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País rico, sociedad pobre

Nadie pone en duda que las realidades venezolanas determinan como inoperante su modelo económico. La creciente población en condiciones de pobreza extrema y el repugnante contraste con una privilegiada sociedad de la abundancia, requiere de tanta atención para que sea tratado como medular en el cambio de rumbo y régimen para poder evitar que lo que hoy se denomina crisis humanitaria se convierta en emergencia como consecuencia de una explosión social.

La invitación al diálogo entre las partes opositoras y el régimen parece centrarse solo en temas políticos, y no en planes para erradicar los males sociales que constituyen el pesado lastre que impide el despegue hacia el desarrollo sostenible.

Acabar con las condiciones que caracterizan la pobreza en una determinada sociedad es tarea primordial, o al menos debería serlo para un gobierno democrático. En Venezuela esto no parece ser la norma vigente.

¿El reciente decreto aumentando sustancialmente el salario mínimo permitirá que las remuneraciones conduzcan a mayor dignidad en el trabajo, o desembocará en el total estrangulamiento del mercado laboral?

No frenar la galopante inflación estimula más al crecimiento de la pobreza que cualquier comportamiento del capitalismo salvaje, tan mencionado en los discursos vacíos del presidente y sus incompetentes colaboradores.

Alexis de Tocqueville definía la democracia como un estado de la sociedad y no como una forma de gobierno. Dicho en otra forma, democracia es la desaparición de privilegios y distinciones, es asegurar para todos las mismas oportunidades y bienestar.

Hoy en nuestra maltratada patria se duda si el señor presidente es o no un empleado público, es decir, pretenden que ese cargo disfrute del privilegio de un salario sin responder por su desempeño al empleador, que no es otro que el verdadero y único soberano, nuestro pueblo.

Recientemente se calificó al señor Nicolás Maduro como inasistente a sus obligaciones, es decir abandono del cargo, pero acusarlo de incapaz para administrar, no requiere más comprobación que un paseo por las cercanías de su palacio.

La medición del estado de pobreza de la mayoría de la población es una tarea impostergable, será la carga probatoria más contundente que habrá de enfrentar este fracasado régimen, sea en tribunales, en urnas electorales o ante la historia que no le absolverá.

El empeño en derrumbar el respeto por el mérito y las recompensas derivadas de trabajo y sustituirles por dádivas, limosnas y premios a la holgazanería se ha convertido en crecimiento de “lumpen proletariat” clase enemiga de los trabajadores como bien apuntaba Karl Marx.

Con la indudable riqueza de Venezuela es imperdonable que por la incapaz conducción del país nos alejemos del verdadero estado de bienestar, un gobierno solidario, idóneo para que la protección asistencial logre traducir el patrimonio de los venezolanos en tranquilidad para todos sin privilegios de causa u oficio.

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