Opinión Nacional

Papapa 90

Sin duda ya es una hazaña llegar a los 90 años física y mentalmente sano. Si a ello se añade una inolvidable celebración, llena de afecto, preparada a lo largo de nueve meses por mis hijos, nietos y bisnietos, el suceso adquiere características particulares dignas de ser llevadas a la luz pública a fin de que sirvan a otros como modelo en ocasiones similares.

Con motivo de mi aniversario, a principios de 2009, mis hijos solicitaron mi autorización para organizar un encuentro de toda la familia —seis hijos, trece nietos y diez bisnietos con los respectivos cónyuges de los casados, y mi señora y yo—, en total cuarenta y dos personas.

La circunstancia de que la residencia de los matrimonios de tres nietas sea los Estados Unidos, y la de un nieto, el Ecuador, planteaba entonces la necesidad de empezar por coordinar el viaje de ellos a Venezuela, cuidando de no crearles problemas en sus trabajos y de no perjudicar a los bisnietos con su ausencia temporal de las aulas escolares.

“Papapa” es el cariñoso apodo con que me distinguen mis nietos. Cuando mi primer bisnieto Miguel Arturo Básalo De Sola cumplió seis años, decidió que él —con muy valederas razones— me llamaría “Papapapa”, y su ejemplo fue conservado por sus iguales subsiguientes. Pero Papapa 90 fue el electo democráticamente —son 13 nietos y 10 bisnietos— para denominar el conjunto de actividades programadas.

Responsabilidad de mi hija Irene fue seleccionar un sitio acogedor y agradable para llevar a cabo el proyecto. Muy acertada resultó la escogencia de cuatro Ranchos de Chana en la isla de Margarita: El Molino para los De Sola-Ayala y los De Sola Casanova; Kakao para los De Sola Quintero y los Basalo De Sola; Akuena, para los De Sola Borges y De Sola Mata, y Siboney, para los De Sola Henríquez.

De acuerdo con la logística establecida, correspondió a mi hija Ana Teresa la composición del kit que se entregaría a todos los integrantes de la familia: una gorra con el lema “Papapa 90” y una franela cuyo diseño fue concebido y ejecutado por mis nietas Andreína y Ana Beatriz De Sola Borges—con la solícita asistencia espiritual de la madre Beatriz Borges de De Sola—, y que consiste en un Elefante Azul con el número 90 sobre la espalda en reminiscencia del emblema que distingue la cocina privada de la Quinta El Alba, donde el homenajeado despliega sus aficiones gastronómicas, y más arriba un avión con rumbo al oriente, sede de los festejos preparados.

El 10 de setiembre —fecha de mi natalicio— se iniciaron las actividades con una Misa de Acción de Gracias en la Iglesia Guarama. Seguidamente, en el Rancho Kakao, cena hawayana, la tradicional torta con velitas, canto de cumpleaños feliz y palabras de ofrecimiento del Presidente del Comité Organizador, mi hijo Francisco De Sola, quien reveló todas las gestiones que fueron necesarias hasta concretar el plan concertado a través de abundante correspondencia entrecruzada por los miembros del clan.

Viernes 11: Desayuno de cada grupo en su rancho. Reunión al mediodía en Akuena, piscina y degustación de mejillones cortesía de la familia Mata De Sola, preparados por los grandes cocineros de la familia. 7 p.m.: Fiesta en homenaje a Papapa (Rancho Siboney). Discursos de Arturo De Sola, en representación de los hijos; de Carolina Casanova De Sola de Rivas, en representación de los nietos, y de Miguel Arturo Basalo De Sola en representación de los bisnietos. Fueron tres hermosas manifestaciones en las cuales cada uno de los expositores recordó momentos especiales pasados conmigo que dejaron huella en sus mentes y en sus corazones.

Arturo rememoró que apenas alcanzada su mayor edad, hicimos juntos un viaje por las principales ciudades de Europa, dividiéndonos la conducción de un automóvil que nos fue entregado en el puerto de El Havre. Así mismo exaltó la naturaleza de nuestras conversaciones sobre diversos temas y mis ocasionales consejos, entre otros, el de la moderación en todos los actos de la vida, especialmente en el consumo de bebidas espirituosas. Ciertamente nunca faltó en mi casa—gracias a Dios— en los almuerzos familiares de los domingos, una botella de buen vino, que compartían hasta los hijos más pequeños, y a todos los aleccionaba repitiéndoles una frase de la célebre novelista francesa Colette:” Hay dos cosas que deben despreciarse, a los que no beben vino y a los que lo beben en exceso”.

Carolina refirió una experiencia de su más tierna infancia de la que tenía noticia por testimonios ajenos. En visita con sus padres Irene y Reinaldo a mi residencia de Embajador en París, tuve yo que propinarle una reprimenda corporal, un tanto severa, para obligarla a contener el estrepitoso llanto con que perturbaba el disfrute de una cena por familiares y amigos. Sólo el año pasado nos reencontramos en París, ya casada ella, y pudo deleitarse entonces, en compañía de su esposo Richard y de mi señora y yo, de la maravillosa ciudad en forma tal que le borró cualquier vestigio de aquella experiencia inicial, según jocosamente afirmara.

Miguel Arturo no sólo expresó sus sentimientos de admiración y afecto a Papapa, sino que leyó una carta que me había dirigido días antes mi nieto Kiko (José Francisco Mata De Sola) en la que manifestaba la emoción que le había producido en una visita a mi casa, encontrar al abuelo enseñando a sus bisnietos Miguel Arturo y Alejandro a jugar dominó y ajedrez con igual paciencia a la que había tenido con él cuando también le dedicó su tiempo para ejercitarlo en esos mismos juegos. Miguel Arturo continuó agregando: “Con mi Papapapa —abuelo doblemente— he compartido el amor por los libros y la música y la pasión por la cocina. Pero nuestro gran pasatiempo es jugar ajedrez: la tranquilidad, la estrategia, su permanente sonrisa, nuestras conversaciones, son cosas realmente especiales para mí”.

Gran emoción me produjo la espontánea y donosa intervención de Elena Domínguez, entrañable amiga de mi hija Irene y a quien cariñosamente llamamos “Chichi” desde cuando se reunían en mi casa de La Castellana, al regreso del colegio y en los almuerzos, de los que ella rememora “las especialidades de Ana Cecilia —mi señora—, las lechosas de Papapa rociadas de limón, los merengones de fresas para mis cumpleaños, las comidas protocolares, las cenas en el Héctor’s de la Casanova — a donde aprendí a comer escargots y langosta—, las fiestecitas de Navidad, los bailes de los quince años de Irene y de Luisa, el nacimiento de Ana Teresa y Francisco, las carreritas de Márquez, el bondadoso chofer, a comprarnos medias de nylon porque las habíamos roto cuando nos vestíamos para ir a misa; en fin, mil recuerdos imposible de reseñar, pero que suplo diciéndoles que son una familia muy especial y que me faltó tiempo para abrazarlos y reiterarles cuánto los quiero”.

Tampoco fue menos emotiva la manifestación de mi nieto René, que resumió sus sentimientos en hermosas palabras, algunas de las cuales recojo aquí: —“Tu experiencia de vida es un modelo a seguir. Qué bueno es tener un abuelo como tú, que se levanta todos los días a las 5 a.m., hace media hora de gimnasia sueca, y bañado y formalmente vestido, pasa a su biblioteca a leer y a recibir y contestar su correo electrónico. Una disciplina que no varía ni en sus vacaciones, así sea en París o en Miami. Actualizado con las nuevas tecnologías, sabe disfrutar de cada momento de su vida. Es positivo, justo y comedido .Siempre tiene algo que aprender o que enseñar. Papapa, tu eres un hombre admirable, el gran líder de nuestra familia”. Aprecio además que haya venido desde Quito con su simpática esposa Silvia y sus hijos René (el tercero de la familia) y la recién nacida Paula, que con sus bellos y penetrantes ojos anticipa una gran personalidad. La emotiva jornada concluyó con “baile y comida hasta que el cuerpo aguante”, según rezaba el programa.

Sábado 12: 3 p.m.: Piscina y refrigerio. Gran torneo de dominó “Copa Papapa 90”, que se conservará como recuerdo. 6 p.m.: Parrilla criolla. (A cargo de Ignacio De Sola, quien se anotó veinte puntos más en sus credenciales de afamado Chef especialista). Luego, velada con la entrega del Recetario de la Familia De Sola Lander, que es una compilación de las creaciones culinarias de Ana Cecilia Lander, mi primera esposa, de María Angélica Ayala —mi actual consorte—, y de mis hijos, nietos y bisnietos, prestigiada por generosas palabras acerca de nuestra antigua amistad y comunes aficiones gastronómicas por el eximio rescatador de la cocina de Caracas, don Armando Scannone. Gracias doy a mis nietas Anita De Sola de Basalo y Ana Cecilia Henríquez de Echeverría por todo el tiempo y cuidado que consagraron para la realización de esta admirable obra, de tal entidad y consistencia que haré todo lo posible para editarla en provecho de amigos y extraños. Seguidamente, proyección del video sorpresa realizado por Oswaldo Ramírez, esposo de mi nieta Luisa Elena Henríquez De Sola, en el cual se recogen imágenes de momentos muy significativos y gratos de mi trayectoria vital. Vinieron luego mis palabras, en las que traté de rememorar muy singulares ocurrencias de mis relaciones —siempre cordiales— con mis hijos, nietos y bisnietos, que tanto en ellos como en mí dejaron rastros indelebles. A todos siempre les recomendé mantener la mira en alto para conquistar la perfección en todas las actividades que eligiesen respondiendo a una vocación bien definida, sustentada en el pensamiento, el estudio y el trabajo sin tregua, que son los factores que me han permitido alcanzar los logros que hoy se me celebran. Por último, mi profundo agradecimiento a cuantos contribuyeron de manera eficaz al éxito de estas cálidas jornadas de fraternidad y solidaridad cumpliendo las tareas específicas que les fueron asignadas: Luis Alejandro Henríquez De Sola, el eficiente asistente del Presidente de la Comisión Organizadora y quien además hizo vibrar mi espíritu con esta halagüeña apostilla: “Papapa es digno de admiración. Una mañana, a eso de las 5.30 a.m., cuando me disponía a desayunar para ir al colegio a presentar un importante examen, lo encontré vestido de corbata, perfumado, leyendo un libro y escribiendo algunas notas. Ante mi impresión, le pregunté: Papapa, ¿qué haces? Y él me contestó: Estudiar. Asombrado le dije: ¿Para qué a tu edad? Porque nunca es tarde para estudiar algo nuevo, fue su respuesta inmediata. En su caso ello es cierto. Por eso está actualizado, no sólo en política y cultura, sino en tecnología: maneja mejor que muchos jóvenes su computadora y en sus viajes lleva siempre consigo su laptop y su BlackBerry” (A Luis Alejandro lo acompañaron su risueña esposa Ana Cristina y su traviesos morochos Bernardo y Santiago, y con aquélla tuve el placer de formar pareja en una exitosa partida de dominó en la que dio claras demostraciones de su excepcional competencia); a Gastón Echeverría quién viajó desde Estados Unidos con su esposa —mi nieta Ana Cecilia— y sus encantadores hijos Alejandro y Clarissa, para concurrir a la celebración y prestar su asistencia en materia logística; a Miguel Basalo, quien salvó todo obstáculo para atender la cita familiar y venir a Margarita con su hacendosa y afectuosa esposa Anita y sus simpatiquísimos hijos Miguel Arturo y Alejandro Enrique, y dar su asesoría en la selección de las bebidas; a José Francisco Mata ( Pancho) que con el combo de mi hija Ana T., y mis nietos, la dulce Ana Cristina, el jovial José Francisco (Kiko) y el enigmático Andrés, animaron contagiosamente las distintas etapas de la fiesta; a mi nieto Juan Vicente Henríquez De Sola, quien —acompañado de su siempre afable esposa Irene— asumió exitosamente el compromiso profesional de gran Chef al escoger los mejores condimentos y supervisar su correcta confección; a mi nieto Reinaldo Casanova De Sola, su encantadora esposa Gabriela (Gaby) y sus hijos, la circunspecta Isabella y el tremendo Diego, correspondiendo a los mayores la excelente coordinación de itinerarios y horarios con la precisión de relojeros suizos, y qué decir de la atenta y servicial Ana María Quintero de De Sola, quien con su habitual maestría cubrió a cabalidad el sector de la repostería.

Nada mejor para cerrar esta descripción que consignar mi más sentido reconocimiento a la generosa pareja de los esposos Tite y Sylvia Oteyza por su extraordinaria contribución al feliz resultado de la empresa proyectada, al habernos cedido el uso y disfrute del espectacular Rancho Siboney. Vaya mi agradecimiento y mis mejores votos de eterna felicidad.

Son muchos los mensajes en que los participantes se congratularon conmigo por el éxito total del encuentro familiar. Ante la imposibilidad de referirme a cada uno, he escogido como representativo el de mi hija Luisita, que comienza por dar gracias a Dios por permitir que “nuestro sueño se hiciera realidad, a nuestra Mamá que desde el cielo nos bendijo a todos, a nuestro Papá que nos dio luz verde para la realización de este evento, y a su amorosa María Angélica, quien a pesar de que por razones de salud no pudo acompañarnos físicamente, nos alentó siempre a persistir en la concreción de nuestros planes, y que a través de los medios electrónicos pudo participar a distancia de las principales actividades y hasta enviar un mensaje de viva voz en el momento culminante de las festividades”.

Un espacio destacado ocupa en esta conmemoración la generosa semblanza de mi persona escrita por el dilecto amigo y eximio polígrafo Alejandro Lasser, que será publicada en la más próxima oportunidad. Gracias, mil veces gracias por todo el tiempo dedicado a su realización y por todo el afecto que trasciende de cada uno de sus conceptos.

Así mismo me es sumamente placentero expresar mi gratitud y mi regocijo por la compañía que nos brindó en dos de las reuniones nocturnas mi distinguido ex-discípulo y eminente profesor Luis Henrique Farías Mata, quien además fue cómplice entusiasta de mis hijos y nietos en la preparación y ejecución de los programas, que se me mantuvieron ocultos hasta la víspera misma de la fecha de mi aniversario.

Y ahora para terminar, primeramente mis excusas por todo cuanto pareciera ejercicio de vanidad, pero era necesario vencer escrúpulos para poder trasmitir la integridad de las emociones que han colmado mi espíritu. Y luego una pregunta: ¿Valía la pena dar publicidad a un evento en principio de carácter estrictamente privado? Dejo la respuesta al esclarecido criterio de mis amables lectores.

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