Opinión Nacional

Proclama Ni Ni para la guerra

Si de veras esto es una guerra y si fuese cierto que sólo puede resultar un bando ganador para que el otro pierda, confieso que siento simpatías de lado y lado y que también en ambos campos hay gente detestable.

Apoyo a quienes han encontrado en este gobierno una segunda vida, los que por primera vez han logrado cosas tan esenciales como una cédula que es la vía para estudiar, hacer negocios, bancarizarse, existir. Como aquellos que por primera vez logran un crédito, una vivienda, un cupo y facilidades para estudiar, la propiedad de su tierrita, el empleo o la pertenencia a un proyecto productivo. Ni decir de cómo entiendo a quienes han salvado la vida, o la de un ser querido, entre las misiones médicas, por el oportuno diagnóstico de un médico cubano, por una cirugía gratuita o una quimioterapia entregada por el Seguro Social que no desapareció.

Pero también me solidarizo y apoyo en el otro lado a quienes han trabajado y ahorrado, a quienes lograron sus cositas por el esfuerzo de varias generaciones, y ahora viven en desazón y quebranto. Admiro especialmente al capitán de empresas, a esa máquina de nervios que se levanta desde la madrugada pensando en cómo hacer producir sus negocios. Tiene muchos años sembrando para los suyos, pero su crecimiento es el del país y toda la riqueza que genera es la auténtica riqueza nacional.

Aún proviniendo yo de la oposición, en el paro general de 2002 y 2003, aprendí a respetar la reciedumbre del chavista, de aquel que lo sigue por simple fe, el que milita en el “proceso” por puro idealismo y que se conecta espiritualmente en sus largas alocuciones. Temprano descubrí que es mentira que le pagan por serlo. Por el contrario, muy poco o nada ha recibido, más allá de la fuerza para creer que aquel le transmite con su magnetismo personal.

También respeto y me solidarizo con la reciedumbre del que ha marchado diez años, una y otra vez, pidiendo su salida y creyendo en la alternabilidad, , en la separación de poderes, en las instituciones en las cuales siempre creímos. Nunca me ha parecido “vendepatria” ni “escuálido”. Por razones ideológicas o temperamentales dejó de ser chavista o nunca lo fue y para colmo de males, los dirigentes de este bando regularmente se equivocan y cometen autogoles, otorgándole más fuerza al otro.

Cada batalla de este largo período me deja abrumado por sentimientos contradictorios. A veces el perdedor mereció ganar o los mismos capitanes le otorgaron la victoria al otro. Entiendo al comunero, ya descubrí que el consejo comunal es insustituible, pero también creo en los derechos del expropiado, del intervenido, del ocupado y desplazado.

No soy socialista pero admiro el predicamento popular, especialmente piadoso y compasivo hacia el pobre, por el que nunca ha logrado nada, por el campesino sin tierra, por el anciano sin pensión, por el enfermo sin cobertura médica, por el joven sin cupo ni empleo. Tampoco soy neoliberal, pero admiro la productividad, el talento y habilidad del gerente, la capacidad de generar riqueza y empleos, la potestad para multiplicar el dinero, comprar, invertir, ganar. Y no puedo olvidar que grandes benefactores de la humanidad provinieron de este sector. Como Paul Mellon que pasó la vida entera gastando su dinero en obras sociales a favor del prójimo o como nuestro Eugenio Mendoza que hizo casas, hospitales y fundaciones, de su propio bolsillo y a favor del necesitado.

Claro que también siento indignación y desprecio por ciertos combatientes de esta supuesta guerra. Hoy quisiera que quienes dejaron perder las toneladas de comida respondan con sus propios bienes, que les confisquen a ver si más nunca a nadie se le olvida sacar los containers y repartirle la comida al pueblo. Como detesto a los que esconden los recursos, o no resuelven pudiéndolo hacer. Son tan detestables como los que en el otro bando practicaron la usura, el anatocismo (cobro de intereses sobre intereses), permitieron las cuotas-balón para aplastar a los deudores hipotecarios. En realidad, cada bando, el socialismo y el capitalismo tienen sus gérmenes de descomposición, sus inútiles, sus ineptos.

Lo sabio sería que ambos bandos redirigieran sus objetivos estratégicos. El enemigo común es la inoperancia, la incapacidad, la desidia, la impiedad que es la incapacidad para ponerse en lugar del otro y sentirse doliente de sus penas. A este país no lo dañan ni los socialistas románticos ni los opositores demócratas y de buena fe, lo debilitan día por día los especuladores (grandes y pequeños porque quien esconde un container tiene el mismo virus que el que se lleva los paquetes de harina pan para Maicao), los que se llevan afuera cuanto dólar logran cambiar.

Sostengo que los bandos están mal alineados, mal configurados. Del mismo bando deberíamos poner a todos los hombres y mujeres de buena fe, a los de izquierda y derecha, a los cooperativistas y empresarios, a los empleados y gerentes. Y del otro a quienes no les duela este país de contrastes y miseria. Son enemigos del interés popular aunque se disfracen de rojito o tengan la bandera multicolor como mampara. Porque se puede ser chavista bueno, propositivo y honrado, como chavista inepto, improductivo y corrupto. Se puede ser opositor noble, idealista y leal, como opositor agiotista, indolente y ruin.

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