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¿Por qué gobiernan los peores?

“Hay fuertes razones para creer que lo peor de los regímenes dictatoriales no son un accidente, sino que son fenómenos que el totalitarismo tiene que producir por fuerza más temprano o más tarde. De la misma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la economía tendrá que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes”. F.A. Hayek, Camino de servidumbre.

Siguiendo al citado pensador, la pregunta es: ¿por qué los peores gobiernan en las democracias? Y la expresión peor, en este caso, se refiere a que la democracia contiene fuertes incentivos para premiar a los demagogos y populistas moralmente desinhibidos, corruptos y hasta peligrosos.

Las elecciones por más transparentes y populares que sean, no son garantía alguna para evitar que aquellos lleguen al poder. ¿Por qué ocurre esto? La degradación de la democracia no es un tema menor. Y menos aún en un país como el nuestro. Así como la dictadura cayó víctima de su insoportable descomposición, a la democracia también le ocurre lo mismo. Ejemplos hay muchos. Para no ir tan lejos en el tiempo ni en la geografía, citemos el caso de Venezuela que, de ser la “democracia modelo” en Latinoamérica antes de Chávez, ocurrió que los demócratas les mintieron tanto a la gente con promesas de empleos y mejor calidad de vida, cuando que en realidad nada de ello ocurrió aún con elecciones transparentes.

El clima de opinión predominante en un sector de la población mayoritaria en número resulta clave para comprender del por qué los peores llegan al poder en las democracias. Resulta que al demagogo hábil le resulta fácil lograr la adhesión de la población con gustos e instintos comunes, de principios morales e intelectuales bajos. Un individuo que forma parte de ese sector social, prefiere ser parte de la masa homogénea, deseoso por solucionar sus problemas a cualquier costo.

Esa masa homogénea es poco crítica y está dispuesta a la acción. No le interesa los efectos a mediano o largo plazo de las medidas que se tomen desde el gobierno de turno con tal de que se aprueben sus exigencias. Este escenario, por supuesto, es propicio para que el político profesional demagogo aparezca en escena puesto que es el mejor intérprete de ese ambiente y se aparece como un salvador.

El mecanismo que va a poner en ejecución las exigencias de las masas viene a ser el Estado, el aparato de coerción por antonomasia que mediante la ley (que más bien deberían llamarse mandatos) tiene la atribución de exigir bajo pena de sanción el cumplimiento de lo votado por la mayoría. Este es el primer paso para lo que después se convierte en una verdadera planificación, diseñada según consideren la masa recurrente, los políticos y burócratas.

Afortunadamente no todo es tan pesimista. Una manera de ir impidiendo que los peores accedan al poder consiste en contar con una población con un buen nivel de educación basada en la libertad, con una mayor cantidad de gente propietaria que garanticen sus haciendas y trabajos, con el compromiso de que los valores de la honestidad y el respeto hacia los demás son edificadores de una mejor sociedad.

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