Opinión Nacional

Venezuela en fuga

La sociedad venezolana ha sido tradicionalmente un polo de atracción de gentes y costumbres de todas las procedencias. No había prosperado nunca entre nosotros los signos identificados con los horizontes del trashumante, de aquel que no vacila frente a la aventura de dejar su tierra para explorar en otras latitudes una nueva expectativa para el destino suyo y el de sus hijos. La diáspora vital del venezolano se encerraba en los confines de su propia geografía. Era el camino del errante que dejaba en tiempos adversos la modestísima vida urbana de toda una época, para irse en búsqueda de mejor suerte, a la no menos escueta y estrecha vida campesina. Guerras civiles, saqueos y desquites de montonera, intranquilizaban la indefensión de los poblados y le imprimirían volátil y atomizada identidad a la dispersada congregación rural donde predominaban nuestros grupos humanos.

Tan acentuada vocación de permanencia expresaba una insistente manera de comportarnos. Todavía registra el recuerdo excepcional de nuestra historia, la circunstancia de que un venezolano tan eminente como Don Andrés Bello quien saliera de la patria en la misión de 1810, permanecería en Londres hasta 1830 y sin escala ni reposo en su Caracas natal a donde nunca más regresaría, seguirá rumbo a Chile donde adquirió definitiva nacionalidad. Y un trotamundos como Don Francisco de Miranda, después de haberse formado en los ejércitos de España y de haber conquistado preeminencia en las filas de los generales de la revolución francesa, después de haber logrado acceso y consideración en las cortes de Catalina de Rusia y en los mismísimos cenáculos del más encopetado republicanismo bostoniano, jamás relegó ni claudicó en su empeño de regresar a su terruño que quiso siempre liberado de ataduras de la corte metropolitana del imperio español. El verso de Pérez Bonalde fue para muchas generaciones, un himno a la irrevocable vocación del venezolano por su patria.

Cuando apareció el petróleo, cuando se precipitó sobre nuestro destino el torbellino inusitado de una insospechada riqueza, se esparció por el mundo entero la confirmación del hallazgo, en las entrañas del suelo venezolano, de aquel mito del dorado, el mismo que durante 300 años había incitado la intrépida aventura de nuestros padres conquistadores. Cuando la utopía consumada se divulgó por el mundo y las cenizas de la guerra oscurecían el horizonte de europa, se precipitó hasta nosotros aquella avalancha inmigratoria de españoles, italianos, libaneses y portugueses, gestores del segundo mestizaje, que le imprimirían a nuestra cultura colectiva, sin abandonar una afirmativa convicción nativista, un contraste de singularísimos contornos cosmopolitas. Caminantes desde todos los costados del mundo, nos atribuyeron condición de pueblo hospitalario, proclive a compartir su suelo con la más intempestiva y diferenciada muchedumbre foránea. Ahí queda todavía el testimonio ejemplar de la colonia de Turén, una tierra donde se produce buena parte de la comida venezolana desde aquel tiempo en que un paisano larense, Armando Tamayo Suárez, concibió y realizó la idea de entregar aquellos ásperos y calientes parajes, al esfuerzo laborioso de escogidos vástagos de europa.

Ni nuestros pioneros pobladores durante la colonia, ni los posteriores a la independencia llegaron jamás a sospechar, en la posibilidad de emigrar no obstante que éste haya sido el recurso más antiguo que el hombre ha inventado para luchar contra la adversidad de la pobreza. Pero en los últimos tiempos y particularmente desde que el actual gobierno empezó su gestión depredadora de nuestras riquezas y de nuestro potencial de desarrollo social, se ha iniciado un proceso cada vez más preocupante y enfáticamente peligroso de emigraciones masivas.

Hasta hace poco tiempo era casi imposible encontrar un ciudadano de este país en alguna ciudad norteamericana dedicado a tareas propias de la economía informal. Ahora, en cambio, miles de venezolanos con autorización o sin ella, se han fugado en busca de mejores alternativas en el estado de la Florida y en otros estados de la unión americana. Los jóvenes venezolanos no consiguen trabajo en el mercado nacional. Egresados muchos de las grandes universidades del mundo, deben padecer una terrible disyuntiva de crecientes frustraciones, cuando al regresar a su país no consiguen modos de empleo o para cuando logran el hallazgo milagroso de alguno, deben someterse al sacrificio de devengar sueldos ridículos que no alcanzan a justificar la inversión en la excelencia de la educación que recibieron.

Venezuela con el control de cambios, con el control policial de los precios, con los insólitos desatinos de todas sus políticas, no sólo está perdiendo reservas en divisas y posibilidades reales de rescate económico. Esta perdiendo algo mucho más inestimable. Los talentos que hemos formado a nuestro costo para que el beneficio de su rendimiento lo perciban las sociedades desarrolladas que sí saben y entienden la significación social y económica de asimilar gratuitamente tan invalorables recursos humanos. El control de cambios no sólo ha servido para dilapidar nuestro acervo de divisas. Ha servido para incentivar el derroche irreparable de nuestra riqueza humana. Economistas, médicos, antropólogos, científicos de la información cibernética, profesionales venezolanos de todas las áreas del conocimiento humano, en lugar de estar con nosotros aportando un cúmulo de invalorables experiencias, estan contribuyendo a acentuar la distancia cada vez más abismal que a nosotros nos separa de las sociedades avanzadas.

Este gobierno insólito, después de habernos causados daños tan devastadores, nada tiene que ofrecernos para salir de la terrible crisis. En dos años, ha causado una devaluación real de la moneda en 400%, una experiencia jamás vivida por esta nación desde la llegada de Colón. El desempleo nunca había sido mayor. La desnutrición de nuestra niñez y de nuestra juventud, no habían nunca registrado tan macabras dimensiones. El salario real por más que se revise indexadamente- grotesco síntoma de la incapacidad gerencial del gobierno- nunca alcanzará el arrebatado ascenso del volcán inflacionario. Venezuela no puede seguir conducida por un liderazgo tan incompetente y avasallante. Ortega y Gasset, en su estudio sobre Mirabeau, decía que la capacidad de organizar la vida colectiva, era el atributo fundamental del genuino hombre conformado para el poder, la política y el estado. Los que nos conducen en esta desdichada hora nacional, simbolizan frente a ese arquetipo, nos dá pena admitirlo, al más triste y decepcionante de los contrastes.

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