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¿Qué nos pasó?

Paulina Gamus

Usted le pregunta a cualquiera que haya emigrado a Venezuela  antes de la era funesta, que es lo que admiraba y añora del país y la mayoría dirá que el talante de su gente, la bonhomía, el sentido del humor, la camaradería, el respeto a las diferencias religiosas y la solidaridad. Durante los cuarenta años de nuestra historia, anteriores a la debacle, aprendimos -además- a convivir de manera civilizada con quienes tenían distintas preferencias partidistas o ideológicas. Hasta dónde me alcanza la memoria ni siquiera llegamos a odiar o a desearles males irreparables  a quienes se sumaron a la guerrilla castro comunista. Y cuando llegó la pacificación se incorporaron a la vida ciudadana e ingresaron al debate político sin que nadie los vituperara o agrediera.

¿Qué somos veinte años después de la hecatombe?  Estoy convencida de que el único descubrimiento de los malhechores que llegaron al poder,  fue un arma secreta para transfundirles su odio a los opositores de manera que se destruyeran entre sí.   Las redes sociales, la escasa prensa escrita que aún sobrevive son un vertedero de bilis, de cicuta, para descargar ese odio no solo contra el hamponato gubernamental, sino también y con mayor saña, contra los opositores que piensen distinto. Las redes se han llenado de expertos en todo, pero especialmente en sesudos análisis políticos que dejan sin argumentos a quien haya perdido años estudiando politología, sociología o psicología.  Y forman unas patotas para destruir política y humanamente a todo aquel que no pertenezca a esa especie de cosa nostra del pensamiento político.

La queja habitual  es que en la oposición no tenemos líderes, pero uno a uno han ido cayendo derribados por la andanada de insultos y acusaciones de las patotas de Twitter y Facebook: son cobardes o vendidos o traidores o todo a la vez.  Los negociadores en República Dominicana encabezados por Julio Borges,  no firmaron ningún acuerdo con los narco-cuatreros, rechazaron abiertamente sus propuestas, pero Borges y todos los demás fueron sometidos a una andanada de improperios y calumnias.

El epítome de la prédica de odiarnos los unos a los otros ha sido el proceso electoral fraudulento, abusivo, inmoral, repudiable convocado por la camorra oficialista. Una parte de la oposición, pienso que la mayoría, ha optado por la abstención. Otros han decidido votar por el candidato Henri Falcón. No quisiera estar en el pellejo de ninguno de estos últimos porque no he leído ni oído un solo argumento respetuoso del  derecho que tiene cada quien de actuar de acuerdo con su voluntad y su conciencia, que es en definitiva lo que se entiende por democracia.  Una mujer luchadora, cuyo esposo pagó injustamente prisión varios años y aun es preso de este régimen, ha sido insultada de todas las maneras. Un ex secretario general de la MUD que lleva todo el tiempo de este régimen delincuencial, luchando por el regreso de la libertad, ahora es un tarifado  de los facinerosos cívicos militares. No hay para qué mencionar los insultos  que recibe el candidato mismo.

La pandilla que ostenta el poder solo ha tenido éxito en dos  propósitos: 1º saquear al país, destruirlo, aniquilarlo y 2º enfrentar a los opositores y transformarnos en Capuletos y Montescos o tirios y troyanos con ansias de devorarnos unos a otros. Para resumirlo, han logrado liquidar el espíritu democrático que  costó cuarenta años  formar.

Escribo esta nota cuando faltan setenta y dos horas para la votación menos confiable desde el plebiscito de Pérez Jiménez en 1957. ¿Qué pasara el día 21 de mayo de 2018? Sin necesidad de ser vidente, el capo di tutti capi será reelecto y  la oposición quedará más dividida que nunca y llena de rencores.  Y así seguiremos padeciendo ad eternum  a los galfaros y antisociales cívico militares porque los opositores no fuimos capaces de soportarnos los unos a los otros.

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