Opinión Nacional

Patológicamente humilde

La humildad es una característica de la personalidad a la que suele dársele la atribución de virtud. En contraste, el ego, la vanidad o la arrogancia, son defectos, según el común denominador de las personas normales. Eso nos han enseñado, el ego es malo, la humildad es buena. Cualquier cosa que parezca el reconocimiento personal a los atributos propios es considerado arrogancia ¡Y que desagradable es una persona arrogante! –dice la gente.

Luego, como es de suponer, las personas crecen procurando ser buenos y, dado que la humildad es una característica de los buenos, le gente vive tratando de ser humilde para no hacer enojar a Dios o para no ser rechazado por los demás. Algunos alaban la pobreza o los momentos de crisis porque hacen al ser humano humilde; otros se maravillan de ¡aquellos que saben tanto y no son arrogantes! ¿Qué decir de los que lo tienen todo y no se creen mejores que los demás? Esa gente tiene un pie en el cielo y un cupo asegurado en la aceptación de la sociedad.

Conozco, y creo que todos conocerán, gente que parecía muy humilde y de la noche a la mañana cambia porque tiene dinero, reconocimiento o poder. Entonces las personas dicen que es arrogante y asocian la arrogancia con el dinero, el reconocimiento o el poder. En realidad esas personas nunca han sido humildes, simplemente simularon serlo y el cambio en su situación personal les desenmascaró. Pero no son arrogantes naturales, son sólo estúpidos sin personalidad, porque ni el dinero, ni el reconocimiento ni el poder les pertenecen. Esos son bienes prestados, momentos de la vida que pueden perpetuarse o pueden cambiar de manera exógena.

Pero el arrogante natural, el que se siente mejor que el resto del mundo por lo que es y no por lo que tiene ¿quién puede criticarlo? Yo, personalmente, pienso que es bueno para la salud mental algunos momentos de egocentrismo, un periodo saludable de arrogancia, una dosis periódica de vanagloria personal, un simple “wow, soy el mejor”… ¿por qué no? Quizá si se le permitirá a la gente ser naturalmente arrogante sería menos probable que los cambios externos se tradujeran en cambios de la personalidad.

Ridículamente, la sociedad acepta sin problemas el ego inflado de una persona cuando alguna instancia reconocida le otorga el derecho a la arrogancia. Por ejemplo, si John Nash es arrogante ¿a quién le importa? ¡Es Nash! Si Gustavo Dudamel es arrogante ¿qué le vamos a hacer? Es uno de los mejores directores de orquesta del mundo. Si un escritor se gana el Premio Nobel o un matemático la Fields Medal, entonces la sociedad le otorga la deferencia y tienen derecho a ser arrogantes, antes no.

Entonces ¿No existe una relación muy hipócrita con el ego? ¿Es bueno o es malo? ¿Quién tiene la vara con la que se decide a quién darle el derecho a ser arrogante… o a ser él mismo?

Realmente pienso que los vicios de la personalidad sólo constituyen una parte de la personalidad de los seres humanos. La humildad forzada no es más que una camisa de fuerza que hace más daño que bien. Pero la arrogancia del humilde… esa diatriba contra el arrogante que esconde una sentencia que dicta “yo soy mejor que tú porque soy humilde, tú deberías ser como yo”… eso sí es patológico. Se le enseña a la gente a ser bueno y, en ese afán de alcanzar la perfección espiritual, se esconden los neuróticos del bien y enferman a la sociedad de moralina. Al final del balance, tenemos un mundo plagado de locos buenos pero humildes, falsamente humildes pero con la esperanza de que el intento por acallar su propia personalidad, y la de su prójimo, sea suficiente para entrar al Paraíso, o por lo menos para que la gente como ellos los acepte.

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