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¡Siguen los linchamientos!

La semana pasada me enviaron un video que me turbó tanto, que aún me siento intranquila, confusa, perpleja. En él, una multitud rodeaba a un hombre tirado en la calle a quien muchos pateaban “sigue robando, sigue robando”, decían mientras lo golpeaban. “Quítale la correa y amárrale las manos” sugirió uno. No sé para qué lo iban a amarrar si ya estaba semi inconsciente y sangrando por la cabeza. En el momento en que uno le quitaba la correa, otro se acercó con un enorme tronco de árbol y se lo estrelló contra la cabeza. “Listo… ahí quedó”, sentenció otro. Un hombre con muletas a quien le faltaba una pierna se inclinó a coger la correa. Mientras, un grupo de hombres a quienes sólo se les veían sus sombras, le tomaban fotos o películas. “Ése está muerto ahí, desangrado. Pa´que siga robando, pues”. Nadie trató de evitarlo. Nadie gritó. Nadie se condolió.

Según informó el Diario Notitarde de Valencia, poco antes de las dos de la tarde arribó la pareja de motorratones a un establecimiento especializado en parrillas en Mañongo, Estado Carabobo. El gatillero descendió de la moto, sometió a al regente y dos empleados. Para amedrentarlos les disparó en varias ocasiones y logró herirlos, pero la pistola de pronto se le atascó. Salió presuroso y le pidió al conductor de la motocicleta -su cómplice- que desaparecieran. “La pistola se me encasquilló, vámonos”, narraron los testigos quienes se armaron de valor y decidieron hacer justicia. El acorralado asaltante los amenazaba una y otra vez y les disparaba mientras corría hacia el Centro Comercial Sambil. Por allí se esfumó. Sin embargo, el desarmado conductor fue el linchado. Lo identificaron como José Ramón Maican Yánez, de 40 años.

¿Qué hace que personas que nunca han delinquido se conviertan de pronto en delincuentes, con una sangre fría que hiela la sangre? El Derecho considera el arrebato de intenso dolor como un atenuante para las penas. Y las personas que persiguieron a los delincuentes y

atacaron al cómplice actuaron movidas por la rabia y sobre todo, por la impotencia. ¿Qué los induce a tomar la justicia en sus manos? Hace menos de un año escribí sobre el mismo tema. Mencioné el linchamiento más famoso de la literatura, el que narra Lope de Vega en «Fuenteovejuna», donde el pueblo, hastiado de tantos abusos, lincha al comendador Fernán Gómez de Guzmán ¿Qué hace que no sientan remordimientos o que incluso se sientan satisfechos de una cosa así? Si algo queda claro es que nadie sintió remordimientos. Ni los

que participaron en el linchamiento golpeando o pateando, ni quienes tomaban los videos como si fuera un espectáculo y no una tragedia (de hecho, al camarógrafo ni le tembló la cámara en el momento fatal) hasta el que se inclinó sobre el recién muerto para hacerse con su cinturón.

Estas preguntas tienen sólo una respuesta: la falta de justicia. Cuando un pueblo siente que las instituciones encargadas de impartir justicia no funcionan, se encarga de administrarla y  suceden estas cosas. Lo peor es que ya han linchado a varios inocentes, recuerdo en particular el caso del chef en Los Ruices.

Señores del Ministerio Público, Ministerio de Justicia, jueces y magistrados del TSJ, tomen nota. En Fuenteovejuna lincharon al comendador. Hoy son los delincuentes los linchados. Si no paran esto ya, la bola de nieve seguirá creciendo y quizá mañana ustedes podrían ser las víctimas… Así son los pueblos: actúan de manera violenta e irracional cuando los llevan más allá del umbral de su dolor.

@cjaimesb

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