Opinión Nacional

Se presume perseguido político

Desde que se inventó la técnica de declararse perseguido político, ya nadie se preocupa por declararse inocente. El axioma jurídico de que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario está pasado de moda. Lo que estilan los abogados de alta factura en estos días es que cuando se demuestra lo contrario, el cliente se declara perseguido político y ¡zas!, recupera la inocencia.

La cuestión de si la persona cometió el delito que se le imputa pasa a ser algo irrelevante. «Diga usted si es cierto que mató a su mamá porque le sirvió la sopa fría?», pregunta el Fiscal en el juicio, y el acusado de matricidio por motivos fútiles, debidamente asesorado por expertos en el principio de presunción de persecución, responde, poniendo cara de Mardo: «si la maté o no, es lo de menos; lo importante es que este juicio es una patraña del rrrrégimen. ¡Soy un perseguido político, exijo respeto a mis derechos humanos!».

Para completar el plan de defensa, el abogado declara: «responsabilizamos al ilegítimo Nicolás Maduro de lo que pueda pasarle en una horrible prisión castrocomunista a este ciudadano ejemplar, acosado por sus ideas libertarias».

El invento es genial porque al alegar persecución ideológica, el acusado no solo pasa a ser inocente sino que, eventualmente, puede iniciar una carrera como dirigente político, sobre todo si manda a imprimir unas franelas con el lema: «Matricidas somos todos»… o algo así, según la barbaridad en la que haya incurrido. Además, por efectos de retruque, el Juez, el Fiscal, el demandante -y el rrrrégimen, por supuesto- se convierten en los acusados, los crueles villanos de la película. Hasta la víctima del hecho punible perpetrado puede mutar en culpable, señalada de ser parte de la artera maniobra de la dictadura. «La madre era chavista y se dejó matar para que pudieran acusar injustamente al pobre muchacho», dirán los asesores judiciales entrevistados en la TV.

Cómo tendrá de buena pinta esta veta novísima del Derecho Penal, que Latero Ilustrado está pensando en montar un bufete. Él no es abogado sino magister en alta gerencia egresado del IESA, y por eso otea una singular oportunidad de negocios: poner al alcance del choro común la infalible estrategia del perseguido político. Explica que hasta ahora la han usado acusados con mucha notoriedad pública: banqueros, políticos, periodistillas multimillonarios (¡uf, qué categoría tan sospechosa!) y dueños de medios (sin comentarios), pero el plan es que cualquier otro delincuente pueda hacerlo, siempre y cuando, disponga también de la plata para pagar una defensa moderna. Latero, transformado en todo un jurisperito, ironiza con un latín barato: «in dubio pro persecutio, pana».

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