Opinión Nacional

Predicar la verdad

“Enseñad a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y que aprendan a observar todo lo que os he enseñado. Y ved que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos.” (Mt 28: 19-20).

La religión cristiana no es sólo para la otra vida y el otro mundo, como algunos entienden erróneamente. Y menos aún el judaísmo.

1. La Biblia contiene -sobre todo en el Antiguo Testamento- principios y normas para esta vida y este mundo, que bien haríamos en seguir, en asuntos tan terrenales como familia y educación, negocios y administración (mayordomía), legislación y justicia. En el tema político hay una palabra de Dios: el Consejo del Gobierno limitado. Es una de las grandes doctrinas bíblicas, predicada en el pasado por las Iglesias protestantes de Europa y EEUU, y asimismo por voceros de la Iglesia Católica Romana, p. ej. John Acton (1834-1902), Lord de Inglaterra.

2. La Iglesia de Cristo tiene la obligación escritural de predicar todas y cada una de las verdades reveladas. No algunas solamente, sino todas. Por eso en sus Confesiones, Catecismos, homilías y documentos públicos, y en los discursos y escritos de sus Pastores y líderes, antes las iglesias acostumbraban a proclamar el Gobierno limitado, y a exponer sus fundamentos bíblicos. Y por eso el siglo XIX fue de libre comercio, libre cambio y libertades en general, y los “intereses especiales” fueron más o menos contenidos, y la legislación se mantuvo en sus justos confines. Así, ciertos países europeos y EEUU preservaron sus libertades y alcanzaron gran desarrollo cultural y económico bajo el capitalismo liberal. Dios bendijo a estas naciones porque las iglesias fueron fieles a este mandato.

3. En las naciones más avanzadas en la práctica del Gobierno limitado -y por tanto más prósperas-, esta benéfica influencia trascendió los muros de los templos. Y por vía de los laicos -no de los clérigos, al estilo islámico- se extendió al menos a cuatro instancias sociales decisivas: a) cultura y ciencias, comprendiendo Filosofía, Artes y Humanidades; b) educación, desde la elemental hasta la superior; c) prensa y medios de comunicación; y por último y como consecuencia, d) las esferas política y judicial, de modo que Partidos y Parlamentos liberales, y jueces conservadores, pusieron en sus límites a los Gobiernos. Pero eso fue hasta más o menos la I Guerra mundial.

4. Si quisieran predicar hoy todas las verdades bíblicas, las iglesias cristianas tienen todos los medios y recursos. Tienen amplio espacio en todos los medios de prensa, y poseen los suyos propios. Gozan de enorme audiencia, comenzando por el público que asiste a sus servicios. Poseen institutos docentes, incluso Universidades, muchas “Católicas” y otras “Evangélicas”. Y casi todas las denominaciones tienen amplio reconocimiento, al punto de disfrutar sus líderes de gran prestigio y recoger mucho dinero. Podrían entonces perfectamente proclamar a los cuatro vientos la doctrina bíblica del Gobierno limitado, y hacerla conocer eficazmente a las autoridades y a los pueblos, exponiendo sus enormes ventajas y logros históricos.

5. Pero no lo hacen, porque en todo el globo -pero más en el Tercer Mundo- y salvo honrosas excepciones, sus líderes se desentienden irresponsablemente del asunto, y/o adhieren a cuanta visión humanista secular y antibíblica del Gobierno se ponga de moda: el estatismo en sus diversas formas, y el socialismo. ¿Por qué doctrinas tan claramente contrarias a la Palabra de Dios tienen tan inmerecido predicamento, y por qué sus políticas son las que siempre y repetidamente se impulsan y practican, pese a sus incontables y reiterados fracasos? Porque las iglesias siempre las presentan como acordes a la justicia, la moral y la Escritura, lo cual es totalmente falso.

Entonces, si con todos sus recursos e influencia, las iglesias no predican el Gobierno limitado, ¿qué pueden hacer esos pequeños círculos académicos de “liberales clásicos”, en todas las naciones una ínfima minoría (o inexistentes), sin reconocimiento ni siquiera en las universidades, desconocidos del gran público, y sin medios ni recursos para la ciclópea tarea de revertir todo el mal curso del mundo posterior a 1918? Muy difícil. Si en este punto los discípulos de Cristo faltan a su sagrada misión, ¿qué pueden hacer los de Mises?

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