Opinión Nacional

Yo también he visto uno

A un programa del canal CNN de la televisión norteamericana fueron invitadas diferentes personalidades civiles y militares para debatir el tema de los llamados platillos voladores. En primer lugar se discutió la real existencia y la procedencia de dichos enigmáticos artefactos; luego, el señalamiento de que podrían ser causantes del desvío de misiles de sus trayectorias predeterminadas, y, por último, la imputación al gobierno de ocultar informaciones importantes sobre el preocupante problema.

Seguí con especial atención los diversos puntos de vista sostenidos por cada uno de los participantes, y he meditado mucho acerca de aquellos que podrían ser acreedores a mayor credibilidad. Pero lo que nunca podría poner en duda es su existencia, porque hace aproximadamente cuarenta y ocho años tuve la ocasión de ver personalmente una de dichas naves espaciales.

Al término de un viaje profesional, regresaba yo de Maracaibo a Caracas, en un avión de la línea Avensa, cuyo piloto era el Capitán Eustorgio Albornoz, a quien me unían cordiales vínculos de amistad Más o menos hacia las ocho de la noche, cuando sobrevolábamos la ciudad de Puerto Cabello, el Capitán se acercó a mi asiento para solicitar me trasladara a su cabina a fin de que contemplara el extraño fenómeno que se estaba produciendo.

Tan pronto allí llegué, pude contemplar un aparato volador con todas las características con que ordinariamente se les representa en gráficas publicadas por los medios. Tenía forma esférica y un halo a su alrededor, que intermitentemente despedía rayos rojos y azules mientras se desplazaba a velocidad vertiginosa.

Se trataba de una realidad que habíamos podido verificar tanto los tripulantes como yo. Además se descartaba toda posibilidad de que se la tildara de alucinación, por el hecho de que, casi a la misma hora, se hubieran reportado de distantes sitios del país ––Ciudad Bolívar, Puerto Cabello, Maracaibo y San Cristóbal, entre otros–– la noticia de muchas personas que afirmaban haber visto desplazarse una nave de tal naturaleza. Aparte de la información ofrecida al día siguiente por todos los diarios nacionales y regionales, podría encontrarse más precisiones sobre el acontecimiento en la popular columna Brújula del distinguido periodista Guillermo José Schael, publicada en El Universal de l7 de setiembre de 1960.

Ante la pregunta que yo le hiciera al Capitán Albornoz de si él reportaría el caso a la Torre de Control, me dijo que no era la primera vez que había visto un platillo volador, y que no daría ninguna nueva notificación para no exponerse a las burlas de quienes niegan absolutamente la existencia de dichas máquinas.

En cuanto a su origen, me inclinaría por la tesis de quienes sostienen que provendrían de otros planetas donde también existiría vida humana y hasta quizá civilizaciones más adelantadas que la nuestra. Es ésta cuestión que algún día se esclarecerá, bien por conquista de la ciencia, o por intercambio de personas entre el nuestro y otros planetas del universo.

Excluyo, en cambio, la hipótesis de su fabricación por alguna potencia terrestre, ya que no hubiera faltado otra que se apoderara de su técnica para tratar de competir en forma igualitaria ante cualquier eventual confrontación.

De acuerdo con expertos militares ––cuyas razones llegaron a convencerme–– adhiero al criterio de que tales artefactos podrían interferir en la trayectoria de misiles lanzados desde cualquier punto de la tierra.

Y en fin, frente de la incertidumbre que rodea la materia, me parece discreta la actitud de cualquier gobierno que se niegue a propagar conjeturas sin fundamento suficiente para sustentarlas.

Ojalá, en tiempo no lejano, se lleguen a disipar las dudas sobre el conjunto de los interrogantes mencionados, y que todo resulte en beneficio de la humanidad y de la paz universal.

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