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Sergio Jaramillo y el pacifismo de capitulación

Cuando la realidad no da más, hay que acogerse a la fantasía. Sergio Jaramillo, el Alto Comisionado para la Paz, está en eso. Primero les pidió a los empresarios del país, reunidos en Bogotá, que colaboraran más con el presidente Santos pues las Farc, dijo, tienen las mejores intenciones: una vez firmado un acuerdo en La Habana ellas trabajarán para que los negocios prosperen como en cualquier país capitalista. El sector empresarial «es el que más se va a beneficiar en un eventual posconflicto», aseguró. Por eso los empresarios deben «pensar en otro tipo de alianzas». ¿Con sus verdugos?

Nadie le creyó, claro, pero él sigue convencido de que su palabra es de oro y continúa anunciando maravillas. Ahora, en otra reunión en Neiva,  aseguró que la solución al impasse en que se encuentran los diálogos en Cuba es «sacar la paz de la política». Todo en él respira ese optimismo fingido  frente a unas Farc que siguen matando colombianos y diciendo al mismo tiempo que la culpa es del Ejército.

En la paz, dice Jaramillo, «no puede haber amigos y enemigos». Para él, los enemigos de la paz no son las Farc, a pesar de sus emboscadas sangrientas en tiempos de «tregua unilateral». Son, dice, los opositores, los millones de colombianos que quieren que las Farc paguen por sus crímenes antes de que el santismo las transforme en los nuevos dirigentes del país. Ellos, los opositores, «politizaron» el debate, dice Jaramillo, mientras que Santos y su clique no lo han hecho nunca. El desmemoriado filósofo graduado en Cambridge asegura que si las cosas van tan mal, como queda visto tras la matanza de soldados en Timba, Cauca, es por culpa de la «politización» del debate de la paz.

«Tenemos que ver cómo entre todos construimos un modelo conjunto de paz, así en términos políticos estemos de acuerdo o en desacuerdo». Es decir que víctimas y victimarios, que ya no deben ser «amigos y enemigos», deben «construir un modelo conjunto de paz» sin que la justicia asome la nariz. Las victimas deben dejar a los victimarios decir qué es la paz y qué modelo de sociedad ellos, los bárbaros, quieren imponer.

Toda la ciencia del eminente pacifista y filólogo formado en Oxford impregna el proceso de paz.

Esa ciencia es complicada. El pacifismo falso de algunos llevó al desastre a naciones enteras. Hay dos clases de pacifismo: el pacifismo de capitulación y el pacifismo de combate. El primero es el de aquellos que  prefieren plegarse ante el enemigo y pagar el precio del deshonor sin evitar la guerra, como lo fueron Chamberlain, Daladier y Pétain. El otro es el los que hacen la guerra para alcanzar la paz y logran la paz sin renunciar al honor, como lo fueron Roosevelt, Churchill y De Gaulle.

Hay otros pacifistas que también son respetables, aquellos que buscan la libertad de sus pueblos mediante la no violencia,  y que llevan su combate viril de frente, en público, con valor, y asumen la cárcel y demás peligros de esa gesta. Como Gandhi. Ese gran pacifista luchó también por la verdad y, sobre todo,  por la dignidad humana.

Sergio Jaramillo es un pacifista de otro tipo: burocrático y lleno de misterios. El ejerce su arte desde cargos bien remunerados y desde embajadas, bunkers y despachos seguros. Su pacifismo suele ser eclipsado por preocupaciones opuestas, como la seguridad y la inteligencia, si eso lo mantiene en pista.

El catecismo pacifista de Sergio Jaramillo es, pues, confuso y utilitario. Y es, sobre todo, imaginario. Su objetivo, en realidad, no es el de Gandhi, la libertad y la verdad para su país, sino el sometimiento de su pueblo a fuerzas totalitarias que dicen querer «firmar la paz» pero que se niegan a romper con su ideología y sus métodos criminales.

Sergio Jaramillo es un pacifista raro que cree que la paz depende del aplastamiento de las fuerzas del Estado colombiano, pues los extremistas armados que él llama «opositores políticos» están dispuestos a vestirse de ovejas si se dinamitan la democracia y el capitalismo.

Jaramillo es un pacifista y un antimilitarista que ha trabajado duro para desorganizar las Fuerzas Armadas: les quitó el fuero militar cuando era vice ministro de Defensa, para que fueran presa fácil de acusaciones infundadas. El instrumento de los falsos positivos se disparó desde entonces. El hizo otro aporte, una verdadera aberración: que  la fiscalía politizada asuma las acusaciones contra los militares para montar juicios muchas veces sin garantías y con pruebas falsas. Todo ello para sembrar el pánico en la fuerza pública. Y lo consiguió. No hay alguien que más haya contribuido a la desmoralización del Ejército que Sergio Jaramillo, incluso más que el sulfúrico activista comunista Iván Cepeda.

El pacifismo del Comisionado de Paz es así. El quiere «finalizar el conflicto», sin que ello desemboque  en una paz efectiva y real. El fin del conflicto él quiere hacerlo, como Santos,  mediante concesiones extremas, como permitir que las Farc colonicen el aparato político e institucional del país sin cambiar de programa. Es partidario de crear fatídicas «zonas de reserva campesina», con poblaciones y bienes bajo la bota de los ex guerrilleros. El estima que las Farc transformadas en partido político lucharán contra el narcotráfico. Respecto de las víctimas del accionar terrorista de 50 años, Sergio Jaramillo estima que las reparaciones podrán salir del presupuesto nacional y no de las narco riquezas ilegalmente amasadas por las Farc.

El pacifismo de Sergio Jaramillo es uno que disfraza en paz un proyecto de fuerza. Que se deleita con el espectáculo grotesco de La Habana donde no hay ni diálogo ni negociación sino la voluntad de sofocar con gran demagogia la vitalidad de un país libre.

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