Opinión Nacional

Presos y Cárceles: universo desconocido

Pablo:
Para intentar que la gente entienda el mundo donde estás ahora he decidido publicar este texto en mi blog a pesar de que se trata de un e-mail, o una carta, entre tú y yo y nuestro amigo Eduardo, pero esa “España” (bien que utilizaste las comillas) donde tú ahora vives no la conoce la gente y tampoco les interesa conocerla. La venda en los ojos es más placentera y permite tomarse una copa sin remordimiento. Siendo así, déjame insinuarles tu mundo a través de mi experiencia intentando trabajar con los presos de un penal venezolano a ver si un día logro que lo entiendan porque entre tu penal y el que yo conocí no debe haber mucha diferencia en cuanto al trato inhumano que se le da a un hombre privado de su libertad. Espero me disculpes, pero considero importante publicar este texto ya que la gente desconoce las injusticias a las que son sometidos los presidiarios y cuántas cosas les niegan, por ejemplo: a) Ese ordenador (no pido Internet, eso sería demasiado) que no puedes tener cuando lo tuyo es escribir porque tu condición de periodista y escritor no la has perdido. b) El derecho a un inofensivo Taller de Dramaturgia (en el caso de Venezuela). Apenas he mencionado dos cosas entre las muchas que a ustedes les prohíben con el único fin de hacerles la vida más amarga
.

Me he tomado la libertad de colocar tu foto porque sé que no eres hombre de esconder tu historia ni tu rostro.

Ya a ti te conozco un poco, aunque, como tú mismo dices: “Nunca se termina de conocer a la gente”. De eso estoy convencida. Si algo me agrada de ti es tu tragedia. Te sonará extraño que te diga esto. Paso a explicarte por qué te lo digo: la gente que ha sufrido se hace más humana que aquellos que nunca han tenido experiencias dolorosas. Por lo tanto, albergo la esperanza de que cuando salgas de la prisión tengas la sensibilidad que se necesita para ayudar a otros que sufren tanto o más que tú. También hay muchos que, habiendo vivido lo que tú y yo vivimos, se dan la vuelta y nunca más quieren saber de una cárcel o de un hospital con la excusa de que `eso me trae malos recuerdos´. Esos para mí no sirven, no me interesan. Resuenan las palabras de tu último e-mail enviado a través de Eduardo: “Con hospitales -y tú lo has vivido- y prisiones no se bromea”. Cierto, Pablo, no se puede bromear con algo tan triste.

Te cuento (poco sabes de mí) que crecí admirando la solidaridad de mi padre, un hombre que siempre ayudaba a los demás. Crecí, también, admirando a un gran amigo de él que era como su hermano. Cuando mi madre estaba embarazada, y era yo la que estaba en su vientre, mi padre acompañaba a su amigo en la búsqueda de información para su tesis de post grado (creo más bien que era de doctorado) Este hombre es abogado y se llama Elio Gómez Grillo. Con el pasar de los años se convirtió en un famoso criminólogo que influyó mucho en mí y lo consideré casi como a un padre. Ya te irás dando cuenta que eso de presos y cárceles era una conversación cotidiana en mi casa. A través de mis padres supe de un prestigioso psiquiatra venezolano y en 1976 me convertí en su paciente. Su nombre es José Luis Vethencourt y es muy amigo de Elio Gómez Grillo. También la criminología es su especialidad y con él se incentivaron más mis deseos de conocer sobre la vida de los presos y las cárceles.

Yo había comenzado a estudiar derecho con el fin de dedicarme a la criminología, pero en la medida que avanzaban mis estudios me di cuenta que los criminólogos se quedan en la teoría, al menos eso es lo que demuestra el desastre penitenciario a nivel mundial. Lo que sucede es que los criminólogos tratan de resolver ese problema desde la comodidad de un escritorio y no es así como se resuelve un drama de tamaña magnitud. Hay que quitarse la corbata -en el caso de los hombres- y los tacones altos -en el caso de las mujeres- e irse a los penales. Quedaba el derecho penal como otra opción, pero me percaté de que los tribunales son un antro de corrupción que no estaba dispuesta a soportar. De eso sabes de sobra.

Es en esta disyuntiva que descubro el teatro, dejo la universidad y encuentro que escribiendo podía llegarle a más gente. Así comenzó todo esto. Era finales de 1976. Mi primera obra de teatro la titulé “El hombre de la guerra” (1979). Es la historia de un hombre que, luego de regresar de la guerra, asesina a su madre. Nace de un sueño que tuve. ¡Vaya sueño!

En 1980 decido visitar por primera vez una cárcel. Preparé un proyecto para un Taller de Dramaturgia y lo entregué al Ministerio de Justicia. Antes de que me respondieran ya estaba dentro del penal. Me relacioné generalmente con presos que escribían o hacían teatro en calidad de actores, pero también con otros que no andaban en eso. Eran los mismos presos quienes me protegían (al igual que a ti) ya que era un penal de alto riesgo: el desaparecido Retén de Catia en Caracas. Me dieron una pequeña oficina donde me encerraba a trabajar con ellos y nunca sentí miedo porque esos reclusos me trataban muy bien. Recuerdo que me daban café y, en un gesto de amabilidad y gratitud, no permitían que yo botará el vaso desechable en la cesta de la basura. Nunca vi gente tan agradecida como esos hombres a quienes nunca les pregunté por qué estaban presos. Me bastaba con sus penurias y consideraba que indagar más era inhumano. La gotita de tiempo que les dedicaba era un tesoro para ellos.

Pablo, conoces muy bien cómo son los penales y la clase de gente que ahí trabaja. No creo que en España sea diferente que aquí. Un día un funcionario del Ministerio de Justicia (que mal usan la palabra justicia) me dijo que no podían pagarme un sueldo por mi trabajo en ese penal. Le respondí que no me interesaba un sueldo y que podía trabajar sin él. Para mi sorpresa, ese funcionario me dijo que eso no podía ser porque era una `vergüenza´ para el Ministerio de Justicia tener a alguien trabajando sin pagarle, ¡pero es que yo no trabajaba para el tal Ministerio de Justicia! Perfectamente puedes entender que yo era un estorbo para ellos y bien sabes por qué. Encontraron las excusas para deshacerse de mí, pero no dejé de ir, hasta que un día fue el propio director del penal (un ignorante; corrupto, tal vez) quien me prohibió la entrada.

Una psicóloga y una trabajadora social me hacían pasar a escondidas del director. Sin embargo, llegó un momento en que ellas me advirtieron que era muy peligroso seguir entrando de esa manera porque me podían sembrar droga y meterme en un problema. No pude regresar ni tan siquiera a despedirme de los presos. Supe que algunos pensaron que los había abandonado. Uno de ellos me mandó a decir que fuera a verlo actuar en un Festival de Teatro Penitenciario que hacían fuera de la cárcel (ahora ni eso tienen). Ese preso se llamaba Juan. Fui a ver la obra en la que actuaba, pero no me permitieron entrar al camerino y me tuve que conformar con verlo desde lejos, sobre el escenario. Le mandé una nota para que supiera que yo estaba ahí. Tiempo después alguien me informó que lo habían asesinado en la cárcel con un chuzo durante una riña entre reclusos. Ya sabes cómo es ese mundo. Era un chico nacido en la pobreza al que nadie visitaba y creo que fui una de las pocas personas que se ocupó de él. Lamenté su muerte no sabes cuánto.

Nadie lograba entender qué hacía una mujer como yo trabajando con presos. Ni mi psiquiatra lo entendía a pesar de que era especialista en criminología. Sin ningún razonamiento preparado con antelación, ahora se me ocurre pensar que tuve la sensatez, sin estar consciente de ello, de ser solidaria con el que sufre previendo que algún día podía ser yo la que necesitara ayuda. Y mira, Pablo, que ese día llegó. Si leíste completo mi relato, recuerda los momentos amargos que viví en el hospital de Santiago de Compostela. Creo que recogí lo que coseché en ese penal porque la gente de tu querida tierra gallega me tendió la mano cuando me toco sufrir a mí. Sucede que los malos momentos llegan en cualquier instante, a pesar de que muchos se creen inmunes a ellos. Esperemos tú y yo por los que nos dieron la espalda. Ya les tocará.

Era el primer año de los 80 cuando comencé a ir a la cárcel. Esos fueron años de abundancia en Venezuela y una clase media prepotente e indiferente gastaba el dinero a manos llenas y viajaban a Miami en lo que popularmente aquí se llamó “ta barato, dame dos”. A esa gente para nada le importaban mis presos, ni sabían que existían. Mientras tanto, preocupada, observaba como los hijos de ellos correteaban un día domingo por los pasillos tristes y sucios de ese penal. Supe, desde ese instante, que esos niños le pasarían factura a esa sociedad que los ignoraba. No era para menos porque, mientras otros niños se divertían en los parques de Disney World, estos otros apolillaban su infancia en el lugar menos indicado para sus años de inocencia. A la clase media y a la alta no les preocupaba el hambre de los niños que vivían en extrema pobreza en miserables ranchos (así llamamos a las chabolas). Mientras sus hijos vivieran bien los demás no eran de su incumbencia. Desgraciadamente eso no ha cambiado.

En septiembre de 1982 viajo a Madrid llevando en mi equipaje una entrevista que le habían hecho a Elio Gómez Grillo, el criminólogo amigo de mi padre. Decía en esa entrevista: “Miles de niños abandonados abonan el campo delictivo venezolano” Aquello me impactó hasta el punto de que aún conservo esa entrevista. Sabía que Gómez Grillo estaba en lo cierto, mas también sabía que nadie le haría caso; para qué si el venezolano vivía muy bien y no vislumbraba un futuro incierto como el actual. En noviembre del 82, un catalán que conocí en Madrid, me advirtió sobre lo que se avecinaba en mi país. Tres meses después (18-02-83) sucedió lo que él predecía: nuestra moneda se devaluó en los primeros meses de 1983 en lo que se llamó El viernes negro. Apenas estaba comenzando la crisis económica que nos agobia. Posteriormente la devaluación ha sido espantosa.

Te cuento todo esto porque te descubrí mientras yo indagaba sobre Chávez. Tú eres un periodista agudo y si atas cabos comprenderás que aquí comienza a germinar la semilla de Hugo Chávez. Este hombre, que viene de una familia humilde, se dio cuenta de todo esto y emerge como el salvador de los desamparados, gana la presidencia, pero al poco tiempo comenzó a gobernar con los mismos errores, y la misma corrupción, de los presidentes que le antecedieron. Por eso no puedo aprobar a la mal llamada revolución bolivariana.

A todas éstas, aquel criminólogo del que te he hablado apoyó a Hugo Chávez y ha tenido importantes cargos en su gobierno. Tú me dirás: ¿y eso qué tiene de malo? Nada tiene de malo pues toda persona es libre de apoyar a quien quiera y tener sus propias convicciones. Lo malo es que este hombre que fue mi norte, el hombre que tanto había luchado por los presos (es justo reconocérselo) una vez que llegó a cargos tan altos no logró un cambio aceptable para aquellas personas que están en tus condiciones y hasta cometió el gran error de solidarizarse con un hombre que secuestró, golpeó y desfiguró el rostro de una chica llamada Linda Loaiza sólo porque el padre de este delincuente es amigo suyo. Pudo más la amistad que la justicia. ¿Te imaginas la decepción que sentí por ese amigo de mi padre que marcó mi vida? Preferí no llamarlo como solía hacerlo, ¿para qué?

El tiempo va pasando, pero la vida carcelaria no cambia aquí. La injusticia sigue siendo la misma, el hacinamiento es peor, la comida de los encarcelados es mala, no hay transporte para trasladar a los presos a los tribunales. Como veras, la `revolución´ de Hugo abandonó a los desamparados de siempre y Elio Gómez Grillo no sé cómo puede explicar su fracaso ya que, siendo simpatizante del gobierno y un hombre experto en penales y prisioneros, supongo que debió contar con el apoyo presidencial y si no recibió ese apoyo su deber era decirlo. Siempre lo conocí como un hombre honesto y la gente honesta no encubre nada. ¿Qué pasó entonces? Esa duda me quedará para siempre. Él me llamaba “hija” en forma cariñosa, por eso lamento ser yo quien tenga que cuestionarlo, pero para mí la verdad es lo primero: lo aprendí de mi padre.

Pablo, ya me vas conociendo mejor, eso espero. ¿Piensas que es capricho de señora acomodada mi desacuerdo con Chávez? ¡Qué va! Las señoras acomodadas no me gustan. Soy una mujer sola que tiene que buscarse sus lentejas, al igual que tú. Las señoras acomodadas no escriben como yo, exponiendo su nombre y apellido. Hay excepciones, como en todo, pero la mayoría de ellas cuando critican a Chávez lo hacen mientras toman té con galletitas y hablan bajito para que nadie se entere de que no quieren a Hugo. De vez en cuando salen a marchar en su contra. Lo hacen porque, entre tanta gente, nadie se interesa en identificarlas con nombre y apellido. De no ser así no se arriesgarían. Espero que las verdaderas luchadoras no se sientan aludidas con mis palabras, pero no soy ingenua y pocas, en este país, saben por qué y para qué luchan. Esto es una dictadura y las dictaduras no admiten libertad, sagrada palabra.

A esas señoras acomodadas no les gustas tú por más guapo que seas y nunca entenderán tu vida en la cárcel, mucho menos te visitarían en ese lugar de privaciones donde te ponen tantas `partes´. Eduardo me está enseñando el argot carcelario de España. Admiro su paciencia.

Ya habrá tiempo para seguirte explicando las razones por las que no me gusta Chávez. Sólo espero que este largo texto sirva para crear conciencia entre mis lectores sobre los presos y sus lugares de reclusión -¡Qué ilusa soy! Sigo siendo una soñadora sin remedio- Albergo la esperanza de que esta historia te sea útil para que el rompecabezas que armas con mi vida empiece a tomar forma. También espero que le sirva a Eduardo a quien le estoy tan agradecida por ser especial, aunque esa palabra no le agrade. Hace pocos días, al hablarme sobre vuestra amistad, escribió lo siguiente:

“Lo mío no es solidaridad. Es amistad, y punto. La entiendo así: inquebrantable, incuestionable, solidaria, cercana, y perpetua. Pablo me la merece”.

Es lo más hermoso que he leído sobre la amistad.

Tengo la seguridad de que cuando recuperes la libertad publicaras un libro extraordinario sobre presos y recintos penitenciarios. Nada más peligroso para la justicia que un periodista o un escritor preso. Tú ya lo has demostrado.

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