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Saint Bernard y los Caballeros Templarios

Hace pocos días, específicamente el 20 de Agosto, se cumplieron 864 años del fallecimiento de Saint Bernard de Clairvaux. A los efectos nuestros, San Bernardo de Clarabal.

Saint Bernard fue un monje francés que expandió por toda Europa la Orden del Císter. Esta promovía básicamente el ascetismo y el rigor litúrgico dando importancia al trabajo manual. En su época, esta Orden ejerció una influencia importante en los ámbitos intelectual y económico, así como en las artes y la espiritualidad.

Saint Bernard, canonizado en 1174 y declarado Doctor de la Iglesia por Pío VIII en 1830, representa la personalidad más notable de la Iglesia Católica durante el siglo XII, ejerciendo una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa.

A los 23 años, ingresó como novicio en la Orden del Císter. Logró que le acompañaran cuatro hermanos, un tío y algunos amigos, quienes conformaban un grupo de alrededor de 30 personas. Previamente se había ocupado de probarlos durante seis meses, asegurando su lealtad y formando un grupo muy unido.

Su trabajo de convencimiento logró que incorporara hasta a su hermano Guido, quien estaba casado y tenía dos hijas. También entrarían en la Orden su padre y su hermano menor.​ Era un individuo con una capacidad de persuasión inmensa.

A lo largo de su vida fundó 68 monasterios distribuidos por toda Europa, incluyendo Alemania, Inglaterra y España, además de Francia.

Uno de los aspectos menos conocidos de Saint Bernard fue su relación con las órdenes militares. En dos libros de los años ’50 que tengo sobre Saint Bernard, este aspecto es casi pasado por alto. ¿Por qué no es muy divulgada esta relación? ¿Quizá la Iglesia prefiera ser discreta para no mezclarse con el mundo militar? Todo es posible.

Lo cierto es que nuestro tocayo Bernardo tuvo una gran influencia en la creación y expansión de una de las más poderosas órdenes militares cristianas de la Edad Media: la Orden del Temple.

Sus miembros eran conocidos como los Caballeros Templarios. Fundada alrededor de 1118 por nueve caballeros franceses, liderados por Hugo de Payens, estuvo activa durante casi dos siglos.

Su objetivo original estaba orientado a proteger las vidas de los cristianos quienes, en su peregrinación a Jerusalén tras su conquista, eran atacados y robados en los caminos.  Los Caballeros Templarios decidieron dedicar sus vidas a la defensa de los peregrinos.

Como hombre de gran carácter, de una sapiencia y una independencia admiradas en muchas partes de Francia y en la propia Santa Sede, fue trascendente la ayuda que les proporcionó Saint Bernard.

Resulta que por sus parentescos y su cercanía con varios de aquellos nueve primeros caballeros, se esforzó sobremanera en darla a conocer por medio de sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal.

Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto gran maestre de la Orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens.

Saint Bernard aconsejó a los Caballeros Templarios una regla rígida, que los instara a aplicarse a ella en cuerpo y alma. En 1128, en el Concilio de Troyes, por solicitud de ellos, Bernardo se ocupó de redactar dicha regla y los estatutos que los regiría, quedando aprobados.

Luego ayudó de nuevo a Hugo de Payens en la redacción de una serie de cartas en las que se defendía a la Orden del Temple como el verdadero ideal de la caballería.

Así, los Caballeros Templarios lograron una autonomía formal y real, por lo que quedaban excluidos de la jurisdicción civil y eclesiástica. Sólo se sometían a la autoridad papal. Además, les otorgaron el poder de recaudar bienes y dinero de variadas formas.

Gracias a Saint Bernard, los Caballeros Templarios encontraron una manera adecuada de constituirse eficientemente a los efectos de lograr los objetivos que se habían trazado.

Si algo queda claro es que para los Caballeros Templarios nunca hubiera sido suficiente mostrar su inmenso coraje, valentía, voluntarismo o ganas, ni tampoco sus extraordinarios conocimientos y habilidades en la lucha cuerpo a cuerpo y en el arte del ataque y la defensa, si no hubieran dispuesto de unas reglas básicas que los organizaran, los unieran y los inspiraran.

En los tiempos que vivimos, quizá nos valga recordar algo de esto, cuando aquí se vuelva a hablar de Resistencia.

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