Opinión Nacional

Por el filo de la navaja

 Porque, si cuando el individuo aún Presidente y Presidente electo a su vez se marchó a La Habana generó condiciones para que el Tribunal Supremo de Justicia nos aposentara en una especie de limbo constitucional, su deceso viene a profundizar la crisis constitucional.

Como quiera que Chávez no acudiera a la juramentación en la fecha establecida por la Constitución y Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional, no asumió su responsabilidad, Maduro pasó a ser un usurpador a pesar de las argucias de leguleyos exhibidas por los magistrados del TSJ. Sólo ellos deben saber si el embrollo tuvo origen en su sentencia infundibuliforme o forma parte de la cartilla castrocomunista a ser cumplida, al pié de la letra.

Pero el hecho objetivo es que el militar felón envolvió a las mayorías con su verbo de mago circense y su propuesta redencionista, sin formar cuadros capaces de superar su ausencia. Es así que hoy anochecimos sin gobernante legítimo, autorizado para tomar decisiones trascendentes como por ejemplo nombrar un portero y, mucho menos, impartir órdenes a las fuerzas militares, ordenar rectificaciones presupuestarias incluyendo traslado de partidas  o firmar convenios internacionales.

Gracias a la muerte, hemos sido testigos de la desaparición de Gómez y de Delgado Chalbaud. El último de los nombrados no dejó sino hipótesis de lo que pretendía hacer con el precario poder que le permitió el Alto Mando Militar de la época, pero el primero dejó un estado estructurado; tanto que el Ministro de la Defensa, el General López Contreras, pudo manejar con destreza los hilos del poder y poner orden, neutralizando a quienes pretendían dar “continuidad administrativa” a la dictadura, abriendo las puertas para que por ellas entrara la democracia, con la frescura de sus valores y las contradicciones que la hacen perfectible.

Hoy, a pocos minutos de haberse difundido la noticia, desde la serenidad que me aportan los 80 años vividos, vi gente muy angustiada, transitando temerosa, en carrera por las calles para alcanzar, a la mayor brevedad, el medio de transporte que las llevara a su casa. Al vientre, al refugio, al calor y seguridad del hogar.

Cuando murió Gómez no transcurrieron interminables horas antes de que se despejaran los temores, razonables en una población que apenas tenía escasos 27 años disfrutando de paz. Cuando asesinaron a Delgado Chalbaud, como se trató de un crimen de Estado, se multiplicaron las medidas de seguridad y todos los venezolanos nos enteramos de cuanto ocurría,  sin TV pero con toque de queda.

¿Qué ocurrirá después del sepelio? Solo Dios lo sabe. Cuando enterraron a Gómez hubo saqueos, reprimidos por el Ejército comandado por Medina Angarita restableciendo el orden. Cuando mataron a Delgado Chabaud no pasó nada. No tenía por qué ocurrir nada. La muerte de Chávez no puede pasar por debajo de la mesa, pero sólo ha de provocar los desajustes normales en casos como el que nos ocupa. De alguna manera y en mediana proporción, se proyectarán a la colectividad y perdurarán en la medida en que quienes le adversamos y no lo queremos para nada no dejemos de mencionar su nombre. Hagámoslo innominado sin dejar de señalar su obra destructiva. La sociedad dividida y cargada de odios, además de una crisis económica en ciernes que se barrunta de vastas proporciones penetrando por el zaguán, rumbo a las cocinas y comedores de los venezolanos.

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