Opinión Nacional

¿Puede un fraude económico ser inocente?

¿Cómo puede ser inocente un fraude? Pues sí. La distancia entre la realidad y la «sabiduría convencional» nunca había sido tan grande como hoy en día porque las mentiras y la impostura se han convertido en el pan nuestro cotidiano. Políticos, oligarcas de todo el mundo, grandes y pequeños medios de comunicación se han permitido digerir esa compota maligna, particularmente referida a la ausencia del intervencionismo estatal porque el mercado es tan mágico que sirve para “autorregularse”, y de la misma forma que las abismales diferencias salariales y el enriquecimiento de unos pocos, son “males necesarios” para que el sistema capitalista pueda sobrevivir. Podemos afirmar entonces que hemos caído mortalmente heridos en una desigual batalla, y como precio de nuestra derrota hemos tenido que ceder ante el engaño y aceptar el fraude legal, «inocente», como una reedición, casi 20 siglos después, en una versión moderna y puesta al día de las Horcas Caudinas.

Así lo expuso el eminente profesor John Kenneth Galbraith (15-10-1908/29-04-2006), nacido en Canadá pero ciudadano estadounidense en su libro «La economía del fraude inocente» (2004), que los pretenciosos editores españoles le pusieron como subtítulo: «La verdad de nuestro tiempo», aunque los justifico porque el profesor Galbraith no era, como decimos popularmente “ninguna comida de viernes”, ratificado este hecho por el propio “New York Times” en el obituario que le escribieron: “Fue admirado, envidiado, y algunas veces desdeñado, por su elocuencia e ironía y su por su habilidad para hacer comprensibles, a cualquier lector instruido, los temas más áridos y complejos”, y aunque tenía grandes atributos éticos, morales, profesionales y políticos, parece ser que eso que llaman modestia no figuraba en su armario, carencia que le ganó la antipatía de los mediocres que nunca llegaron a estar a su altura.

Galbraith ha debido esperar un poco más para morir, y habiéndolo hecho casi al llegar a la centuria, es perdonable su partida porque nos dejó su testamento que es ese libro, que debería estar a la mano de los líderes que hoy manejan a ese país, particularmente el presidente Obama, quien no tendrá la oportunidad de tenerlo entre sus asesores, como ya lo fue de otros presidentes demócratas como Roosevelt, Kennedy y Johnson. Es una lástima que Galbraith ya no pueda iluminarnos sobre los acontecimientos que están estremeciendo al mundo hoy día, particularmente él, que dedicó años de estudio al “crack” de 1929, y las coincidencias de los factores que las generaron, entre los que se encuentran la «cortedad de la memoria en materia financiera», junto con la «engañosa asociación de inteligencia y dinero». En aquella crisis como en la presente hay que tener en cuenta que el escenario está servido para arrasar con los más pobres que están ahí muy cerca para recibir las peores consecuencias de la crisis, en los EEUU y en el mundo, pues ya no hay distinciones, mientras que los ejecutores de las acciones que nos conducen al pandemonium reciben “bonos” multimillonarios, retiros dorados, subvenciones de todo tipo, “ayudas financieras”, etc.

No tengo al profesor Galbraith en ningún altar y no puedo estar de acuerdo con todos sus decires, posiblemente por la abundancia de ignorancia en la que me regodeo. Por eso deseo que quienes puedan tener algo que ver con lo que está pasando puedan leerlo y/o entenderlo, porque una de las cosas que aborda es el mito de que pueda hacerse algo al respecto de las recesiones o de los procesos inflacionarios, pues no estaba de acuerdo con reducir los impuestos a los más ricos, con aquel cuento de que debían proporcionárseles incentivos para que produjeran y ganaran más para que esa riqueza permeara hacia los que estaban abajo, porque «… son acciones manifiestamente ineficaces, pues no consiguen hacer lo que se supone que deben hacer. Pese a ellas, la recesión y el desempleo o el auge y la inflación se mantienen. He aquí nuestra más apreciada y, si se la examina con cuidado, más evidente forma de fraude».

Creo que parte de su testamento se lo dedicó a Bush y le dejó esta frase lapidaria: “Aunque todo lo demás falle, siempre podemos asegurarnos la inmortalidad cometiendo algún error espectacular”. Ojalá que Obama, por su bien y por el de todos nosotros tenga en cuenta este consejo, pues se supone que “maneja” la potencia imperial más poderosa que jamás haya existido. Por eso es que manifiesto mi alerta ante el próximo encuentro entre Chávez y Obama, para recordarle al primero que debe hablar con el segundo sobre estos aspectos, de los que el primero está muy bien informado, pero tengo mis dudas con respecto al segundo.

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