Opinión Nacional

Nunca falta el sueño de una Nueva Era

Cuando los jóvenes adecos de 1945 derrocaron al Presidente Medina apoyados por el respaldo militar, inauguraron lo que ellos pensaban iba a ser toda una nueva era venezolana, revolucionaria y justiciera.

Llegaron al poder en olor de multitudes campesinas y con el verbo duro para acusar y reclamar a los reales y a los presuntos corruptos de entonces –que en Venezuela los ha habido siempre, no caigamos en la ignorancia histórica de creer que es un fenómeno original de nuestros últimos años-, y con la ceguera de los jóvenes para desconocer méritos de todos los que gobernaron antes que ellos.

Plantearon una democracia empezando por acceder al poder mediante un golpe de estado, que es lo más antidemocrático. Para reclamar culpabilidades llevaron a la cárcel o al exilio a todo funcionario de los gobiernos de Medina, López Contreras y Gómez, con el estilo muy de Rómulo Betancourt de disparar primero y averiguar después; arrestaban a medinistas, lopecistas y gomecistas primero, y después abrían el lento proceso de averiguar si el exfuncionario en cuestión era honesto o deshonesto. Proclamaron la reforma agraria y arrasaron con cuanto terreno encontraron para que de todas maneras los campesinos venezolanos siguieran su condena de hambre, ignorancia y olvido nacional.

En 1947 llevaron a cabo unas elecciones limpias –hay que reconocerlo- donde ganó el candidato de Acción Democrática, Rómulo Gallegos. Y en noviembre de 1948, tres años después de la irrupción del sueño revolucionario, fueron derrocados por los mismos militares que los llevaron a Miraflores y tuvieron que irse unos al exilio y otros a los calabozos del nuevo régimen, mientras redoblaban alegres las campanas de las iglesias parroquiales y el pueblo respiraba aliviado.

En 1945 también, tras haber formado parte de un gobierno militar nacido de un golpe de estado, Juan Domingo Perón arrasaba en limpias elecciones argentinas llevado prácticamente en hombros por las masas obreras y apoyado por una polícroma variedad de partidos de esos que se supone que no son “del status”. El triunfante Perón ofreció todo a las masas, acompañado en la emoción y en el fervor populares por su controvertida pero muy inteligente esposa Evita.

Prometió Perón trabajo, comida, bienestar y justicia social. Prometió llevar la riqueza y el fulgor de la Argentina de entonces, el país más rico de Latinoamérica, a las casas y las manos de los “descamisados”. Con el arrastre popular de su esposa y la consolidación del Partido Peronista, hizo de las masas la base de su poder y el destinatario único de ofrecimientos y discursos.

Al año de estar gobernando, Perón disolvió por decreto los partidos que le habían dado apoyo y los fundió en un partido único; los dirigentes y militantes que estuvieron de acuerdo se convirtieron en dirigentes y militantes del Partido Peronista, y los que no se fueron a sus casas –si tuvieron suerte-, a los calabozos o al exilio.

Nueve años después, Perón, el Partido Peronista los “descamisados” habían arruinado a la Argentina y fueron derrocados por los mismos militares que los habían llevado a los balcones de la Casa Rosada.

Rómulo Betancourt y Juan Domingo Perón dejaron huellas populares que se fortalecieron en base a la incompetencia política de sus sucesores. Nuestro Pérez Jiménez y sus hombres de confianza, igual que los militares argentinos de los cincuentas, construyeron obras pero no fueron capaces de construir emociones ni lealtades políticas.

Betancourt regresó diez años después de su caída, pero ya no con ansias incendiarias, sino con el logro de haber unido a la oposición antipérezjimenista y con un prudente proyecto occidentalista de país. Lo que Betancourt diseñó y armó entre 1957 y 1958 duró cuarenta años, aunque empezó a morirse en 1973, cuando él perdió el control.

Ahora viene Hugo Chávez con sus muchos partidos reunidos en el Polo Patriótico y sus militares, a prometer democracia social, tierra para los desposeidos, justicia, un país radicalmente nuevo.

Y en eso andamos.

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