Opinión Nacional

¿Quo Vadis Capriles?

 

Un joven abogado, de 39 años. Y, a la vez, un experimentado político que -hasta ahora al menos- nunca ha perdido una elección, en toda su carrera política. Lo que obviamente no es garantía de nada; pero es muy sugestivo. Por esto, para tratar de definir su personalidad, cabe referirse, aunque brevemente, a algunas de sus características personales, a las que recientemente se refiriera J. Poliszuk, en una nota reciente publicada en “El Universal”.

Capriles no es resentido. Así lo sugiere lo sucedido el 6 de septiembre de 2004, cuando antes de salir en libertad desde una de las celdas del penal llamado “Helicoide”, en la que estaba alojado, se cruzó a la celda de al lado. Allí estaba alojado paradójicamente el juez que poco antes le había negado el pedido de libertad condicional: Juan Ramón León, quien acababa de ingresar a la cárcel acusado de extorsión. Conciliador, Capriles le dijo: “Las vueltas de la vida, usted entrando y yo saliendo”. Sólo eso. Esa cualidad, la de ser un conciliador, por oposición a un sembrador de odios y resentimientos, es probablemente la que le permitió imponerse ampliamente en las elecciones primarias de la oposición y mantener a los demás candidatos en su derredor, en señal inequívoca de unidad.

Capriles es, además, un hacedor. Su gestión al frente de la gobernación del Estado de Miranda así lo demuestra. Ha sido intachable y efectiva. Profesional, diría alguno. Seria, algún otro. Eficiente y exitosa, muchos más. Esa es su garantía de efectividad. Capriles no es un improvisado. Sus logros están a la vista de todos. Sabe administrar bien, lo que no es poco. Más aún cuando ciertamente Hugo Chávez, desde la administración central, no lo ayudó sino que lo hizo objeto de hostigamiento.

Demócrata ferviente, Capriles sabe que, en política, con frecuencia el discurso de los hechos y las realidades cotidianas es más poderoso e influyente que el de los principios.

Por eso en su discurso su apuesta central es al progreso. A hacer, sin exclusiones, las cosas mucho mejor que hoy. Con más eficiencia y efectividad. Con creatividad renovada. De cara a la gente y al futuro.

Presumiblemente no caerá en la provocación ni en la confrontación, las armas favoritas de Hugo Chávez. Las que descansan en la descalificación, la intimidación y el insulto. La de los enfrentamientos estériles.

Los 3.079.284 votos que se animaron a vencer al miedo y votaron en las primarias de la oposición serán seguramente los obreros en su campaña por mejorar a Venezuela. Por esto dice: “Si me invitan al ring, me monto. Pero para darle un nocaut a la corrupción, a la falta de empleo, a los hospitales que no funcionan y a la infraestructura escolar”. Atendiendo a las necesidades reales y cotidianas de todos. Como mandatario de todos. No como personaje presuntamente providencial o mesiánico, sino como agente efectivo de cambios concretos, en dirección a vivir mejor. Todos.

A Capriles no lo alimentan los resentimientos ni lo motiva el odio. Cuando en uno de los debates, nos recuerda Poliszuk, se le preguntó si llevaría a Hugo Chávez a la Corte Penal Internacional de la Haya para que sea juzgado allí por crímenes de lesa humanidad, acotó “No es tarea de un presidente juzgar a nadie”. Se ocupará, en cambio, de que Venezuela mejore para bien de todos, en paz. En un ambiente de serena honestidad, hoy desconocido.

Con su acción y discursos Capriles se define como un hombre sencillo, cercano a la gente. Accesible, directo, con ganas de hacer y con un bagaje reciente de experiencia exitosa que puede exhibir sin mayores problemas. Como político componedor y unificador. Como hábil negociador. Con un estilo que recuerda al de Bill Clinton. Lo diametralmente opuesto al de Hugo Chávez.

En el camino que ha comenzado a transitar será seguramente objeto de toda suerte de agresiones, maniobras y provocaciones; pero, a estar a sus antecedentes, no necesariamente caerá en ellas.

Comparando el estilo de Capriles con lo que es habitual en Chávez, la campaña presumiblemente mostrará dos formas muy distintas de “hacer política”. La del apasionado, casi desenfrenado, frente a la de la tranquila serenidad de quien, con su conducta, muestra fe en sí mismo. La del desborde incendiario, frente a la moderación. La del miedo y la intimidación, frente a la apuesta sencilla a hacer cosas concretas para construir para Venezuela, entre todos, un futuro mejor. La de un renovador, frente a un revolucionario. La que no persigue el revanchismo, contra la de la siembra sistemática e inflamatoria del resentimiento. La que cree que la gente está ya harta del conflicto, contra la de quien no sabe, o no puede, conducir sin provocar divisiones y enfrentamientos. Por todo esto Capriles -que cree que Venezuela es un país con más futuro que pasado- ahora dice “hay un camino”. Con todos a bordo, queda implícito.

Dos estilos. Dos enfoques. Dos visiones. Una sola batalla política sustantiva que ya ha comenzado en Venezuela, cuya sonoridad y efectos se extienden ya más allá de las aguas caribeñas.

Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

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