Opinión Nacional

Un nuevo Pacto de Punto Fijo

Tras la debacle sufrida en 1998 por los entonces llamados partidos del status (AD y COPEI), el profundo desconcierto que sacudió a esos partidos los hizo cometer, desde el punto de vista político, un “pecado original” que luego desencadenó muchos otros errores, que los han conducido a quedar reducidos en la actualidad a una simple sombra de los grandes partidos que antes fueron.

Me refiero al hecho de que no supieron defender, pudiendo haberlo con la historia en la mano, los muchos e importantes logros que se obtuvieron –a pesar de muchos innegables desatinos– en los 40 años en los que llegaron a capitalizar, dentro del fenómeno de la polarización, hasta el 93,3% del electorado. AD y COPEI, en su aturdimiento, no reaccionaron a tiempo y permitieron pasivamente que calaran en el imaginario popular los estereotipos o clichés del Presidente Chávez para caracterizar todo el período: “los funestos 40 años”, “la oligarquía vendida al imperialismo”, “las cúpulas corruptas”, “la traición a los ideales del Libertador”, “gobiernos de espaldas a los anhelos del pueblo”, “ahora Venezuela es de todos”, etc.… para rematar con el “¡NO VOLVERÁN!”que, al parecer, ha tenido éxito. Todo ello resumido en un falso “tipo histórico” mal ideado y manejado siempre, en sentido peyorativo: “el funesto puntofijismo”…
No es mi intención, ni me toca a mí la tarea de defender la obra de gobierno del bipartidismo (1969-1998), sólo quiero tratar de explicar el significado histórico, del Pacto de Punto Fijo dentro de las circunstancias que le dieron origen y las que marcaron su fin (1958-1960).

Hasta el presente no ha habido otro hecho en la historia política de Venezuela que haya suscitado un júbilo popular tan entusiasta y tan extendido en todo el territorio nacional como la noticia difundida en todos los medios de comunicación del país (salvo El Heraldo, diario gobiernista) el 23 de enero de 1958: “HUYÓ EL TIRANO”.

Seis años (1952-58) de sanguinaria y corrupta dictadura militar, la persecución de toda disidencia y de toda militancia política en cualquier partido que no fuese el oficial (FEI), centenares de presos políticos torturados, el propósito de condenar a la gente a escoger entre el silencio o la sumisión al régimen, dentro de la atosigante propaganda a un presunto “nuevo ideal nacional”, fueron generando espontáneamente en el mosaico de posiciones políticas de oposición (no tan variado entonces como hoy), la necesidad de encontrar entre ellas algunas coincidencias en puntos básicos para unir esfuerzos en el logro de objetivos prioritarios comunes: ponerle fin al personalismo autoritario, reimplantar la democracia y defenderla, permitir al pueblo elegir a sus gobernantes en elecciones libres, limpias y pacíficas y acometer un programa de acción común para atacar los males sociales, mejorar la calida de vida y procurar el bienestar de todos los venezolanos.[Aquí hablo de 1958 aunque parezca que hablara del 2005] A ese clima de concordia y unidad nacional que siguió al derrocamiento de la dictadura militar se le llamó “el espíritu del 23 de enero” según el cual la primera acción política inmediata era la renovación de los poderes públicos electivos en unas elecciones claras y cívicas. Para el caso del presidente de la república, se pensó inicialmente en un “candidato único”, y en tal sentido se barajaron los nombres de Rafael Pizani, Julio de Armas, José Antonio Mayobre, Martín Vegas y Wofgan Larrazábal, este último propuesto astutamente por Rómulo Betancourt.

La candidatura única no fue posible pues los cuatro grandes partidos (AD, URD, COPEI y PCV) no olvidaron sus recíprocos recelos e intereses particulares, por lo cual los diversos nombres considerados en las conversaciones recibían el apoyo de unos y el total rechazo de otros. También por proposición de Betancourt se excluyó al partido comunista de las conversaciones que deberían seguir para lograr algunos acuerdos fundamentales para restaurar el Estado de Derecho. En busca de ese objetivo se discutieron ideas para redactar formalmente una especie de pacto de caballeros entre las fuerzas políticas.

Así, el 31 de octubre de 1958 en la residencia particular de Rafael Caldera, llamada «Punto Fijo», los tres partidos con mayor número de militantes (AD, COPEI y URD) se comprometieron formalmente a actuar de consuno para lograr un acuerdo que, –en síntesis– se expresaban en tres objetivos fundamentales:
1) «Defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral». Esto implicaba el compromiso de contribuir a la formación de un nuevo gobierno democrático legítimo a través de unas elecciones limpias y confiables, realizadas en un clima de paz, cuyos resultados serían respetados sin reservas por todos los signatarios del pacto quienes, igualmente, defenderían las autoridades constitucionales surgidas de esas elecciones, ante un eventual golpe de Estado.

2) «Gobierno de Unidad Nacional». Cualquiera que fuese el resultado electoral, ningún partido aspiraría a la hegemonía en el Gabinete Ejecutivo y el Presidente electo para el período 1959-64 formaría un «gobierno unitario» y equilibrado integrado por representantes de las corrientes políticas nacionales de sectores independientes mediante “una leal selección de capacidades”.

3) «Programa mínimo común». Debería presentarse al electorado un programa mínimo común que sería llevado adelante cualquiera que fuese el resultado electoral. Este sería el punto de partida para garantizar una buena administración y para el afianzamiento de la democracia como sistema.

Entre líneas puede leerse que el objetivo general tácito que se buscaba con este pacto era lograr el compromiso de los tres grandes partidos de impedir la participación decisiva de los sectores militares en la formación del nuevo gobierno y prevenir la eventual posibilidad de una alianza cívico militar semejante a la de 1945 para tomar el poder por la fuerza.

Numerosos testigos en representación de los empresarios, los trabajadores, los estudiantes, los colegios de profesionales universitarios, la Iglesia Católica y la Junta Patriótica presenciaron el acto y avalaron el «Pacto de Punto Fijo». Nadie se opuso a este acuerdo, aunque algunos dejaron constancia de su protesta por no haberse incluido en el compromiso al Partido Comunista de Venezuela. Los propios comunistas sólo se quejaron por su exclusión lo cual indica que aceptaban los acuerdos suscritos.

Meses después de firmado el pacto, Fidel Castro se hizo con el poder en Cuba y visitó a Venezuela en 1959, para celebrar el aniversario del 23 de enero. Aunque aún no se había confesado abiertamente “comunista”, Castro sembró la semilla de la discordia en nuestro país pues los “radicales de izquierda”, sedicentes “progresistas”, asumieron la revolución cubana como propia y aspiraron a que el nuevo gobierno “de unidad nacional” que se instauró luego pusiese en práctica en Venezuela los mismos métodos revolucionarios (juicios sumarios populares, prisiones, fusilamientos y destierros) que ya estaba aplicando Castro en Cuba. El anticomunismo de Betancourt los volvió a ellos “antipuntofijistas”.

Los que lean sin prejuicios el texto completo del Pacto de Punto Fijo (Presidencia de la República, Caracas 1962, Documentos que hicieron historia, T. II, pp.443-49) no encontrarán allí ningún propósito que pueda calificarse de funesto ni nada que lo haga censurable. No es más que la expresión del enorme esfuerzo patriótico que se hizo en las difíciles circunstancias de entonces, para unir a los partidos políticos en una acción común para el logro de un anhelo nacional: volver a la democracia con todo lo que ella implica: libertad, tolerancia, dialogo, separación y equilibrio de los poderes públicos, respeto a los derechos humanos, civismo en la contienda política…
La estrecha conciencia histórica de Chávez, no le permite comprender esto, y en su ya sistemática distorsión de nuestra historia comete otro error garrafal al hablar de “40 años del nefasto puntofijismo”, sin tener en cuenta la verdadera historia. A Chávez aquel pacto le tiene que parecer “nefasto y vergonzoso” porque fue una barrera para la fácil penetración del castrismo en Venezuela. Lo realmente vergonzoso fue que muchos “venezolanos” (José Vicente Rangel incluido) le dieran la espalda a su democracia y a su gobierno para apoyar un “guerra revolucionaria” que duró más de dos años, en la que los izquierdistas radicales empuñaron las armas contra un gobierno legítimo, arriaron la bandera venezolana e izaron la cubana… ¿Cómo puede interpretarse eso, sino como una traición a la patria?
El problema de la Cuba Revolucionaria y sus implicaciones en el enfrentamiento entre los EE.UU. y el mundo comunista, en el cual Venezuela no jugaba ningún papel, creó aquí mayores conflictos políticos e ideológicos y movió más pasiones que cualquier otro tema de política interna.

Es sorprendente como un problema de política internacional llegaría a convertirse en «el dolor de cabeza» del primer gobierno del período democrático. La gran agitación política que vivió Venezuela en el año 1960 debido al «tema cubano», dio origen a otros hechos que crearon una situación de grave crisis política con real peligro para la estabilidad del gobierno: la primera división de AD (MIR), el alzamiento del general Jesús María Castro León, un serio atentado terrorista contra la vida del Presidente de la República, una violenta insurrección popular en toda Caracas (el «popularazo»), la suspensión indefinida de las garantías constitucionales, acalorados enfrentamientos en las sesiones del Congreso y numerosas manifestaciones de violencia callejera promovida por los comunistas y miristas, etc. Betancourt asume entonces una posición abiertamente anticomunista.

El comando nacional del partido URD, protestó la actitud anticomunista de Betancourt alegando que era una posición personal del Presidente, la cual debió ser discutida con los otros partidos de la coalición. En una declaración pública URD amenazó con retirarse del gobierno si éste mantenía esa actitud. Dos altos dirigentes de ese partido José Vicente Rangel, y Luís Miquilena, se mostraron partidarios de que URD debía pasar a la oposición para diferenciarse del gobierno y para capitalizar el descontento ya existente. Rangel asumió la dirección del diario «La Razón» y como tal protestó por las expulsiones que hizo el gobierno de presuntos conspiradores, entre ellos el director titular del diario Marco Aurelio Rodríguez, y atacó fuertemente al gobernador de Caracas Francisco Carrillo Batalla. De pronto pareció que «el espíritu del 23 de enero» había desaparecido, hasta el punto de provocar la ruptura de la coalición tripartita de «Punto Fijo».

En agosto de 1960 se realizó en Costa Rica la VII Reunión de Consulta de los Cancilleres Americanos convocada por la Organización de Estados Americanos (OEA) para discutir una resolución que condenaba la intromisión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de la China Comunista en Cuba y en la vida política del continente.

En la discusión del texto de la proposición, el Canciller cubano se retiró de la reunión y anunció el retiro de Cuba de la OEA. El Canciller Venezolano Ignacio Luís Arcaya, (signatario del Pacto de Punto Fijo) siguiendo expresas instrucciones de su partido URD, se negó a votar el texto de la resolución que implicaba sanciones contra Cuba, contrariando así la posición del Presidente Betancourt. Llamado a Venezuela para explicar su actitud renunció a su cargo. Poco tiempo despues, el 16 de noviembre de 1960, –aduciendo «profundas diferencias de criterio en materias económica, internacional y de orden público»–, URD abandonó la coalición y pasó a formar parte de la fuerte insurrección izquierdista que ya existía contra el gobierno. Era el fin del pacto de Punto Fijo que se mantuvo sólo dos años y dieciséis días.

A partir de este momento el apoyo de COPEI sería de vital importancia para el gobierno y para la supervivencia de la democracia seriamente amenazada por fuerzas de derecha y de izquierda, internas y externas. Entonces existía una guerra no declarada entre Cuba y Venezuela y muchos “venezolanos” se pusieron a favor de Cuba. Así lo comprendieron Rómulo Betancourt y Rafael Caldera quienes, no obstante haber sido rivales en su vida política, lograron entenderse y actuar de común acuerdo sin renunciar a sus respectivas posiciones políticas e ideológicas.

El gobierno coaligado AD-COPEI fue llamado humorísticamente por el pueblo «el gobierno de la guanábana» (verde por fuera y blanco por dentro). La verdad es que el apoyo de COPEI le permitió al gobierno y a Betancourt especialmente, sortear los peligrosos escollos a los que tendría que enfrentarse hasta el fin del período constitucional.

El gobierno de Leoni no fue “puntofijista”, se formó otra coalición (AD, URD, FND) que se llamó “gobierno de amplia base”. Ya José Vicente Rangel y Luís Miquilena habían sido expulsados de URD y siguieron apoyando la “guerra revolucionaria” procastrista que ensangrentaba nuestro suelo. En nuestras disputas con la Cuba comunista, Chávez y todos los “suyos” en su tren de gobierno siempre estuvieron de parte del enemigo de Venezuela.

¿De dónde, pues, saca Chávez los 40 años de nefasto puntofijismo? En nuestra opinión más bien fue una lástima que aquel esfuerzo de entendimiento entre los venezolanos para lograr fines loables, haya durado tan poco tiempo.

Las circunstancias políticas de hoy son distintas a las de 1958 pero los principios básicos que inspiraron el pacto de Punto Fijo son hoy también un anhelo nacional: Defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado de unas elecciones limpias, un nuevo gobierno de unidad nacional y un programa mínimo común en pro del bienestar de todos los venezolanos..

Actualizado dentro de las circunstancias históricas de hoy, un nuevo pacto de Punto Fijo (o como quiera llamársele) se impone como una necesidad política prioritaria. Si la dividida y anarquizada oposición y sus débiles liderazgos (hecho que complica enormemente el arribo a un acuerdo) no lo entienden así, cometerán otro craso error político e histórico, pues Chávez, siendo minoría, triunfará ante la división y torpeza de sus mayoritarios opositores con líderes mediocres.

(*): Historiador-Profesor universitario

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