta.

Qué ejemplo más grande el de Simón Bolívar, y su maestro Simón Rodríguez los cuales, al llegar al fin de sus vidas demostraron un desprendimiento sumo, que significó carencias materiales, pero que dejaron un modelo de vida valórico que los hacen trascender como entes históricos, como reservas morales de nuevas generaciones que anhelan proyectar a sus naciones hacia futuros promisorios; seres estos, carentes de ese flagelo que corroe a ciertos gobernantes, como lo ha sido siempre esa descarnada corrupción; jóvenes que sólo sueñan con un mundo prominente donde predominen los ideales por los cuales luchó el Libertador y que en gran medida se los entregó ese gran pensador y humanista, llamado Simón Rodríguez.

(*)Escritor chileno, radicado en Venezuela, desde 1976.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba