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¿Revolución o revuleo?

Luego de la cruenta guerra de la Independencia, que costó unas 300 mil vidas, entre ellas las de su clase dominante, este pobre país ha sufrido, con su saldo de muerte y atraso, incontables asonadas, insurrecciones y revoluciones tales como: «revolución de la cosiata», «revolución de las reformas», «revolución popular», «revolución de marzo», «revolución federal», «revolución la genuina» «revolución azul o reconquistadora», «revolución liberal o de abril de 1870», «revolución de Coro», «revolución liberal restauradora», «revolución libertadora», «revolución de la nueva democracia», «revolución de octubre», «revolución del nuevo ideal nacional», «revolución del 23 de enero». Y ya en el período democrático, los costosos alzamientos de Castro León, Ely Mendoza, de las guerrillas comunistas de Fidel Castro, el Barcelonazo, el Carupanazo, el Porteñazo, de los comandantes con sus dos alzamientos, el del 4F y el del 27N. Todas y todos golpes de Estado frustrados o victoriosos, pero el fin último fue la toma del poder de facto por ambiciones personales o partidistas. Y para remate, luego de las elecciones de 1998, el gobierno surgido de las urnas, en comicios apegados a la Constitución vigente para el momento histórico, decide declararse «revolucionario», como si acabara de bajar del Cerro El Bachiller con sus muertos al hombro, y promueve una Constituyente, que sanciona una nueva Constitución que de revolucionaria no tiene nada, salvo adjetivar a Venezuela como Bolivariana, para integrar su sistema político a un supuesto ideal bolivariano, nada democrático, pues su fundamento es la Constitución de Bolivia de 1825, que ocasionó la debacle de Bolívar en Colombia, precisamente por pretender imponer la presidencia vitalicia con derecho a elegir sucesor, con lo que se elimina la alternabilidad en el ejercicio de la presidencia. Así que, de esta manera inversa, pues las revoluciones destruyen primero para reconstruir después, de nuevo habemus revolución Sancho, pero con la originalidad de que continúa estableciéndose en el tiempo -van dieciséis años de acomodos y reacomodos revolucionarios- eso sí, nada de gobierno todavía, y va para largo, de eso se encargó de aclararlo el propio jefe de la revolución luego de su triunfante regreso de la murga de Panamá: «vamos a radicalizar la revolución», y aunque eso solo signifique más escasez, inflación y miedo, si no se toman los correctivos adecuados para regularizar la economía, como debe hacerlo un gobernante que se respete, reditúa más publicidad ser revolucionario que presidente, allí tienen al cagalitroso de Fidel como ejemplo, un tipo que arruinó hasta las lágrimas una nación que estaba en el primer mundo con respecto al resto de América Latina, incluyendo a Venezuela, cuando la tomó por asalto, porque los gringos dejaron de enviarle armas a Batista, sigue siendo una vedette que ni la Tongolele en sus mejores tiempos. Ni el Sultán de Dubai.

El revuleo

Así que lo novedoso de esta revolución, que pide a los gringos, por favor, la reconozcan como tal, es, primero que es la única revolución por decreto, de origen electoral, en la historia de la humanidad, todas las demás han sido procesos violentos que han originado la sustitución, a punta de balas, del orden antiguo -que no se ajusta a los requerimientos revolucionarios- por un orden nuevo -el único que funcionó fue el de los Estados Unidos- esta no ha cambiado nada, sino que ha empeorado lo que andaba mal, exponenciando los vicios, malas mañas y corruptelas de la Cuarta, con el añadido de la inflación -sobre 100% es el estimado 2015, lo que coloca al país en el primer lugar de miseria entre 109 países del mundo, la canasta alimentaria familiar está en 20.919,53 Bs., y el salario mínimo, que ya es el salario nacional, es la cuarta parte- y la escasez de rubros básicos, insumos y servicios, paliada con el «bachaqueo», lucrativa actividad que desdeña, por improductivo, el empleo formal y la comercialización natural -los supermercados y cadenas de farmacias hacen su agosto con la clientela cautiva que les vacía gandolas de mercancía en pocas horas, con pingües beneficios- traicionando a la clase media que les permitió surgir, hideputahabemus, Sancho – tenía razón Lenin cuando sostenía que los comerciantes eran tan despreciables que les vendías las sogas con las que los ahorcarían -generando todo tipo de tráfico oscuro y por vericuetos verdes y urbanos, junto a la ranchificación institucional y física de la otrora república liberal de Venezuela. Pero eso sí, coerción sí hay. Y soborno pa’l pueblo- con solo comida y a punta de cola, porque para salud y educación no hay. Y represión contra la oposición y contra quien ose manifestar su descontento. Y presos políticos, que, como a todo quien escupe para arriba, le han quitado el barnicito democrático al régimen en los escenarios internacionales. ¿Democracia con presos políticos?, sí Luis. En segundo término, la anarquía, que caracteriza el triunfo de las revoluciones, se ha convertido en el símbolo del fracaso de esta. Hay una sensación «sálvese quien pueda» que mantiene los niveles de angustia ciudadana a flor de piel, y el principal beneficiario, con patente de corso, es el hampa, por la impunidad inherente a la falta de gobierno. Cada día surge una orden y una contraorden. Las relaciones del poder con el ciudadano se han deteriorado de tal manera que el funcionariado se percibe paranoico, por lo que cualquier trámite ante un ente oficial es un drama de permisos, fotos y registros. Todos, los de acá, somos sospechosos de algo, de acaparar, de conspirar, de raspar cupos, de bachaquear, de antipatriotas, de apoyar al imperio, de la guerra económica, de rociar el país con larvas de chikungunya y de cualquier otra sandez que el terror a perder sus privilegios inventen los próceres aterrados del proceso, sobre quienes, y de ñapa, menudean las denuncias sobre actividades ilícitas que los mantienen anclados en tierra firme. Con tantos dólares y yo sin poder viajar. El propio revuleo. Sale pa’llá.

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