Opinión Nacional

Significado político de la abstención en el referéndum

No se puede afirmar que el elevado nivel de abstención refleje necesariamente ni un alto rechazo de la Constituyente, ni mucho menos un repudio de la persona del Jefe de Estado.

Una de las enseñanza elementales, sin la cual no puede haber ni una cultura moderna ni una verdadera democracia, es saber distinguir entre los hechos brutos y sus posibles interpretaciones. Un hecho innegable es que en el referéndum del pasado domingo, se ha producido la mayor abstención de todas las elecciones celebradas desde 1958. Pero a partir de este hecho incuestionable, se pretenden hacer ciertas interpretaciones que expresan, más bien, los deseos de sus autores, y que es preciso distinguir de las realidades.En términos generales, la abstención electoral no tiene un significado unívoco, pues depende del sentido que se le dé al acto de votar; y aquí caben dos posiciones contrapuestas. Por un lado, de acuerdo a una venerable tradición republicana, el voto no es concebido simplemente como un derecho, sino ante todo como el ejercicio de una función pública y, por tanto, como un deber fundamental. El dejar de cumplir con él, no sólo es un acto reprobable, como violación de un deber cívico, sino que puede dar lugar a la aplicación de una sanción legal. Esta es la concepción del voto que ha prevalecido en Venezuela, desde inicios de la moderna democracia, que está consagrada en el Art. 110 de la Constitución, y reforzada por un sistema de sanciones para las abstenciones, establecidas por nuestras leyes electorales. Pero, además, desde 1958 el voto fue interpretado, por la mayoría de la población venezolana, como la expresión de un fuerte compromiso emocional de adhesión a la democracia, y no como un acto meramente instrumental. Es más, en los dos primeros procesos electorales se les dio el significado de un plebiscito en favor de la democracia. Así, en el Pacto de Punto Fijo suscrito antes de las elecciones de 1958 se decía que todos los votos a favor de los partidos que suscribían el Pacto «serían considerados como votos unitarios y la suma de los votos por los distintos colores como una afirmación de la voluntad popular a favor del régimen constitucional y de la consolidación del Estado de Derecho». Y en las elecciones de 1963, cuando el Partido Comunista y el MIR lanzaron la consigna de «abstención militante» y trataron de impedir el éxito del proceso, incluso mediante la amenaza de acciones armadas, la masiva concurrencia del pueblo a las urnas pudo ser interpretada como un inequívoco respaldo a la democracia. Es comprensible por tanto, que para la cultura política venezolana, una alta participación electoral significaba un gran apoyo a la democracia, y que los políticos hayan desarrollado una especial sensibilidad ante el aumento de la abstención que se produce a partir de las elecciones municipales de 1979.

Pero, según otra concepción, el voto es un simple derecho que se reconoce en el interés particular del elector, de modo que éste no sólo es libre para utilizarlo de acuerdo a su personal conveniencia, sino también es libre para no ejercerlo. Desde ese punto de vista la abstención no tiene nada reprobable, ni la alta abstención es un signo patológico. Es más, si el voto es concebido como un acto puramente instrumental, surge lo que en la ciencia política contemporánea se ha llamado «la paradoja del votante», que consiste en lo siguiente: dada la bajísima probabilidad de que un votante modifique con su voto el resultado de la elección; dado que ese resultado puede considerarse un «bien público», lo cual quiere decir, que incluso las personas que no han votado no pueden ser privados de los eventuales beneficios que se derivarán de dicha elección; y dado, por último, que votar implica ciertos costos para el votante (pérdida de tiempo y molestias de hacer una cola, etc.), la decisión que tomaría un elector «racional» que calcula los costos y beneficios de la acción de votar es abstenerse. (Lo mismo ocurriría si el resultado de la elección fuera considerado —y a veces con mayor razón— un «mal público», pues también en este caso las personas que no participan en la votación, no podrían librarse de los eventuales perjuicios que resulten de la misma). De acuerdo a esta interpretación, el problema no es la alta abstención que se produce en los países democráticos más avanzados, pues el no votar sería lo normal, lo que resulta paradójico, más bien, es el grado relativamente considerable de votantes.Ahora bien, diversos ejemplos históricos muestran que, a medida que la democracia se consolida en un país —y Venezuela no es una excepción—, las elecciones tienden a perder su fuerte pathos inicial para convertirse en un acto paulatinamente desprovisto de emotividad, en el que los aspectos instrumentales y el pragmatismo tienen a dominar. El no votar no significa necesariamente un rechazo de la democracia, pues puede ser el resultado de un cálculo pragmático de los beneficios comparativos de votar o de abstenerse. En tales condiciones, como se plantea en la «paradoja del votante», lo «racional» puede ser abstenerse. Una forma de superar esa paradoja es mediante un sistema de sanciones relativamente severas y efectivas contra la abstención. En Venezuela, desde la primera ley electoral democrática, en 1958, se estableció un conjunto de sanciones bastante severas pero inefectivas, pues nunca se han aplicado contra nadie, ni siquiera cuando la abstención aumentó enormemente. De tal forma que la reforma electoral de 1993, que eliminó las sanciones a quienes se abstienen, no hizo sino sincerar una situación de hecho.Podemos decir que las consideraciones anteriores sobre la abstención, son válidas no sólo para las elecciones propiamente dichas, sino también para el caso de un referéndum. Ahora bien, se ha dicho que la alta abstención que se ha producido en el referéndum del domingo 25 de abril, significa una derrota para el Presidente Chávez. Pero esta afirmación, expresa más bien un deseo que una realidad, pues no se justifica con la información de que disponemos. En términos generales, los estudios sobre el ejercicio de la democracia directa, muestran (frente a lo que creen muchos de los partidarios de la misma) que en los países que se permite celebrar referendums sobre determinadas medidas legislativas, hay mayor abstención en tales consultas que la que produce en las elecciones de los miembros del parlamento. Naturalmente, el grado de abstención en los referendums, varía de acuerdo a la importancia de la materia sometida a referéndum, pero en todo caso es preciso que se trate de votaciones comparables. Pero en Venezuela, donde el referéndum recién celebrado es una decisión atípica y única, comparar su grado de abstención, con el que hubo en la elección de Chávez como Presidente o con la abstención de cualquier otra de nuestras elecciones regulares, no tiene ningún sentido, pues no son decisiones comparables.

Es cierto que el referéndum fue una iniciativa del Presidente, y que la participación en el mismo puede servir para medir su poder de convocatoria del pueblo, pero no se puede afirmar que el elevado nivel de abstención refleje necesariamente ni un alto rechazo de la constituyente, ni mucho menos un repudio de la persona del Jefe de Estado. Sabemos que algunas personas muy destacadas, hicieron pública su decisión de abstenerse, explicando que consideraban ilegítimo el procedimiento empleado y haciendo explícitos sus juicios adversos hacia el Presidente, pero sería injustificado atribuir a esa misma posición al grueso de las abstenciones, especialmente teniendo en cuenta el hecho de que ninguna persona, partido u organización planteó expresamente como una línea política la abstención, ni hizo ningún llamado o invitación en favor de la misma (y es muy posible que no lo hicieran por temor a una masiva participación del referéndum que significaría un rechazo expreso a quienes hicieran tal invitación).

Pretender que el número de las abstenciones debe sumarse al de los votos negativos, para medir el rechazo de la constituyente, es una pura especulación, que no tiene ninguna justificación. Sólo a través de encuestas realizadas con todos los requisitos científicos podría determinar en qué porcentaje se reparten las distintas motivaciones de llevaron a la abstención. Es evidente, que una parte del universo de las abstenciones, está formado por las personas que rechazaban la constituyente; pero también deber haber un porcentaje de quienes se abstuvieron que era indiferente ante su eventual convocatoria. Por otro lado, aplicando las ideas que vimos a propósito de la «paradoja del votante», la abstención pudo ser la conducta de quienes, sin ser indiferentes a tal convocatoria, creyeron que con sus votos en nada iban a cambiar el resultado final. Y, entre estos últimos, no sólo habría que contar los adversarios de la constituyente (que creían que era inútil votar en contra, pues se consideraban incapaces de impedir su aprobación), sino también estarían los partidarios de la constituyente, que daban por segura su aprobación y por tanto consideran innecesario emitir su voto. A falta de la información, que sólo nos podría proporcionar encuestas serias, las estimaciones del significado de las abstenciones no van más allá de expresar nuestros deseos.

Sin embargo, a partir del nivel de abstención y del monto de los votos afirmativos y negativos de quienes participaron en el referéndum, es posible medir el éxito o fracaso del Presidente Chávez, tanto en términos subjetivos (de acuerdo a sus expectativas al promover el referéndum), como en términos más objetivos (de acuerdo a los cambios efectivos que se producen en los apoyos del Presidente). Para los ingenuos, que creían que como Chávez gozaba de un 80 o hasta un 90 por ciento de apoyo en las encuestas de popularidad, el «SÍ» debería alcanzar un porcentaje semejante del total de electores, el resultado obtenido bien puede ser considerado una ducha de agua fría, sino una derrota. Pero junto a tales ingenuos, tenemos que recordar que, cuando se comenzaban a discutir las características del futuro referéndum, los integrantes de la Comisión Presidencial Constituyente, rechazaron vehementemente el que se fijara cualquier quórum, y tenían muy claro que si éste se fijaba en más del 50 por ciento del total de electores, eso significaría, con toda probabilidad, el fracaso de la consulta popular. Es muy posible que la masa «chavista» —o inclusive algunos de sus más altos dirigentes— en sus momentos de máxima exaltación eufórica, llegaran a creer que era posible lograr tal abrumador apoyo del electorado, pero no era eso lo que esperaban quienes dentro del movimiento proconstituyente, contemplaban las cosas con mayor frialdad.Desde un punto de vista más objetivo, una medida de su éxito o fracaso de Chávez sería la diferencia entre el número de votos que obtuvo como candidato a la Presidencia y el número de votos a favor del SÍ en el referéndum, pues cabría esperar que ese respaldo por lo menos no disminuyera. Desde este punto de vista, el resultado no puede considerarse un triunfo, pues el caudal de votos de apoyo ha disminuido. Pero, en mi opinión, en ningún caso puede considerarse un fracaso, porque esta disminución de apoyos no ha significado el aumento del respaldo de ningún partido, grupo organizado o persona que mantenga una posición adversa a la del Presidente Chávez. O, en otras palabras, no ha favorecido a una real oposición, que le dispute abiertamente el apoyo popular. Mientras falte una verdadera oposición, una cierta disminución de los apoyos expresos a un Presidente puede ser molesto para su ego, pero dicha mengua, que podrá aumentar con el paso del tiempo, es de poca importancia política.

Director de la Unidad de Ciencia Política
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA)
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E-mail: [email protected]

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