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Sensacion

Apenas el viento y la lluvia, antes de caer al suelo se sienten limpios y reconfortantes. Todo lo demás está contaminado con un sentimiento que nos aparta de lo que fuimos y nos sume en una profunda y callada melancolía. La piel morena de los más numerosos y otrora robustos compatriotas esta ahora teñida en polvo y a veces cubierta de harapos. Las caras piden mayoritariamente una limosna y pocos una sonrisa que al menor intercambio brota espontanea y tranquilizadora. El odio es el componente más común y oculto de transeúntes que asustan cuando recordamos lo cuentos de asaltos y arrebatos. La calle es peligrosa, los refugios del alma, inseguros.

Hay cada día menos recursos y la mano va con tanta frecuencia a la cartera, hasta que nos convencemos de que no hay y quizás no habrá como abultarla. Nos debatimos entre soportar la humillación o tratar de olvidarla en otra parte, lejos del terruño que asimos por destino, por convicción y hasta conveniencia. La carga biológica no nos permite protestar, ni pelear y menos correr, en caso extremo. De cuando en cuando una opinión adversa al régimen o un ingrato recuerdo a una madre desconocida que, a lo mejor, ni existe. Desde hace mucho tiempo venimos perdiendo esperanzas, buen humor y peso corporal. De las banalidades placenteras de tan grata recordación ya no quedan sino botellas vacías, sin olor siquiera a una carcajada a media embriaguez. ¡No somos nada!, decía un borracho de la cuarta cuando le preguntaron si era pariente del difunto en cuyo velorio no era invitado. Y si se pudiera repetir la escena, la resaca sería peor cuando descubran que el petróleo que aturdió el espíritu de nuestra juventud, tampoco nos acompañará por mucho tiempo y quedará también enterrado. Así tan triste, el difunto a quien el ebrio bebió encima de su urna, recibirá la noticia en lo profundo, próximo a los yacimientos del recuerdo.

En esta hora aciaga nos reclaman unidad, compactación en bloque y optimismo que aliente una probable rebelión que nadie auspicia. Se lucha contra un régimen que por supuesto, pide lo mismo a sus seguidores. Los jerarcas de la satrapía los vemos menguados, obesos de dinero y malas intenciones. La venganza y las fantasías de actos justicieros nos las tragamos ante la brutal represión a la cubana. Pero falta la chispa que encienda la pradera. La flama de la libertad y el cambio que aparece en el cuadro emblematico de la mujer semidesnuda que sostiene la bandera de la Revolución Francesa, mujer del pueblo sin prejuicios, sin ataduras, con mucha convicción y sin sostén. Mujer que simboliza lo que le falta a muchos hombres de la Venezuela actual.

Todos queremos que se arme el follón pero nadie lo expele. Vendrán con suerte, otros más valientes que no tengan nada que perder y nos rescaten, otros que rompan esta monotonía. Mientras tanto oramos por el advenimiento y retorno de un pasado que engrandece la memoria y se funde sin aliento en una realidad sin esperanzas. Pasaran muchas marchas, muchas más y se detienen. Con entusiasmo volveremos a formar filas bajo el sol inclemente de la protesta y rogamos a quienes hacen colas que vengan a marchar con la misma paciencia que se garantizan la comida, la dieta miserable de los gobernantes del momento.

Pero no hay nada como el tiempo para pasar, el inexorable desgaste de los injustos esta signado en el reloj y llegara el momento, como el sábado del cerdo de los prestidigitadores de botiquín. Dicen que todo se acaba, uno también. Veremos en cualquier amanecer; ¿quién llegara primero en esta carrera contra los pranes?

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