Opinión Nacional

“Viejo”: un poema largo de Adriano González León

En 1995, y con el sello editorial Alfaguara de Colombia, el escritor venezolano Adriano González León (1931-14 de enero 2008), hizo del conocimiento público una pequeña obra novelada (a juicio de Gabriel García Márquez fue la obra que él deseo escribir) lo que sería el testamento de vivencia de un hombre ya con los cabellos blancos: “Viejo”.

Es una obra que combina dos historias; una, en la cual relata la relación de unos amigos y sus seres cercanos, y otra en la cual se vale del estilo de la escritura automática para plasmar la realidad de vida de un anciano. Y decimos que se refiere a “la realidad de vida” porque retrata lo que padece un hombre cuando empieza a sentir que ya no es joven, menos maduro, sino viejo. Cuando los años ya no permiten que las articulaciones hagan elástico el movimiento; cuando la gravedad nos pesa más y nos atrae inexorablemente hacia el seno del polvo, de la tierra.

González León ya nos había sorprendido en su novela “País Portátil” con una prosa descriptiva desgarrada y sensitiva a los detalles; en “Viejo” volvemos a ver al escritor expandir su mirada y retratar no sólo la soledad de la vejez, sino los rompimientos, las obligadas separaciones de las cosas y hábitos que nos han acompañado en tantas batallas y tantas seducciones.

Limitar el cuerpo a la vid, a las caminatas largas, a la sexualidad, a todo aquello que acelere y desemboque en presión alta y taquicardia, es algo difícil para quienes nos hemos valido de este cuerpo como instrumento de recolección de información en la construcción del oficio escritural.

“Viejo”, en opinión de Trino Márquez, es un poema largo. Debe leerse con necesidad; como si su lectura nos calmara la sed, nos apasigura el hambre, nos quitara la histeria, nos permitiera un largo momento con la sensación de placer. La prosa se muestra elegante, aunque tediosa en algunos apartes; hay un manejo descuidado de algunas situaciones que pensamos que ha sido voluntario, porque esos descuidos le dan un cambio de ritmo a la historia y permite a lector tomar un aire para no verse invadido por la nostalgia.

El cuerpo poético de la obra se puede aprecian en fragmentos como este: “Me siento viejo. Decaído. Ayer tuve la certidumbre y hoy me pongo a contarlo. Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse…”

Y en un aparte más adentro de la lectura se deja ver la descripción más enaltecedora y desgarradora de la vejez: “…Los cabellos blancos son el paso previo para llegar al color de escarabajo, de pétalo reseco. El color de escarabajo es el color de la muerte. Por eso las coronas, varios días después del entierro, resultan tan miserables y deformes. Se amontonan junto a la cruz y les corre un agua herrumbrosa, agua como de alcantarilla. Otros días más…y sólo quedan los alambres retorcidos y el arco que servía de sostén a las flores…”

Amelia Castilla, en una nota realizada para el diario El País de España el 14 de septiembre de 1995, recoge la posición del autor ante el tema elegido para Viejo; el escritor, recalca Amelia Castilla, le preocupa el paso del tiempo y la añoranza de una eterna juventud que ha sido el alimento nutritivo de la literatura de todos los tiempos: «En el caso de mi personaje, esgrime el propio Adriano González León, el asunto se encara a través de la cotidianeidad que casi todos queremos eludir. A nadie le gusta enfrentarse con el deterioro. El viejo de mi libro lo confiesa cínicamente y a veces lo escribe, lo acepta, lo rechaza… Es sumamente contradictorio, como todos los seres humanos».

Y en cuanto a que si hay una edad feliz, el propio González León expresa: «La infancia, la adolescencia, la madurez o la vejez son imitaciones existenciales riesgosas».

González León negó en vida que Viejo fuese una obra autobiográfica. No quiere hablar de su edad argumentando que una novela como ésta sólo ha podido escribirla alguien con una cierta experiencia, pero reconoció que una novela, un relato o una poesía tiene que ser el resultado de las propias vivencias: «Yo no soy, le expresó a Amelia Castilla en el 95, un escritor profesional, voy a la máquina cuando en verdad tengo una enorme tensión interior y necesito poner por escrito un poco de imágenes, de sueños, de fantasmas, de cosas que me han ocurrido en la existencia».

Adriano González León nunca ocultó que es hombre con debilidades y que el alcohol, una de las más importantes, influyó en su trabajo literario: «…Fueron años de farra y de abandono, pero no es verdad que exista una elocuencia alcohólica, como tampoco es verdad que la sobriedad por sí produzca obras imperecederas; lo que ocurre es que tanto Rubén Darío, un borracho importante, como san Juan de la Cruz tenían imaginación».

El personaje de González León está, en todo el cuerpo literario de la obra, desgarrado por la soledad y por la impotencia de saberse en un cuerpo que se disipa: “…Los amigos y familiares, cuando se tienen, se ocupan de que las cosas no se amontonen, húmedas y malolientes. Afortunadamente yo todavía puedo hacer algo…Yo mismo me ocupo de todo. Hago un esfuerzo, trato de aguantarme. Cuando llego por fin a la poceta, no me sale nada. A veces, sólo un chorrito. Sin violencia. Por eso disminuye sin control y algunas gotas me caen encima. Poco a poco se va formando la mancha amarilla…Y me dejo estar, porque, como antes, no vendrán los orines. Me dejo ir, así como si nada, confiando en tampoco saldrá nada. Entonces me meo…”

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