Opinión Nacional

Usando la razón por el amor

Recientemente hablaba con un amigo, treintón, soltero que vive despreocupado por el tema del matrimonio, la familia, etc. Mi amigo está convencido de que el amor va a aparecer en el momento correcto, que la mujer ideal aparecerá sola y, sólo entonces, él sabrá que es la correcta y se casará y tendrá hijitos y vivirá feliz por siempre.

Otros amigos, que ya pasaron o están muy cerca de la mitad de la década de los treinta, vivieron esa despreocupación natural del macho al principio de los treinta, pero un día, repentinamente, se enamoraron, los flecharon y ahora son padres de familia, pero no muy felices que se diga.

Al igual que el primero, estos casados con hijos fueron solteros codiciados, rumberos, apetecibles para las féminas, un poco mujeriegos y laboralmente exitosos. Sus metas estaban bien establecidas a nivel académico, laboral, intelectual, económico, etc. Pocos pensaban seriamente en la soltería eterna, pero ninguno estaba apurado por enseriarse con alguna mujer. Eso sí, y en esto eran intransigentes, ninguno se ligaba “en serio” con alguna chica que no fuera potencialmente la madre de sus hijos. Incluso, hubo un par que esperaban conseguir a una mujer para procrear, mas no para unirse.

Muchas personas tienden a ver el acto de unión entre dos personas como un resultado de la conjunción de las fuerzas del destino; es decir, si estás destinado a conocer a la persona ideal y ser feliz para siempre, lo serás, de lo contrario nada va a suceder, hagas lo que hagas. Más interesante aún resulta el hecho de que el hogar, la casita feliz, forma parte de las aspiraciones de hombres y mujeres en todo el mundo, pero rara vez se trata esa aspiración como una meta real.

Para mi amigo es una meta, pero no hace nada para alcanzarla. Igual que mis otros amigos, exitosos en todos los aspectos de sus vidas menos en lo personal, aquellos que supieron lograr todas las metas que se trazaron menos cualquier cosa relacionada con el amor, los sentimientos, las emociones.

Después de hablar con mi amigo y temer verlo fracasar como a los otros en el área afectiva, comencé a pensar que quizá una de las razones que justificaría el fracaso de las relaciones de pareja hoy día, es que pensamos que se trata de suerte, cuando en realidad debe tratarse como una meta, igual que las demás. Para lograr graduarnos en la universidad, todos nos preparamos, algunos hicimos cursos previos para cubrir las deficiencias que sabíamos nos quedaron del bachillerato, otros tuvieron que mudarse de su ciudad y tomaron citas con psicólogos para que no les pegara tan duro la separación de la familia.

Para lograr el empleo que quisimos, todos nos preparamos para tener la hoja de vida que nos permitiera acceder a la primera entrevista; al lograr el cargo nos seguimos preparando, haciendo cursos, asistiendo a conferencias, talleres de mejoramiento profesional, etc. Para alcanzar nuestras metas nos hicimos conscientes de la necesidad de renuncia a ciertos placeres, y renunciamos, porque esa meta era importante y valía la renuncia, el cambio o la negociación.

Sin embargo, cuando de relaciones se trata ¿no estamos esperando a que del cielo caiga el alma gemela que nos va a amar y aceptar tal y como somos? ¿acaso no es cierto que no analizamos cuáles serían esos detalles que deberíamos ajustar si esperamos tener una relación sana y duradera? Es más fácil esperar que eso pase y terminar desesperado casándose con el primer (o la primera) desesperado (a) que parezca no ser tan mal partido. Es más fácil caer en la tentación de unirse a cualquier antes de quedarse solos, aunque quizá esa unión derive en divorcio o en esa eterna infelicidad que resulta de sacar las cuentas y ver lo costoso que sería un divorcio. Por supuesto, para complacer a mis amigos cínicos, también es más fácil quedarse solo y pensar que siempre la soledad va a ser una buena compañera.

Lo cierto es que vale la pena analizar cuáles son nuestras metas reales en torno a las relaciones afectivas y pensar qué habría que sacrificar o negociar para alcanzar esas metas. Algunos piensan que la razón debe ser abolida por las experiencias sensuales, pero Yo pienso que hay que darle un buen uso a la razón para que lo sensual, lo relativo a los sentidos, no derive en un comportamiento autodestructivo.

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