Opinión Nacional

Si tan solo Marta Colomina viniera en cápsulas

Me despierto. Trato de sonreír. Hago ejercicios con la boca y practico el pensamiento positivo. Me levanto, me estiro y bostezo. Al ver mi silueta reflejada en el espejo, me percato de que ya no estoy tan gordo. Soy un hombre que se acerca a una edad peligrosa y no parezco preocupado por eso ni por nada, de hecho, es increíble que hoy sea el último día de mi vida.

Caminaré por las calles, pondré las cosas en orden y haré que las horas fluyan, se deslicen suavemente por las sábanas del tiempo, que todo lo cubre y todo lo borra, a veces el tiempo es como el jabón, puede limpiar, pero cuidado, también tiene la capacidad de hacernos llorar.

Y yo estoy decidido a no llorar, ¿quiénes lloran? Esos que lo hacen no están resignados y yo, quiéranlo o no, dentro de poco, lo estaré.

Me resignaré a ser venezolano, a no ser japonés ni francés, no, a ser venezolano.

Tengo siete años viviendo una tragicomedia que parece el delirio de un esquizofrénico.

Recuerdo en el 98, escribía artículos que manifestaban angustia por lo que se nos venía. Hacía notar que las tendencias políticas de los “outsiders” nos jalarían a todos a la isla del infierno, donde los seres humanos prefieren la muerte que profiere la mandíbula de un tiburón antes que aquella que se produce cuando se apaga la última luz del espíritu, cuando el alma simplemente muere, dejando a su víctima en una existencia autómata, un reflejo patético de lo que una vez fue.

Esa isla infernal gobernada por quien podría ser otro “señor de los piojos”, como genialmente describió Mario Vargas Llosa a Hussein cuando lo atraparon harapiento en su madriguera, cochino como la rata que siempre fue. Este “señor de los piojos” caribeño que ha fusilado a miles de inocentes y condenado a las mazmorras a cientos de hombres libres por el solo hecho de disentir, de pensar, es el mismo “señor de los piojos” que hoy dirige a Venezuela.

En esta misma tierra que hoy piso por última vez, se han vivido experiencias que en cualquier otra parte serían suficientes para generar un movimiento coherente de acción política abrasando principios y valores irrenunciables, exigiendo la recuperación de la dignidad, del respeto por uno mismo, si se quiere.

Pero no, así no son las cosas en Venezuela. Aquí todo es Light, o son bobería o son chiste, todo lo que se concibe en política es producto de un enlatado que se prepara en los laboratorios de marketing de dos o tres empresas.

Definen al venezolano como un tipo holgazán, barrigón, amante de la cerveza y bruto. Un individuo lleno de complejos, rabias y resentimientos. Un inmoral que se pasa la vida haciendo vivezas “criollas”, un descerebrado que ve las ciudades desmoronarse y los niños muriéndose en las esquinas, pero aplaude las cantinflerías y vota por ellas, una, dos, tres, infinitas veces.

Yo me pregunto, ¿por qué Marta Colomina no se encapsula y la meten de contrabando en la cerveza de los venezolanos? ¿Y si inyectaran a cada compatriota un poco de Marianela Salazar por cada niño que a diario muere por pura indiferencia?
Si eso se pudiera hacer, la historia fuera otra. Pero no se puede.

Por eso camino hoy por estas calles, viendo las nuevas ocurrencias políticas de mis coetáneos.

Mañana, cuando despierte, seré otro hombre. Alguien resignado, un venezolano, que será lo mismo que estar muerto.

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