Opinión Nacional

Pacto diabólico

Desde hace unos cuantos años ninguna información proveniente del gobierno es de fiar. Una buena parte del país (un 50%, ¿o más?) no cree en los datos que el gobierno anuncia durante una cadena o en cualquier pieza de la batería propagandista con que copa los medios. De allí que muchos venezolanos estamos obligados a hacer nuestra propia película de lo que vivimos día a día.

¿Cuántos venezolanos fallecieron en La Planta? ¿Cuántos escaparon? ¿Cuántas armas tenían los presos? ¿Quién puede tener estas respuestas? Las autoridades anunciaron que no hubo fallecidos en el interior de la cárcel, pero han podido ser 10 o 50, quién sabe la verdad. Qué ciudadano puede tener la certeza de lo que finalmente sucedió.

Estos años de tramposería nos han dejado a la deriva. Gobernar mintiendo termina debilitando a la sociedad. Esta forma de manipular la información permite que pasemos violentamente de un país en el que no se ven turistas en la calle, a otro en el que el turismo se ha convertido en una industria en pleno auge y crecimiento según datos oficiales. Nos informan que han ingresado al país diez, cien o quinientos mil turistas, y uno frunce el ceño y se pregunta: ¿desde cuándo es esta avalancha? ¿Dónde puede el ciudadano buscar información que no sea la oficial? La desinformación nos desarticula como sociedad, pisamos el mismo territorio, es cierto, pero en Venezuela estamos huérfanos de certezas compartidas. Trágico.

Esto de no creer en las informaciones oficiales es el resultado de una política de Estado, porque las estadísticas, las cifras (cuando las hay) existen atadas a un gobierno que vocifera que nació para hacer Historia. De allí que lo importante no sea la objetividad de los resultados, lo que está en juego en cada información es la popularidad, digamos, la salud del gobierno. Por eso, detenerse a discutir las cifras es perder de antemano, porque el gobiernono sólo las tiene, sino que las manipula para que cuadren con la Historia que se supone está escribiendo.

Y no sólo son las estadísticas las que se nos escapan, se desconfía de todo. Por ejemplo, una noticia deportiva con este gobierno puede trasmutar en una gesta heroica. El triunfo de Pastor Maldonado no es el de un deportista sino el de un país «a toda revolución». No nos extrañaría que mañana, si Maldonado vuelve a triunfar en las pistas, tengamos que confirmar la noticia con alguna agencia internacional, no vaya a ser que haya triunfado en una práctica y al gobierno por razones patrióticas le interese decir que fue en una competencia, pues Maldonado ya dejó de ser un deportista para convertirse en otra bandera de la revolución.

Estamos pues obligados a terminar con ese pacto diabólico en que el gobierno nos ha encajonado y que se traduce en continuar con la cotidianidad sin certeza de lo que acontece, mientras desde enfrente desinforman metódicamente para afianzarse en el poder.

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