Opinión Nacional

Violencia, tolerancia cero

«Las instituciones políticas existentes, creadas para ayudar a las personas en su lucha contra la inseguridad, les ofrecen poco auxilio. En un mundo que se globaliza rápidamente, en el que una gran parte del poder político ­la parte más seminal­ queda fuera de la política, estas instituciones no pueden hacer gran cosa en lo referido a brindar certezas o seguridades». 

Zygmunt Bauman: En busca de la política, p.13. 

No es por casualidad que hemos estado insistiendo en el tema de las patologías políticas que pululan en los márgenes de los agrupamientos que se disputan el poder. Estas anomias existen en ambos polos. De momento me refiero a los factores delirantes que se mueven en el campo de la derecha porque son los escenarios que lucen más probables de aquí al 7 de octubre. El peligro más patente en los mapas de riesgos que manejamos es precisamente la deriva de la derecha histérica, grupos fascistoides que tienen poco que perder, que no rinden cuentas ni cogen línea, sicarios de la política dispuestos a lo peor sin el menor escrúpulo. Actúan por cuenta propia o en combinación con sectores económicos que no confían demasiado en sus agentes políticos convencionales (recuerde usted los detalles del golpe de Estado del 11 de abril en Venezuela). 

Importa destacar que la acción de estos grupúsculos disociados no tiene el propósito de «ganar» algo, no buscan algún «triunfo» ni «conquistar» cualquier cosa. Basta con hacer daño –al costo que sea-sin estar haciendo análisis político. En ese camino pueden actuar contra su propia gente si ello genera despelote público e ingobernanza. La derecha republicana tiene unos márgenes de actuación regulados (más o menos) que definen la raya de la que no puede pasarse. En cambio, los focos fascistoides actúan con un alto grado de impunidad, sin sacar cuentas políticas, sin tener que dar la cara por lo que hacen. 

Ello establece precisamente su peligrosidad, por lo mismo, la necesidad de habilitar todos los recursos de prevención para su neutralización. 

La evaluación preelectoral funciona perversamente como un detonante porque esta derecha histérica acentúa su desesperación en la misma medida en que los pronósticos se ponen negros para la oposición. Mientras más contundente aparezca la ventaja del Gobierno en encuestas y otros análisis electorales, más altos son los riesgos de derrape por la violencia inducida o ejercida por estos grupos fascistoides. Como se trata de metodologías terroristas, cuajadas en los albañales de la política, resulta muy difícil su control y prevención. La mejor labor de inteligencia resulta insuficiente para una efectiva neutralización de acciones criminales que se amalgaman con la delincuencia crapulosa. 

Agréguele usted la complicidad –política y operacional-de los chicos de la CIA y otras agencias siniestras que tienen un largo historial de atrocidades en América Latina y el mundo. Es para preocuparse y mucho. 

La antesala de este panorama indeseable para todos es la actuación descarada de las mafias comunicacionales que están trabajando en las estrategias de terrorismo mediático. El amigo Miguel Ángel Pérez y mi hermano Carlos Lanz realizan un seguimiento sistemático de esta fábrica del miedo que pone en evidencia cómo lo hacen y quiénes están detrás. El trabajo sucio es de usos múltiples: le sirve a la derecha electoral para buscar dividendos pragmáticos, le sirve también a la derecha histérica como calentamiento del ambiente para operaciones terroristas. 

No hay que descuidar el encadenamiento siniestro entre servicios de inteligencia internacionales manejados por la ultraderecha, grupos económicos (sobre todo, banqueros) que juegan en varios tableros, segmentos de la derecha electoral que tienen su «plan C» y estos focos disociados de la derecha histérica. Esa cadena del terror está funcionando, no cabe aquí ninguna ingenuidad. Hay manejo de escenarios que así lo contemplan. 

Más grave que eso: hay información «clasificada» que va en la misma dirección. 

Anticipar este cuadro no es un salvavidas… pero ayuda.

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