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Pan o circo en Brasil

El relato nacional brasileño hasta hace un año era cristalino. Pero el Mundial de fútbol puede contribuir a reparar daños o agravar el malestar ciudadano, especialmente a la vista de las elecciones presidenciales del próximo 5 de octubre.

Existe el riesgo de que la nación latinoamericana se quede en “potencia emergente congelada”

El presidente Lula aseguraba que se estaba creando un nuevo país, en que el progreso económico y social tenían valor de refundación. Las tasas de crecimiento superaban el 4% hasta llegar al 7%; 40 millones de brasileños habían salido de la pobreza para integrarse en ese cajón de sastre llamado “clases medias”; la política exterior era muy activa, con fuerte inversión cultural y económica en África; Brasil era elemento fundamental de los BRICS, el cónclave de grandes potencias emergentes; reclamaba un puesto en el Consejo de Seguridad, y entre sus pretensiones más intangibles figuraba la hegemonía y dirección de un vasto bloque latinoamericano.

La segunda fase de esa acometida la tenía que desarrollar la sucesora de Lula, Dilma Rousseff. Pero existe un contrarrelato de las masas que desencadenaron una airada protesta en junio de 2013, inicialmente por el aumento del precio del transporte, pero muy pronto contra el derroche y corrupción del Mundial, que costó, oficialmente, 12.000 millones de dólares, y que a su inauguración dejaba ocho estadios sin terminar y una estela de acusaciones de desembolsos y reembolsos mal habidos. El contrarrelato se extiende a la inseguridad rampante no solo en las favelas, sino en áreas privilegiadas como la Copacabana de Río, apodada el “Disney carioca”, lo que ha obligado a destacar a 150.000 soldados y 20.000 policías para proteger la fiesta del fútbol; no perdona a la propia Rousseff, abucheada en el partido inaugural, y de la que el escritor Sergio Fausto ha dicho que “ni delega, ni asume el liderazgo”, mientras que la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) podría dividir Sudamérica en dos cuencas, una que mira a China y Japón, y Brasil, amenazado de aislamiento en el Atlántico, con la mortecina organización de Mercosur.

El problema es todo un clásico que ya previó Tocqueville: un progreso real, aunque posiblemente algo maquillado, crea expectativas nunca del todo satisfechas que generan a su vez la protesta de los que exigen antes pan que circo: salud, educación, seguridad, con preferencia a un Mundial, antesala y premonición de los JJ OO de 2016, que fueron concedidos a Brasil en tiempos del lulismo triunfante.

El Mundial solo puede ser un parche para el poder, pero prueba la importancia que se le reconoce el hecho de que el líder de la oposición Aécio Neves anunciara su candidatura presidencial el sábado pasado, tras la primera victoria del equipo local. Rousseff sigue siendo la gran favorita para reeditar un sistema de gobierno llamado “presidencialismo de coalición”, porque se sustenta en una alianza de 10 partidos. Pero lo que está hoy en juego es la “marca Brasil”; el riesgo de que la nación latinoamericana se quede, como se ha dicho, en “potencia emergente congelada”.

(ElPaís.com)

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