Opinión Nacional

Una cuestión de principios

Como están las cosas en esta pequeña Venecia tropical, ésta reflexión no es exagerada y se ajusta sin duda al espíritu y propósito de ésta revolución. Las bacterias son microscópicos seres vivientes considerados generalmente inferiores en el reino vegetal – aún cuando en nada se parecen a las plantas – existen en todo el planeta y es así como pululan en el agua de los ríos y océanos, en el aire, así como en la profundidad del suelo. A la actividad de éstos diminutos animalitos se debe principalmente la descomposición y putrefacción de alimentos frescos y conservados, igualmente se le atribuyen a éstos la mayor parte de las enfermedades del hombre, de los animales en general y de las plantas. Por tal circunstancia natural, son muy comunes y andan al acecho de cualquier asomo de debilidad o trauma orgánico para actuar con gran voracidad y lograr su macabro objetivo en la cadena biológica de la vida. Ante éste hecho vale la pena observar que el ser viviente atacado por las bacterias tenga un sistema defensivo o inmunológico en buenas condiciones capaz de reaccionar con prontitud ante la ingente amenaza y pueda responder con efectividad para conjurar esta acción y sobrevivir a su incesante ataque. Apartándonos un poco de éstos términos de profundo contenido científico y echando a volar la imaginación, no encuentro mayor diferencia de lo antes descrito con la situación política y social que hemos sufrido en carne propia los venezolanos en la última década. Si tomamos por ejemplo la acción en los distintos órdenes y escenarios de un sin número de bacterias políticas, por llamarlas de algún modo, tratando afanosamente de multiplicarse ante la brecha que pretenden abrir en el sistema defensivo de nuestra democracia, debemos admitir forzosamente que han logrado un resultado parcial hasta el momento, con el agravante que éstos seres insaciables siguen atacando con ferocidad increíble para debilitar aún más el cuerpo institucional de la nación ya que pareciera ser éste su único y siniestro objetivo, desatando con ello el caos para dar rienda suelta a su instintivo resentimiento y complejos reprimidos; de manera que si el sistema de defensa flaquea o no coordina sus funciones con eficacia, no tendríamos más remedio que prepararnos para lo peor. Esta mal llamada revolución tiene como meta inmediata generar y mantener un caldo de cultivo social apropiado para subsistir a como de lugar y persistir una y otra vez en infiltrar la célula misma como objetivo de control y dominación total, moviéndose con extremo sigilo en unos casos o con obsceno desparpajo en otros para escalar posiciones utilizando con habilidad los métodos más sublimes del engaño y la mentira con el anticipado propósito de aprovecharse del cadáver de sus víctimas ultrajadas.

La paz social, la armonía del pueblo y el orden administrativo están reñidos con la misión del gobierno chavista y en su lugar por el contrario promueven la confrontación, el odio social y de clases, así como la impunidad y el caos institucional del país estimulado por un enfermizo mesianismo que contamina e infecta al medio en que actúan. No encuentro una simple explicación de la tragedia venezolana que hoy nos consume, en el ámbito de la sociología y quizás deba remitir mis temores entonces al campo de la ciencia médico-forense particularmente a la relación de la endocrinología y la criminalidad profusamente estudiada a finales del siglo XIX por dos destacados tratadistas italianos como lo fueron Cesar Lombroso (1836-1909) que sostuvo la teoría del criminal nato y Enrique Ferri (1856-1929) quien estableció como factores estimulantes de la criminalidad las circunstancias ambientales, las condiciones económicas y los impulsos síquicos. Ambos entrevieron el problema de las relaciones de la criminalidad con los estados endocrinos, es decir, la producción de hormonas ya que dichos estados tienen una correlación directa con la morfología y la patología criminal, pues existe según ellos, un temperamento criminal proveniente de una constitución delincuencial. Por eso se ha sostenido que todos los autores de actos antisociales son temperamentos criminales, dicho en otras palabras, tienen una personalidad biosiquica que no pudiendo resistir o superar las condiciones presentes de existencia social, ceden a los impulsos de su sistema nervioso degenerado por la miseria filosófica o más bien síquica y desequilibrado en casi todos los casos por el fanatismo o el monoideismo. Si observamos los indicadores sociales en materia de inseguridad, con un contenido cada vez más creciente de crimen y violencia sin castigo, el desempleo real o la incapacidad de cubrir el costo de vida, a pesar del esfuerzo del régimen por ocultarlo, concluimos que la respuesta está sin duda en la psiquis de la propia revolución y sus inspiradores, que ahora arremete con mas fuerza contra toda disidencia para acallar la crítica y borrar de un plumazo cualquier asomo de democracia verdadera y plural. Abrigo sin embargo la esperanza en esa reserva moral y capacidad sin límites que todavía queda en una importantísima porción de venezolanos para preservar la libertad que aunque esquiva y díscola no vamos a ceder tan fácilmente al embate de quienes pretenden aniquilarla, pues nos ha costado mucho parirla y sostenerla. ¡Es una cuestión de principios!

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