Opinión Nacional

Y después de Chávez…¿ Qué ?

¿ Tiene usted alguna idea clara de quién será la persona que sucederá a (%=Link(«http://www.whitehouse.gov/president/ «,»George Bush»)%)
en la Presidencia de los Estados Unidos o a José María Aznar en la Presidencia de España ? Seguramente no. Adicionalmente, si pregunta a los ciudadanos de estos países si existen en el presente líderes políticos con la suficiente entidad para ser los próximos presidentes de estos países, probablemente muestren serias dudas al respecto.

Esta situación no es rara en las democracias avanzadas, más bien le resulta característica. En éstas todo el mundo, dada unas mínimas condiciones personales (buena reputación, cierto grado de instrucción, exitosa experiencia gerencial, etc), puede llegar a ser Presidente. Esto es muy diferente de lo que ocurre en una democracia débil como la venezolana, donde el elemento carismático resulta quizás la variable más importante para el éxito político. En un país como el nuestro, individuos grises como Bush Jr. y Aznar, no hubieran jamás accedido a la Presidencia por el voto popular.

Y es que en el venezolano medio predomina aún el deseo de ser gobernado por un Mesías o un Caudillo, en otras palabras, por un tutor o padre severo y autoritario que le permita sentirse seguramente guiado no importa hacia donde, que le releve de la maravillosa pero intimidante responsabilidad sobre su propio destino . En las democracias avanzadas, por el contrario, el Presidente es visto no como un tutor sino como un empleado, un delegado, un gerente, de quien sin duda se exigen dotes de líder, pero de quien no se espera que ejerza un control directo y absoluto sobre la vida de los ciudadanos sino que sólo se desea que se ocupe de garantizar las condiciones para que cada ciudadano pueda desarrollar libre y autónomamente su propia vida. En ellas la personas no tienen miedo a hacerse cargo de sus propias vidas, no necesitan de autoridad paterna o divina para vivir. Bajo esta última perspectiva, el carisma no resulta un elemento relevante en la escogencia de un presidente (excepto en circunstancias extraordinarias), lo clave son sus credenciales gerenciales y disposición a respetar la constitución, leyes y valores morales de la nación. Estos son requisitos que normalmente llenan una buena cantidad de ciudadanos en cada momento del tiempo, la mayoría de ellos carentes de toda notoriedad pública.

En la Venezuela presente, debido a este atrasado mesianismo o caudillismo paternalistas que aún padecemos, se nos presenta un situación que nunca veríamos en democracias avanzadas como las que hemos descrito, se trata del temor de muchos ciudadanos a unas nuevas elecciones presidenciales o con más precisión, el temor a cambiar de Presidente, aún cuando se está convencido de que el actual está llevando el país hacia el caos en todos los ámbitos. Estos venezolanos sienten muchas dudas en torno a la posibilidad de que puedan llegar a la presidencia individuos con los méritos y la capacidad para ejercer tal cargo satisfactoriamente. Parecen ver al próximo Presidente como el producto del azar y no de su propia elección y, peor aún, ni siquiera sienten la seguridad de que existan venezolanos con esa capacidad y esos méritos.

La razón de que este temor se anide en muchos venezolanos se encuentra precisamente en el deseo antes mencionado de ser gobernados por un Mesías o Caudillo carismático, que les releve de su responsabilidad sobre su propio destino, un semidiós que les haga sentir seguros y confiados independientemente de sus esfuerzos y acciones propias. Efectivamente, los individuos carismáticos son muy escasos y su aparición en la historia es en verdad sumamente azarosa, pero lo que resulta aún más dramático, es que son aún más escasas y azarosas las circunstancias en que coinciden el carisma y la capacidad para gobernar. No resulta pues extraño que a muchos venezolanos les resulte angustiosa la incertidumbre sobre lo que vendrá una vez que el actual Presidente abandone el Poder.

Sin embargo, como lo muestra la experiencia de las democracias más avanzadas y la historia en general, las sociedades que han conseguido los niveles más altos de desarrollo material y espiritual, son aquellas donde los ciudadanos se han hecho protagonistas de su propio destino prescindiendo de la necesidad de un guía o tutor carismático y paternalista. Por el contrario, las sociedades donde los ciudadanos han permanecido en la sumisión ante una figura mesiánica, con la esperanza de ser guiados confiada y seguramente al progreso, han terminado en la pobreza material y espiritual más ignominiosa (véase por ejemplo el caso del hermano pueblo de Cuba, el de la Alemania Nazi, etc, etc, etc). Y una vez que los ciudadanos ya no se exigen mas que a sí mismos cuentas por sus éxitos y fracasos, por sus grandezas y miserias, el rol de Presidente de la República cambia radicalmente, para convertirse en un empleo con responsabilidades muy precisas y hasta diminutas, no mucho más importantes que las que conllevan otros miles de empleos, y para las cuáles todo ciudadano con un grado suficiente de ilustración y ante todo con valores morales sólidos está preparado independientemente de su notoriedad pública. En una sociedad así, el peso y poder relativo de la Presidencia y el Ejecutivo en General, dentro de la estructura total del Estado, es muy limitado, y frente al mismo los otros Poderes del Estado, el Legislativo pero ante todo el Judicial, lucen imponentes. En una sociedad como ésta, además, el peso y poder relativo del Presidente de la República frente al de las autoridades locales se encuentre cuando menos en igualdad.

Una vez que se limita de esta manera el rol de la figura del Presidente de la República en el destino ciudadano, y se acepta que siempre habrá muchos ciudadanos capaces y con méritos suficientes para ejercer dicho cargo, los ciudadanos pierden el miedo al juego democrático y a la alternancia en el poder que le es consustancial, ya no se preocupan en cada momento de no saber o identificar a los posibles Presidentes del futuro pues se está seguro de que hay muchos candidatos calificados ya que la limitante e irracional exigencia carismática ha sido superada y sustituida por exigencias de índole gerencial y moral. De este modo, el futuro luce mucho menos azaroso y la elección a través del voto luce como un arma más poderosa al abrirse el espectro de opciones en cada momento hasta abarcar a todos los ciudadanos educados y honestos del país. Es realmente en este contexto, que la democracia cobra todo su sentido y vigor.

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