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Preguntas con y sin respuestas y un deber histórico

Son tres los temas.

La negociación

No asistir a la reunión del 18 de enero en República Dominicana fue calificada por mí como un error garrafal y esa opinión la sigo sosteniendo. Ese argumento del ofendido se hacía valer in situ, con todas las formas de presión en la mano, luego de la matanza de El Junquito y de las sanciones de la Unión Europea. Eso hace un negociador con sentido.

Se agregó, a posteriori, para justificar el extravío, que no estarían presentes los cancilleres de México y Chile, ya molestos por lo que veían como poco serio, pero olvidando que estarían sus segundos en un mundo de washchap, de skype y, en fin, de comunicacion instantánea.

Una cosa había quedado demostrada ante la imbecilidad repetitiva de que esos encuentros sólo servían para que el régimen ganase tiempo: los necesitaba en un afán desesperado por tratar de rebajar las sanciones internacionales que, si bien, eran individuales, sembraban la desconfianza en todos los sectores financieros del mundo. Había una posibilidad de extraerle concesiones y cuando esa posibilidad existe uno se sienta.

He allí el origen del malestar de México y Chile, pero la huida hacia adelante con la convocatoria de elecciones presidenciales anticipadas produce el disparo final. Se traduce con una declaración abierta del canciller mexicano y una de vieja diplomacia del chileno, puesto que actúa con el sempiterno criterio de que jamás se debe omitir dejar una puerta abierta. Así, declara que Chile espera una rectificación para entonces estudiar su retiro. Por supuesto que no habrá rectificación, nadie verá a la falsa ANC retirando su convocatoria, por lo que debemos dar por establecido que desde Santiago se ha dicho tambien adiós.

Los voceros oposicionistas que han estado en República Dominicana y que han alegado como esencial la presencia de sus dos testigos mexicano y chileno ¿cómo justificarían ahora su presencia?

El grupo de Lima

Por vez primera el Grupo de Lima omite en su declaración un llamado a la negociación como vía de escape. Escogieron la fecha simbólica del 23 de enero para reunirse en Santiago en la esperanza de hacer volver las aguas a su cauce, pero las diplomacias del continente seguro estaban advertidas de una decisión oficialista tajante de huida hacia adelante ante unas sanciones europeas que los habían herido (a propósito colocadas en su anuncio original sobre la fecha de la reunión que habría de realizarse en Santo Domingo). Por supuesto que no hubo sanciones, la diplomacia continental aún no anda en esos términos, pero al condenar la elección presidencial anticipada el grupo se colocó frente a una sola vía:  los resultados de esa elección no pueden ser reconocidos, lo que significa que no puede relacionarse con un gobierno salido de un proceso espurio.

Sólo dos personas le dijimos al grupo sobre la necesidad de no andarse más por las ramas. Este humilde y limitado escritor y José Miguel Vivanco, de HRW, en un artículo muy coincidente y publicado en el diario El Mercurio de Santiago. Colombia reaccionó y ordenó el retiro de su embajador en Caracas, uno definitivo si vemos que el señor Embajador fue designado inmediatamente para ejercer en Costa Rica. Lo cierto es que la lenta diplomacia continental quedó frente a la única decisión posible si los acontecimientos venezolanos siguen su curso “electoral”: la ruptura con Caracas.

La elección presidencial:

Ahora bien, hay “elecciones” convocadas, ahora en la fecha que les conviene (en el borrador de RD se hablaba del segundo semestre del año), con el mismo CNE (estaba planteado uno nuevo con dos y dos y un tercero), con la orden de legalizar de nuevo a los partidos y sin ningún freno a todos los obstáculos fraudulentos y abusos de poder que, con toda seguridad, serán desplegados a ojos vistas y ahora con un elemento pesado: se trata de una “elección” que el continente democrático condena.

Uno puede suponer que la diplomacia intentará rebajar las condiciones, pero los efectos del baño cautelar serían mínimos. Los del régimen están dispuestos a seguir adelante como sea, pero debemos advertir que se estaría hundiendo en la más absoluta ilegitimidad, perdiendo incluso la de origen que, bien o mal, ha tenido y que le ha permitido soportar la absoluta que ha tenido de ejercicio.

“Ir o no ir”, diría Hamlet, pero aquí no estamos frente a Shakespeare en los mercados de Londres. Aquí se debe medir con la más profunda frialdad de mente, lejos de los gritos de la canalla. Sí debemos recordar que cuando se produjo el errático anuncio de no ir a la elección local se proclamó a los cuatro vientos que se trataba de ir sí a buscar las “condiciones” para participar en la presidencial, de las cuales ninguna existe, sólo briznas de paja en el viento que diría el admirado Gallegos o un montón de “casas muertas”, que diría Miguel Otero Silva y que jamás pudo imaginar, como nos sucede a todos los escritores, que estaba describiendo a una Venezuela muy lejana en el tiempo.

En este país unos cuantos se alimentan de clichés, que si dictadura no sale con votos, que si participar es “legitimar” al régimen y una lista interminable. He precisado que cuando se va a unas  elecciones en dictadura no sólo se puede tener como objetivo ganarla, puesto que se puede hacer para procurar un fraude, para hacer que un gobierno se quite definitivamente el disfraz democrático, y sí, hasta para ganarla, siempre y cuando se tenga una fuerza capaz de hacer respetar los resultados. Aquí estos elementos no existen: todo el mundo sabe que esto es una dictadura, todo el mundo sabe que practica el fraude continuado y, hay que volver a resaltarlo, existe una condena anticipada del mundo democrático a ese “proceso electoral”. Este régimen no se legitima, también hay que precisarlo, ni que en su “elección anticipada” participen los ángeles del cielo.

Desde esta primera mirada la conclusión es obvia, no se puede ni se debe ir, pero la política elemental quedó para los elementales. Existen los abstencionistas sinceros y existen los abstencionistas del juego bastardo, el de aquellos que no ven escape a sus posiciones fundamentalistas en el sentido de que no pueden materializar sus aspiraciones presidenciales, porque aquí – y hay que decirlo con meridiana claridad- estamos llenos de desesperados por ser presidente de una república que, con el cuadro presente, es ingobernable. Bastaría citar la lista de gobernadores y alcaldes afectos al régimen, los tiempos de toma de posesión del nuevo gobierno eventual y la existencia de una Asamblea Nacional Corporativa, más un cuadro militar impredecible en el escape a su deriva y la necesaria adopción de medidas impopulares. Surge la pregunta inevitable: ¿Podría estabilizarse ese eventual nuevo gobierno resultante de una eventual victoria electoral o sería uno derrocable en escasos meses?

La situación amerita una profunda inteligencia. Hay que mirarla en todas sus complejidades y la primera cosa a advertir es que no es tan sencilla como vamos o no vamos. Basta de la argumentación de que no se desperdicia oportunidad o de que “tendrán que votar porque no les queda otra”, una que utilizaron en el pasado y que ahora no funciona pues, entre varias, tenemos un éxodo de millones de votantes no legalizados para votar en el exterior y una tendencia inocultable en buena parte de la población a no votar, más la parte domeñada por la acción populista o por la dependencia de los miserables sueldos oficiales.

El régimen juega a elecciones, pero tengamos presente que en una u otra posición, su convocatoria írrita lo hunde. Midamos cual la hunde más rápido. A ver si esta clase política aprende que sobre el tablero las piezas del ajedrez sostienen otro tablero y, así, muchos tableros. Desde de darle desde ya una patada a la mesa o elegir un candidato, porque elegir un candidato no significa que sea candidato, como inscribir ese candidato no significa que no se retire una vez inscrito (hasta un día antes) o como no elegir un candidato no signifique que no haya un candidato. Simplemente quiero ejemplificar, ante los ojos de los reduccionistas, que hay un abanico de posibilidades y que la partida no siempre comienza con “peón cuatro rey” y que no termina con un jaque falso, pero ayuda una sucesión de jaques para llevarlo a la posición sin salida. Si se elige un candidato, que deberá serlo por consenso, pues no estamos para exhibicionismos primarios, deberá respetarse la voluntad que el país exprese y, por una vez, colocar la conciencia de la crisis, el respeto a los ciudadanos  y los intereses superiores de renacer de las cenizas, muy por encima de las apetencias estrechas, enmarcadas y secundarias. Un candidato que esté muy consciente de que podría terminar no siéndolo. Por lo demás, ni en ajedrez ni en estrategia se hacen anuncios frente a las cámaras.

Todo comienza por una unidad, no una de partidos, una de país, una que hemos denominado insistentemente como Unidad Superior. Debe encontrarse la estrategia de movilizar a la gente porque ahora no es más que una masa privatizada, como la describí en artículo anterior, y porque la queja -a la que está reducida- no conduce a ninguna parte. Ello pasa también por domeñar, por reducir, a estos desesperados por ser candidatos a la presidencia de una república endeble o, si se quiere, ya inexistente, para darle paso a quien no quiera serlo y lo acepte sólo como un deber histórico.

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