Opinión Nacional

Socialismo bolivariano, propiedad y trabajo

No está enmarcada en los clásicos dogmatismos que envolvieron al denominado “socialismo real”, desarrollado en el siglo XX, que, lamentablemente, degeneró en un capitalismo de estado autoritario y que apuntaba su realización en términos macroeconómicos, olvidándose por completo de las condiciones político – sociales de la existencia humana. En su desarrollo, el proceso revolucionario bolivariano ha demostrado la necesidad de deslastrarse de la ortodoxia y abrir paso a una visión mucho más genuina, flexible y versátil.

Podríamos enumerar una serie de diferencias en los campos filosóficos, políticos y sociales, pero centraré mi análisis en el campo de las relaciones de producción, es decir el campo económico. Para empezar el Socialismo del Siglo XXI es un modelo que busca la igualdad y la justicia social en un marco de independencia y soberanía. De allí que no acepte las injerencias directas del capital internacional ni sus visiones de desarrollo que tienen un impacto negativo sobre el medio ambiente. A mi juicio, el planteamiento del Socialismo del Siglo XXI viene a arrojarnos nuevas maneras de interpretar las estructuras capitalistas clásicas y cómo asimilarlas en la lógica social-incluyente. Tomaré dos que a mi juicio le dan al Socialismo del Siglo XXI una violencia por encima de otras propuestas de corte progresista: La propiedad privada y el trabajo. Una de las máximas creencias del socialismo ortodoxo era la demolición de la propiedad privada (de los medios de producción). Había que desmontar la iniciativa privada para poder socializar la producción. El comandante Hugo Chávez insistió que podíamos ensayar nuevas fórmulas que incluyeran distintas formas de propiedad y a su vez dejaba claro que el Estado debía tener control sobre los medios de producción estratégicos.

El socialismo bolivariano se desarrolla absorbiendo y subordinando los elementos capitalistas y la lógica que los sustentan. Esta lógica se basa en el individualismo, la competencia, la exclusión, el lucro y la ganancia. Es por ello que lo primero que se impone es el cambio de percepción hacia una lógica centrada en la solidaridad, la cooperación y el desarrollo humano integral.

El socialismo ortodoxo solo admitía un tipo de propiedad: la “estatal”. Por el contrario la Revolución Bolivariana ha diversificado el concepto de propiedad. No solo reconoce la propiedad privada (sobre los medios de producción) sino que entre ésta y la propiedad estatal hay un amplio abanico de opciones como lo son la propiedad pública, la social, la colectiva y la comunitaria. Así la producción descansaría sobre el Estado, los trabajadores, la comunidad y la participación privada como condición básica para transformar y establecer un nuevo tipo de relaciones de producción que modifiquen el carácter mercantilista y excluyente entre los eslabones de la producción, distribución y consumo.

Hoy por hoy, en medio de una guerra económica que ha generado consecuencias sobre los índices macroeconómicos, como la inflación, el abastecimiento, el valor real del salario y la desaceleración económica, los trabajadores y las trabajadoras deben asumir con empuje y entrega la defensa del proceso revolucionario, pues, mientras en el resto del mundo el 1° de mayo muestra la precariedad en la que se encuentran, con una crisis laboral inmensa y que los índices laborales mostrados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) deja ver como la crisis del capital hoy deja cifras escalofriantes, más de 200 millones de desempleados en todo el mundo, de los cuales 75% son jóvenes entre 15 y 24 años de edad.

Con respecto al trabajo, como institución en la sociedad, se deja atrás la lógica de la explotación intensiva y salvaje de la fuerza de trabajo y del trabajador, la condición suprema del capitalismo. Esta exige más tiempo para trabajar y deja menos tiempo para la realización integral del trabajador como ser humano. La reorganización de los elementos y estructuras capitalistas dentro de un modelo productivo más incluyente y humano produce la necesidad de hallar formulas radicales más eficientes y eficaces para aprovechar los recursos y los avances tecnológicos, conjugado con una correcta utilización de la fuerza de trabajo de los individuos para lograr y sostener mayores niveles de productividad en jornadas laborales más cortas.

Se trata de devolver al trabajo si verdadera esencia. Esta se traduce en palabras de Hebert Marcuse como: (…) lejos de ser una simple actividad económica, el trabajo es la actividad “existencial” del hombre, su “actividad libre y consciente”, de ninguna manera un medio solo para mantener su vida, sino para desarrollar su naturaleza universal (…) un fin en sí mismo. Es indudable el avance en estos campos del Socialismo del Siglo XXI. Y más precisamente de la revolución bolivariana, en este campo, tanto constitucionalmente como en el ámbito de la legislación laboral. En el siglo pasado era impensable un “socialista que no atacara la propiedad privada y comulgara con el aumento de la productividad. La lógica el Socialismo del Siglo XXI no apunta hacia el máximo esfuerzo, sino al mejor y más racional, en un marco incluyente donde todos los espectros se sientan representados.

 

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