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Rómulo, más presente y necesario que nunca

No soy quién para defender a Rómulo Betancourt. Estadistas de su talla, que los ha habido y muy escasos en América Latina, se defienden solos. Con su obra y su palabra. Y hay venezolanos infinitamente más capacitados que yo para recuperar la vigencia de su palabra y extrapolar su obra en función de la grave crisis existencial que vivimos, ya a punto de aniquilar su máxima obra: la República Liberal Democrática, como la ha llamado uno de nuestros más destacados historiadores, Germán Carrera Damas. Autor por cierto de un estudio imprescindible dedicado a su obra y su figura: Rómulo Histórico, Editorial Alfa, Caracas, 2013.

De la detenida lectura de su obra, editada primorosamente por la Fundación Rómulo Betancourt a cargo de su hija Virginia Betancourt, especialmente su Antología Política en siete volúmenes, así como las obras con temáticas específicas: Venezuela, Política y Petróleo, por ejemplo, y de los distintos trabajados dedicados a su vida, su pensamiento y su acción – destaco el bello homenaje que le hiciera el historiador Manuel Caballero: Rómulo Betancourt, político de nación, Editorial Alfa, Caracas, 2004, tanto más valioso cuanto que fuera uno de sus antagonistas desde el Partido Comunista de Venezuela – se transparenta su genialidad intelectual, la cristalina verticalidad de su comportamiento político, un amor a prueba de cárcel, persecución, destierro y atentados contra su vida por su amada Patria, Venezuela, una moral más allá de toda sospecha y un respeto a sí mismo que le hubiera impedido cualquier atisbo de arbitrariedad, estalinismo o complicidad con un régimen dictatorial y de alcahuetería con los mercaderes de la política.

Conoció todos los ámbitos del pensamiento y la acción políticas a lo largo de su vida: desde las interioridades del leninismo revolucionario hasta las propuestas ideológicas del liberalismo. Sin traicionar jamás su voluntad: independencia de criterios, independencia política, venezolanismo como vocación moral. Y dos actitudes lo definen en la extraordinaria lealtad a la grandeza: finaliza su mandato orgulloso de haber demostrado que bajo su gobierno, al erario no se le había robado un solo centavo. Deja la presidencia y decide no volver nunca jamás a postularse, sabiendo que no sólo tenía todo el derecho, sino la aceptación de los suyos. ¿Más prueba de integridad? No conozco otra entre quienes se proclaman sus herederos.

Para desmentir cualquier intento de tergiversación que sirva, precisamente, a avalar lo que más le repugnara en vida – el tartufismo, el aventurerismo, la inescrupulosidad, la alcahuetería y la complicidad con dictaduras y tiranos – quisiera citar una carta en la que toma posición contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en los términos más categóricos e intergiversables. La escribe el 21 de mayo de 1957 – a ocho meses del desenlace – y va dirigida a Carlos Andrés Pérez y Luis Augusto Dubuc. En sus partes más destacables afirma: “He tenido algún trabajo en estos años y rumiado mucho desagrado; sobre todo, ando con el reconcomio de haber sido víctima, o cómplice, de una serie de presiones, desde el interior del país, y desde el exterior, para haber dejado de cumplir con el deber de hacerle la revolución a esa gente. Lo que está haciendo Fidel Castro, y con mucho más éxito, debí hacerlo yo en 1950; y deberemos hacerlo en 1957, si no hay elecciones libres. La opción es entre eso – tirar la parada – o dedicarnos, como los dominicanos, a “piquetear” los consulados de Trujillo. Es más: si en el 57 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano – evolutivo o a la brava – no nos quedaría otro camino sino el de ponernos un bozal, y no hablar más en el exilio de los atropellos, etc., de esa gente. Por propio respeto, tendríamos que callarnos definitivamente.” Rómulo Betancourt, Antología Política, volumen sexto, 1953-1958, Fundación Rómulo Betancourt, Caracas, 2004, pág. 619.

Obviamente: no se puso un bozal ni se calló definitivamente. Desde la distancia siguió con angustia los empeños de lo que quedaba de su partido por obedecer sus dictados y sobre todo comprender y responder a las exigencias del pueblo democrático: tumbar al tirano. Hasta tumbarlo. Con lo cual se respetó su palabra hasta en su más mínimo significado. Jamás llamó a postergar la lucha hasta reventar. Y cuando a una semana de ver cumplidos sus más profundos deseos en manos de la heroica juventud acciondemocratista que seguía su ejemplo, en carta escrita desde Nueva York el 14 de enero de 1958 pidió mesura, lo hizo convencido de que el régimen caía en días, quizá al momento de ser recibida su carta, como en efecto sucediera. Dijo: “Desde aquí veo el panorama nacional definitivamente favorable. El despotismo caerá en el curso de días – acaso haya caído cuando esta carta llega a manos de ustedes – o de semanas, o de meses. Pero caerá. La sentencia está escrita en el muro. Pero hay que darle, ahora sí, el empujón definitivo.”

Ciertamente: pedía no romper vidrieras y apostar a la vía pacífica, para no entorpecer la inevitable, la inexorable, la impostergable salida de la dictadura. Que estaba a horas de acontecer. No sabía que ya las campanas repicaban a la rebelión y el dictador preparaba su fuga. No para permitirle sobrevivir tanto como lo decidiera la tiranía cubana o el castrocomunismo, al que derrotó con coraje, lucidez y grandeza en todos los terrenos. Decir lo contrario por obediencia a espurios intereses personales es falsear a Rómulo y obrar según los principios de Tartufo: miente, miente, que algo queda.

@sangarccs

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