Opinión Nacional

Una ideología de reemplazo

A finales del año pasado, seis ponencias/conferencias supieron de una
afortunada entrega editorial: «El bolivarianismo-militarismo: una
ideología de reemplazo» (Ala de Cuervo, Caracas), por la cual el autor
no sólo actualizó su conocida tesis sobre el culto a Bolívar, sino
evidenció el necesario –como lo indicara Germán Carrera Damas-
«coraje intelectual» para afrontar los referentes establecidos,
llamando a sus colegas a «trabajar por la mejor comprensión de la
crisis de la democracia venezolana» (a fin de valorar los
acontecimientos de acuerdo al sentido histórico), ante la alianza
(antihistórica) del socialismo autocrático, el bolivarianismo como
segunda religión, con el militarismo decimonónico sobreviviente (5, 7,
156). Igualmente, le importa diferenciarse del «aquelarre»
presidencial, siendo expresamente invocado el autor por Hugo Chávez
(82), aunque –entre otros aspectos- quedó pendiente el desarrollo de
un importante enunciado, como la fatal contradicción entre el sistema
sociopolítico liberal y el socio-económico de inspiración socialista,
después de 1958 ( 186 s.).

Define y desarrolla el desfase de estos años, entre la evolución
socio-histórica y la conciencia histórica, social y política,
provocando una perturbación funcional (157, 183), desafiándonos con
nociones como la de una «limpieza étnica» al abordar el célebre
discurso de Angostura de 1819, la seguridad como objetivo preeminente
del proceso independentista o –en definitiva- los legados ocultos.

Constata la «creciente inconsistencia ideológica de los principales
dirigentes de la democracia venezolana», resaltando la abstención
bolivarianista de Rómulo Betancourt, o el «desierto intelectual» del
oficialismo actual, sentida la ausencia de Pedro Duno o J.R. Nuñez
Tenorio (34, 41): agreguemos, por una parte, el angustioso vacío de
elaboración teórica en el terreno de la política, desprestigiada como
tarea del pensamiento, a favor de los instantes, a veces ni siquiera
sucesivos; y, por otra, agravando la situación del poder, las
constantes improvisaciones que dicen tramar una revolución, mediante
las incontables ocurrencias que adquieren o dicen adquirir una
prestancia ética.

Están afectadas todas las escuelas, corrientes y demás manifestaciones
ideológicas: la quiebra del marxismo que no asume su reelaboración
crítica y el estorbo de la democracia cristiana, así como de la
socialdemocracia (17). Según Carrera Damas, América Latina padece una
«aguda desorientación ideológica, si es que no de franco extravío
ideológico», empleada una terminología pseudocientífica en desmedro de
los conceptos ideológicos y políticos específicos (11): el llamado
–asumimos- se extiende a los que profesan la política práctica,
obstinados en atar su instantes a los más cómodos subterfugios de la
pereza o de la ignorancia.

Discrepamos relativamente de la noción de ideología de reemplazo,
coincidiendo con una aproximación al proyecto-país, otra noción que
ha generado mayor daño en la oposición que en los cuadros
pro-gubernamentales. Empero, advertimos la inmensa ventaja de hallar y
discutir las categorías que permitan dar cuenta de una realidad que
los consabidos prejuicios únicamente refuerzan, profundizando el
drama.

La ideología de reemplazo (13 s., 17 s., 119 s., 124, 164, 178 s., 184
s., 187 s., 211 s.), la concibe –de un lado- como un producto
psico-social, partiendo con Ortega y Gasset de un sistema de
creencias, fundada en mitos y esperanzas colectivas, evidentemente
salvacionista y apolítica, amasada por símbolos y fetichismos,
disparada hacia el auto-engaño y el desconocimiento del pasado,
afincada en el desconcierto de la mesocracia y la constante ligereza
de los medios de comunicación social, consagrada por el saqueo
político. Concluyendo –del otro- en una realización autoritaria y
demagógica de contenidos liberales y socialistas, fundamentalista y
simbólica, que rinde culto a la personalidad y –sin ofertas
económico-sociales- utiliza el indigenismo, el ecologismo y el propio
bolivarianismo como sendas coartadas para una experiencia que es la
del socialismo autocrático, el bolivarianismo a ultranza y el
militarismo decimonónico.

Compartimos a plenitud la idea de un régimen que ha explotado
vehemente e irresponsablemente el imaginario labrado también por las
frustraciones y consecuentes fracturas institucionales de las
aceleradas insuficiencias rentísticas, o por el autoritarismo reactivo
o defensivo que –en consecuencia- cultivamos y profundizamos. Empero,
la respuesta política que ahora prevalece en Venezuela, contaminada y
contaminante, puede alcanzar una sistematización que la misma
racionalidad del poder tiende a establecer, gracias a los escritores,
escribas, escribanos, amanuenses y toda suerte de agentes de la
revolución, tal como es vivida o puede vivirse: una compensación de
sus fallas, por el momento, está en el paradigma castrista
sempiternamente reacio a los temblores de autenticidad que experimentó
el marxismo a finales de los sesenta o a principios de los ochenta,
negándole todo viso de actualización.

Luego, el llamado chavismo (a falta de una adecuada denominación que
la ciencia social no tardará en dar, tratándose de un fenómeno
complejo que excede la comprobada vanidad del protagonista), reúne
los requisitos para considerarse como una ideología de reemplazo,
aunque la creemos en propiedad de confiscación, al tomar
desinhibidamente los ingredientes de diversas y contradictorias
doctrinas: para aletear entre los matices del imaginario social y las
vicisitudes del poder o de las cuotas que lo representan (como la
condición candidatural de Ollanta Humala). Influido e influyente,
corrosivo y corroído, utiliza a fondo la ironía postmoderna:
recordemos la única discusión seria que, intentada por 1998, quiso
dar José Rodríguez Iturbe con J.R. Nuñez Tenorio, quien igualmente se
proclamó adscrito al pensamiento de Jacques Maritain; o al llamado a
un debate sobre el socialismo del siglo XXI que, agotado como un ardid
propagandístico, no da ni dará jamás el Presidente Chávez.

Sostenemos que, hoy, el mensaje del régimen no es una mera agregación
circunstancial de elementos, pues, en el curso del poder, adquiere
rasgos de estabilidad y madurez, coherencia y profundidad,
convirtiéndolo en un producto inédito que resulta en el socialismo
petrolero y campamental, con una fase de esplendor saudita, capaz de
aprovecharse de una básica cultura democrática, para ahogarla por la
prioridad fundamental de retención del poder. Puede decirse de la
mezcla exacta, de la fotografía congelada precisamente después del ya
sabido proceso revocatorio del mandato presidencial, que crea escuela
en el continente, por más disparatada que nos parezca, y en franca
competencia con las más reputadas.

Otro elemento digno de destacar es el del proyecto-país, de acuerdo a
lo observado por Carrera Damas en 2003 : «… La participación política
fue dejando se (SIC) ser ´militante´ en función de –como se dice
ahora- ´un proyecto de país´, para reducirse al apoyo y promoción de
candidaturas sin entrar a validar sus contenidos doctrinarios y
políticos. Se instaló y generalizó el hábito de confundir expectativas
grupales, y aun individuales, con programas políticos, en desmedro de
la lealtad partidista» (186). En el campo de la oposición, quizás
estamos en presencia de otra ideología de confiscación a la espera de
una mayor madurez, peligrosa en la medida que –creyéndose una
alternativa, todavía descongelada o truncada como una mezcla precisa-
tiende a destruir los cimientos que quedan de la política entendida
como un compromiso de trascendencia: comprendemos así que la
gobernabilidad (11) se convierta en un fin y no en una herramienta
para tareas de mayor gravedad., como la mismísima transición
post-autoritaria.

El proyecto-país surge, apenas, como un pretexto para la unidad
táctica y, aunque no cabalgue detrás de una determinada figura,
proviene –desde un flanco- de la vieja costumbre de delegar la
concepción y diseño de los programas de gobierno, perfeccionándose
como un outsourcing ad honorem –valga el anglicismo y el latinazo,
como ilustración- cuando el poder luce distante; recrea – desde el
otro – la política como un episodio de episodios, exaltadas la
intriga y el revanchismo, en detrimento de las habilidades que les son
naturales; y, después, laminada, suscita emociones transitorias como
si nos encontrásemos frente a una inmensa valla, las cual podemos
recorrer cual intenso uso del Power Point. Algo elocuentemente
distanciado de un compromiso, sentido y vocación, histórico.

Es notoria la indiferencia hacia el último título de Carrera Damas,
por lo que respecta a una dirigencia que –incluso- dice oponerse al
régimen, más que a Chávez. No obstante, insistamos en una literatura
de mayor densidad que las recetas editoriales y mediáticas que
abundan, a pesar de las circunstancias –es bueno insistir- históricas
en las que nos encontramos.

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