Opinión Nacional

Una definición de la inteligencia colectiva (I)

Tomo la definición de inteligencia de la filosofía pragmatista. Grosso modo, se trata de la capacidad de los seres humanos para generar conductas y reacciones cuyos resultados sean exitosos en la búsqueda de sus objetivos. Cuáles sean esos objetivos depende de cada quien, de cada cultura, de cada época histórica. Si algunos de esos objetivos son mejores que otros, es un debate de la ética durante milenios, y lo pasamos de largo porque nos interesa otro asunto: ¿será cierto que existe una inteligencia colectiva que se ha ido incrementando a lo largo de las generaciones, y que se ha disparado en los últimos 30 años debido a la revolución tecnológica y la globalización como dijimos en el artículo pasado? Y si eso es cierto: ¿cómo definimos esa inteligencia colectiva?

La definición de la inteligencia colectiva es una extensión de la definición que dimos arriba. En este caso se trataría de la capacidad que tienen determinados colectivos para generar conductas y respuestas cuyos resultados sean exitosos en la consecución de sus objetivos.

¿Piensan los colectivos como si fueran un organismo? Jung afirmó la existencia de –al menos- un inconsciente colectivo. Detectar un consciente, un pensamiento de las masas, ha sido objeto de debate durante muchos siglos.

Alexis de Tocqueville, hacia 1830, observó que en las ex-colonias inglesas que formaron los Estados Unidos, la gente se reunía en las plazas, esquinas y cafés para hablar de cualquier cosa: desde cómo hacer una cañería hasta cómo diseñar una Constitución. Decía Tocqueville que esos 13 millones de ex–colonos no tenían grado universitario, pero sabían leer y escribir, y no pasaban hambre, eran muy trabajadores, adoraban los negocios, eran muy curiosos, y lograban ponerse de acuerdo a partir del diálogo y el debate sobre temas de todo tipo. Cuando sean 300 millones, profetizó, van a dominar el mundo.

Comparados con las clases ilustradas de Francia, Franklin y Adams eran unos campesinos. USA no tenía ni siquiera un poeta ni un músico nacionales, y menos una filosofía de la talla de las que habían producido Alemania o Inglaterra.

A partir de la deliberación colectiva, el nivel de inteligencia de ese industrioso pueblo se disparó a principios del siglo XX, y les debemos los aviones, los cohetes, las computadoras, las neveras, el ADN, y una lista que no cabe en este espacio.

Su último aporte, Internet, está globalizando y democratizando el conocimiento. La decodificación del genoma humano se hizo desde varios laboratorios en USA, Francia, Alemania, Inglaterra, todos ellos interconectados e intercambiando data. Igual se hace en la búsqueda de nuevos cuerpos celestes: los observatorios y laboratorios de astrofísica en diversos puntos del planeta están interconectados, son una red de inteligencias orquestadas.

Platón, que era un aristócrata,  despreciaba los colectivos, decía que la masa era imbécil, y que el mundo debería ser gobernado por filósofos. Aristóteles, que era un inmigrante macedonio en Atenas, discrepaba, y decía que cuatro ojos ven cosas que dos no alcanzan a ver, así esos ojos sean los de Platón. En vez del gobierno de los ricos o los filósofos, recomendaba un gobierno de la clase media, de gente medianamente instruida, donde no hubiera demasiados pobres y muy pocos ricos, y donde la mayoría tuviera lo suficiente para vivir decentemente. Marx se inspiró en esta tesis para construir su edificio conceptual.

Kant, que no era tonto, pese a sus enormes esfuerzos por codificar la razón humana, admitió en sus Escritos Políticos que había comportamientos de la naturaleza, de los colectivos y de lo que llamamos la Historia, que escapaban a la inteligencia humana de su tiempo. Profetizó que vendrían generaciones capaces de entender mejor la forma en que se mueve la Historia, la forma en que se desarrollan los colectivos humanos que llamamos sociedades. Vendrían futuros Isaac Newton de la historia, la sociología, la ciencia política.

En realidad, creo que la profecía de Kant es acertada, pero no en el sentido individual. Más bien, como  decía Tocqueville, la inteligencia iba a crecer en colectivo. Por eso, la democracia fomenta la inteligencia, y el nombre de su libro, La Democracia en América, no tiene desperdicio.

El pragmatismo norteamericano por su parte es un canto a la inteligencia colectiva, a la democracia, al progreso de todos. John Dewey adoraba el sonido de los yunques mientras paseaba por las calles de Boston, el olor de las panaderías, el debate del banquero con el vendedor de frutas en el mercado. Dewey, a mi juicio, fue uno de los primeros que pudo observar en acción el organismo de inteligencia colectiva que hoy en día somos, y a partir de esa realidad que le rodeaba fue que concibió el método pragmatista, que aún sigue teniendo mucha vigencia y que ha sido heredado por pensadores como Rorty o Putnam.

Una advertencia. Esta inteligencia colectiva del pragmatismo abandona la búsqueda de las esencias. Habla de la solidaridad, de la bondad, de los sentimientos, muy lejos de la aristocrática, soberbia e individualista filosofía de Platón y sus epígonos.

 Tal vez las raíces de esta filosofía y de esta nueva inteligencia no hay que buscarla en Atenas, sino en Jerusalén. Sócrates decía “gnosti seautón”, que traducido es algo así como “conócete a ti mismo” (acepción clásica) o “cuida de ti mismo” en la acepción de Foucault.

Rorty, Tocqueville, James, Dewey, podrían ser mejor descritos con una frase que aparece por primera vez en Levítico, 19, y que los cristianos también conocen muy bien: Ama a tu prójimo como a ti mismo.

Nos guste o no, aunque nos parezca infantil y sentimental, no hay otro camino, pues de suyo, esta Humanidad que está creciendo interconectada va a tener que aprender –mediante la reflexión o mediante el dolor- que vamos todos juntos en esta arca azul que flota hermosa y solitaria en la negrura del espacio. O nos salvamos todos o no se salva nadie.

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