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Respuesta al ex canciller de Colombia Julio Londoño Paredes

Acaba de ser publicado en la prestigiosa y leída Revista Semana de Colombia, un artículo firmado por el Coronel Julio Londoño Paredes (Bogotá, 10 de junio de 1938), columnista habitual de esa casa, cuyo título es “Sombras para Venezuela en el Oriente”. Resumo su contenido utilizando textualmente palabras del propio ex canciller: “El Secretario General de las Naciones Unidas, ha remitido la controversia entre Guyana y Venezuela a la consideración de la Corte Internacional de Justicia. Entretanto el diferendo colombo-venezolano sigue estancado”.

Deseo a este respecto aclarar que actualmente las relaciones entre Colombia y Venezuela tienen un esquema vigente de diálogo, recogido inicialmente en la Declaración de Ureña (28 de marzo de 1989), precisamente cuando el Coronel Londoño era Canciller de la República. Dicho esquema fue perfeccionado posteriormente con el Acta de San Pedro Alejandrino (6 de marzo de1990), convirtiéndose su contenido en política de Estado.

De esas fechas a esta parte, a pesar de los inconvenientes más o menos graves ocurridos entre ambos gobiernos, el modelo de negociación ha sido ratificado y enriquecido por ambas naciones a través de sus gobiernos hasta el día de hoy. Pacta Sum Servanda.

El tema de la delimitación de las áreas marinas y submarinas al norte del Golfo de Venezuela posee su Modus Operandi específico que es manejado por Comisiones Presidenciales Negociadoras que administran también otros temas, a saber: la demarcación y densificación de la frontera terrestre, las cuencas hidrográficas internacionales, la navegación de los ríos y las migraciones.

Los principios en los que se sustentan estas conversaciones son primero el de la negociación directa, quiere decir sin intervención de terceros, y segundo, el de la globalidad, que entrelaza todos los temas desgolfizando la relación entre ambos países y haciéndola así más fructífera y próspera sin ataduras a diferencias territoriales.

A la luz de estos argumentos es que venir a proponer la intervención de terceros a través de la aplicación del Tratado de No Agresión, Conciliación, Arbitraje y Arreglo Judicial entre Colombia y Venezuela (17 de diciembre de 1939), resulta, otra vez y ya tantas, fuera de contexto y de ceguera hostil, al no leer como se debe el rotundo Artículo II del mencionado Tratado, en donde se nos dice que sí, que ambas partes se comprometen a someter a los procedimientos de solución pacífica las controversias de cualquier naturaleza, “exceptuando solamente las que atañen INTERESES VITALES, A LA INDEPENDENCIA O A LA INTEGRIDAD TERRITORIAL”, y el Golfo de Venezuela calza perfectamente en todas esas excepciones. ¿Hasta cuándo habrá que repetirlo?

Pero ya es vieja la mala intención y la manía de querer llevar a Venezuela a laudos en los que siempre hemos salido derrotados en los temas de la definición de la frontera terrestre. Para ejemplo están el Laudo Español (16 de marzo de 1891) y el Suizo (24 de marzo de 1922). Esa ha sido además la postura pertinaz de Colombia, con Julio Londoño a la cabeza, desde los años setenta, esa la de obligarnos a discutir derechos soberanos frente a jueces sobre áreas marinas y submarinas en tercerías jurídicas que hasta al Papa han propuesto.

En tal sentido, los últimos eventos que vienen a mi memoria son los ocurridos hace ya 30 años, en agosto de 1987, en el Golfo de Venezuela, con la incursión entre otras de la corbeta ARC-Caldas en áreas marinas y submarinas en las que Venezuela ha ejercido y ejerce soberanía plena y control inmemorial. El presidente de Colombia era Virgilio Barco y su canciller precisamente Julio Londoño; el presidente de Venezuela era Jaime Lusinchi y su canciller Simón Alberto Consalvi.

Ahora reaparece nuevamente como fuera de foco y de contexto el tema de la delimitación de las áreas marinas y submarinas entre Colombia y Venezuela, por voz de quien ha ejercido, nadie lo niega, tamaño poder en la definición y ejecución de la política fronteriza de Colombia en los últimos cincuenta años, es decir, medio siglo. Honor a quien honor merece.

Por eso justamente es que debemos estar pendientes pues regolfizar las relaciones políticas entre ambos países sería una insensatez. Aprovechar las debilidades institucionales del gobierno venezolano y las penurias de la población que ya rayan en debacle humanitaria con repercusiones alarmantes para el vecino en materia migratoria, para repetir una incursión como la antes señalada, sería una insensatez mayor e imperdonable, otra herida abierta que no merecen las generaciones del porvenir.

Por otra parte, tratar de remendar los fracasos y las derrotas sufridas frente a Nicaragua en litigio por soberanía marítima en esa misma invocada Corte Internacional de Justicia de la Haya, creando una situación de provocación y posible guerra con Venezuela, estaría en contravía además, imagino, con la actitud del gobierno de Juan Manuel Santos quien prefirió la obsequiosa participación del gobierno de Venezuela en resolver el tema de la paz con la guerrilla, dejando a cambio en silencio cómplice hacer y deshacer a su vecino el gobierno venezolano, su mejor amigo, lo que se hacía en contra de la democracia y los derechos humanos. En dicho escenario el tema del Golfo de Venezuela nunca estuvo en la agenda de Santos y ahora, ya con el sol a las espaldas, debería suponer que quién sabe.

Revivir hoy, como lo hace el articulista, traído por los cabellos y mal empaquetado dentro de la problemática presente entre Guyana y Venezuela el tema del Golfo, vendría a darle mayores argumentos al gobierno de Nicolás Maduro para militarizar y radicalizar más aún su gestión interna y su actitud belicosa frente a vecinos y demás escenarios de la política internacional que hoy juegan a favor del restablecimiento de la democracia en Venezuela y a la total pacificación de las guerrillas en Colombia. Sería ponerle en bandeja de plata argumentos, oxígeno y tiempo para que el gobierno se victimizara aún más y disparara su inagotable y cansina artillería verborréica anti imperialista y demás.

Apreciado Canciller Londoño lo invito a que pensemos en grande, nuestros padres mayores y naciones así lo merecen. Animemos más bien la idea de un futuro democrático unido de progreso para ambos pueblos que siguen siendo uno, y relancemos sueños de integración política, económica y social de nuestros dos países amenazados hoy por tantas necesidades y penurias y pendientes de los mismos peligros que cobran fuerza y demagogia en tiempos de cizaña.

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