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¿Prometer para igual o peor?

El malogrado proceso revolucionario, tiene al país, tristemente, en la más conmovedora condición económica y social. Es por todos conocido los problemas que padece la economía nacional cuando se trata de finanzas públicas dirigidas a resolver situaciones de incidencia capital. Por ejemplo, la crisis habitacional, el mantenimiento preventivo y correctivo de la infraestructura sobre la cual descansa el manejo administrativo y financiero de importantes sistemas públicos en manos oficialistas (vale decir: transporte, electricidad, industrias básicas, vialidad, telefonía, particularmente) sueldos y salarios de funcionarios en todos los niveles de la administración pública en contraste con la hiperinflación que azota, entre otros malestares.

Frente a estas realidades, los dirigentes políticos, al revolver su papel como orientadores que deben estar al servicio de la sociedad en general por cuanto no lo tienen claro siendo parte del estamento directivo del aparato de gobierno, actúan con una insólita desidia que sólo invita a contemplar la crisis desde algún escaño gubernamental. Estos conspicuos dirigentes políticos en cargos públicos, no terminan de entender que las realidades son distintas de las que determinaron la vida del país en el siglo XIX cuando la población no mostraba la densidad actual o cuando los objetivos nacionales se alistaban según requerimientos diferentes pues los avances de la ciencia y la tecnología no revelaban todavía las posibilidades de desarrollo que hoy ostenta.

Resulta absurdo dar cuenta que los logros de esta ridícula revolución, cargada de incongruentes presunciones que sólo han conseguido llevar al país a niveles superados, gracias al esfuerzo de quienes dedicaron su vida al estudio de los adelantos que hoy signan la dinámica económica del mundo, sean escasamente el cambio de una simbología cuyos resultados lucen fatuos ante las adversidades que hoy padece el país. Decisiones que hizo que pasara de siete a ocho estrellas en la bandera nacional. Que si el avance del caballo hacia la izquierda en el escudo nacional. Que si la nominación de una moneda a mil veces más pequeño su valor aunque supuestamente más fuerte pero con una devaluación a cuesta. Que si el atraso del huso horario por simple necedad, aunque ya solucionado. Que si lo que fue la creación de misiones que han hecho a un pueblo más dependiente del Estado sin la menor garantía de empleos productivos. Que si Instituciones públicas sometidas al poder presidencial o la descomposición de la división político–territorial por efecto de un decrépito Decreto-Ley de Ordenación y Gestión del Territorio que sólo planteó la creación de especies de “virreinatos” supeditados al conjuro de Miraflores.

Entre tanto, los incontables problemas existentes se observan magnificados como resultado del delirio de grandeza de todo cuanto se pliega al mandato y deseo del abusivo poder presidencial. Ciudades ganadas por la basura, espacios públicos en patéticas condiciones, apagones continuos, incremento desmedido de la delincuencia, confinamiento de la institucionalidad universitaria autonómica a través de la reducción del presupuesto requerido para su funcionamiento. Entonces, ¿qué está quedando como producto de aludidas pretensiones de cambio que los actuales gobernantes reiteradamente han prometido en el contexto de los procesos electorales? O acaso todo ha estado guiado por el burdo criterio populista según el cual la gestión de gobierno se basa en sólo ¿prometer para igual o peor?

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