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Para quitar al Presidente

Una de las cosas más difíciles en cualquier país es quitar de su puesto al presidente. Una vez que un mandatario llega al poder hay todo un sistema que se echa a andar para protegerlo, física y legalmente.

Ese candidato que no era nadie, de pronto, tiene un ejército, espías, abogados, burócratas y muchísimo dinero para defenderse. Por eso es tan complicado sacar a los líderes de Estados Unidos, México y Venezuela.

Para destituir al encargado de cualquier nación primero hay que demostrar que hizo algo ilegal. Los escándalos personales, la mala administración y una caída en las encuestas no suelen ser razones suficientes para revertir la voluntad de la gente (asumiendo, por supuesto, que el presidente llegó al poder de manera democrática). Tiene que existir algún tipo de crimen para destituirlo.

Eso es lo que varios tratan de probar en Estados Unidos. El exdirector del FBI, James Comey, aseguró que el presidente Trump le pidió que suspendiera una investigación sobre los vínculos de su exjefe de seguridad nacional, Michael Flynn, con los rusos. Además, Comey dice que Trump le exigió “lealtad” y que, al no garantizársela, perdió su puesto. “Fui despedido por la investigación sobre Rusia” dijo en su testimonio ante un comité del Senado. Si se comprobara que esto fue obstrucción de justicia, podría haber un juicio de destitución contra Trump.

Pero la Casa Blanca y su abogado personal, Marc Kasowitz, no lo creen así. Insisten en que el presidente Trump nunca le pidió al exdirector del FBI que acabara con la investigación sobre Rusia y que el mandatario tampoco le exigió “lealtad” a Comey.

Es, por principio, una cuestión de credibilidad. Alguien está mintiendo ¿Comey o Trump? Pero hay más. Es preciso saber quién está diciendo la verdad. “Lo que tenemos que hacer los periodistas es buscar las evidencias”, dijo a CNN el famoso reportero Carl Bernstein, de la dupla del diario The Washington Post que obligó a renunciar al presidente Richard Nixon por el caso Watergate.

En México muchos creen que el presidente, Enrique Peña Nieto, incurrió en un grave conflicto de intereses cuando su esposa compró una casa de siete millones de dólares de un contratista gubernamental. Pero en lugar de que el congreso investigara de manera independiente un posible acto de corrupción, el presidente puso a un subalterno, Virgilio Andrade, a investigarlo a él, a su esposa y al entonces Secretario de Hacienda, Luis Videgaray.

A nadie sorprendió cuando Andrade exoneró a los tres de cualquier ilegalidad. Tumbar al presidente de México por un supuesto acto de corrupción hubiera sido un hecho sin precedentes en la historia del país. Pero todo el sistema político conspiró para proteger a los suyos.

Por último, las protestas multitudinarias que por más de dos meses se han realizado en Venezuela tienen como objetivo la caída del dictador, Nicolás Maduro. O, por lo menos, una salida negociada con unas elecciones anticipadas.

El régimen de Maduro ya se quitó la máscara democrática; ordenó la disolución de la Asamblea, quiere una nueva constitución para eternizarse en el poder y lo controla todo en el país, desde el ejército y las cortes hasta los medios de comunicación y las principales industrias. Además, tienen las armas.

Con una Guardia Bolivariana que utiliza tácticas de guerra contra sus jóvenes, la dictadura madurista quiere sofocar las protestas en los próximos días. Hay más de seis decenas de muertos y, aparentemente, no les importan muchos más si recuperan el control de las calles.

Los venezolanos -y solo los venezolanos- deben buscar una salida a las graves violaciones de los derechos humanos. Pero es tristísimo ver como muchos gobiernos latinoamericanos se han negado a denunciar los abusos de Nicolás Maduro.

Como ven, deshacerse de un líder en Estados Unidos, México y Venezuela no es nada fácil. Son, lo entiendo perfectamente, situaciones distintas y con niveles muy dispares de democracia. Sin embargo, cuando la gente pierde la confianza en un líder el único remedio es denunciarlo y, si comete un acto ilegal, hay que sacarlo.

Hay pocas cosas más difíciles en la política que deshacerse de quien tiene casi todo el poder en sus manos. Pero en ese “casi” está la solución.

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