Opinión Nacional

¿Y el elector? pal carajo

Hoy, ante la página en blanco, me cuesta escribir. El chuzo está clavado. Y duele. Los quintarrepublicanos lograron su objetivo de legitimarse, usando a la pendeja sociedad civil para trepar sobre nuestras cabezas y, lo que no pudieron hacer con los supuestos «comicios transparentes» (que a mí me parecen más bien turbios) lo están logrando con triquiñuelas «legales» para despojarnos de nuestros representantes legítimamente elegidos, como el Cura Calderón, William Dávila y Alberto Galíndez.

Y, digan lo que digan, no me pueden convencer de que Ledezma no ganó la Alcaldía de Caracas, ni de que el Junior fue electo como alcalde de Sucre. Ambas cosas van contra toda lógica.

Y mucho menos me van a hacer creer que Chávez, en su desastroso desgobierno de 18 meses, sólo ha perdido doscientos mil votos. Eso no se lo cree nadie. Si hacemos memoria, en diciembre del 98 no se podía, en la calle, decir que no nos gustaba Chávez, a riesgo de ser linchados por cualquiera que nos oyera. Hoy, cualquiera puede decir de Chávez lo que quiera, porque aquél impresionante fervor popular hace tiempo que lo abandonó. Y ese abandono está, de seguro, representado por mucho más de doscientos mil votos en todo el país.

Yo no niego que Chávez haya ganado. No tengo cómo. Pero sí afirmo y estoy convencida de ello, que, de ninguna manera, lo hizo con tal margen ni con tal cantidad de votos. Es mi opinión y no creo que haya quien me convenza de lo contrario.

Todavía recuerdo la denuncia de Enrique Naime, acerca de la desaparición de 150 máquinas electorales, así como de más de un millón de tarjetones, entre los cuales había unos cuarenta mil del estado Vargas. Y me llama la atención la gran casualidad de que Laya perdió la gobernación de Vargas por treinta mil votos ¿No será que los muertos de Vargas fueron a votar con los tarjetones extraviados? ¿No será también que muchos muertos y abstencionistas votaron por Chávez en quién sabe cuál máquina y de esa manera se abultaron los votos, para así satisfacer el orgullo del sátrapa y hacer creer a todos que el hombre arrasó cuando, si pensamos seriamente en eso, nos podemos dar cuenta de que tal arrase no es matemáticamente creíble?

Yo no tengo dudas: los resultados no son creíbles. Pero no existen pruebas. Esta vez, con la sociedad civil vigilante, con los tontos útiles colocados en la directiva del CNE y encerrados en su torre de marfil, avalando las patrañas y sinvergüenzuras, no hay manera de demostrarlo. Solo los Veedores y grupos aislados de personas intuyeron lo que iba a ocurrir y nadie les hizo caso. Al contrario, fueron desprestigiados e ignorados por las autoridades y por la gran masa de población, en el afán de «salir de eso de una buena vez».

Pero allí quedan las caras largas de Miquilena y Dávila, el elocuente silencio de Chávez el 30 de julio, la rabieta de la Sonia Miquilena en el CNE ese mismo día, la coincidencial botazón de gente del CNE, con el pretexto de que las computadoras estaban recalentadas (justamente cuando Miqui y Dávila entraron al CNE), los cambios de tendencias de última hora, arrojando sospechas para todo el que se moleste en analizar lo ocurrido ese día; también quedan las «amables visitas» de la DISIP a Venevisión y Unión Radio (entre otros), las sospechosas actitudes de los directivos del CNE y de Indra, que pretenden tapar el sol con un dedo: las elecciones fueron un fiasco, en el que los únicos héroes, los marginados de siempre, fuimos los electores, que hicimos largas colas, que cuidamos votos, que fuimos miembros de mesa y que fuimos a votar por demócratas, ya que ni siquiera estábamos bien informados de la manera de hacerlo ya que el CNE no se molestó en tomarnos en cuenta, cuando debíamos haber sido los verdaderos protagonistas.

Y ahora, en los escrutinios, los electores seguimos siendo los grandes olvidados. Somos NOSOTROS los que votamos, son NUESTROS VOTOS los que DEBEN SER RESPETADOS, es nuestra manifestación la que debe estar plasmada en los resultados electorales. Y es obligación de los elegidos hacer que esos votos sean respetados.

Sin embargo, en esta hegemónica quinta republiqueta, eso es de menor importancia. Lo que importa es que el tirano se atornille en el poder y se imponga como el emperador de nuestro país. ¿Y el elector? ¡Que se vaya al carajo!. Ya sirvió para dar «legitimidad» a esta dictadura disfrazada de democracia.

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