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Sin sorpresas

Lo que está pasando con este revocatorio es muy parecido a lo que pasó con el revocatorio anterior. Todo un tributo a la manipulación política por parte del poder establecido. Cambian las fechas, algunos protagonistas –comenzando por el predecesor; cambian cierto tipo de artimañas, el contexto nacional también presenta cambios, pero en esencia los dos “procesos revocatorios” son la demostración de que la hegemonía hace y deshace lo que le da la gana. Incluso, podría razonarse, ahora con más descaro que en los años 2003-2004, época del primer revocatorio. Por lo menos en ese entonces estaban los saludos a la bandera de la OEA y el Centro Carter. Ya ni eso.

Este tipo de consideraciones son como llover sobre mojado, sólo que hay una resistencia notoria a ver las cosas tal y como son. Nadie tiene, desde luego, la propiedad de la verdad política, pero en el caso que nos ocupa, no nos referimos a conceptos sino a experiencias. A duras y dolorosas experiencias. Si los que “manejaron” desde el poder la solicitud de referendo revocatorio en el 2003, son prácticamente los mismos que están manejando la solicitud del 2016, es muy ingenuo concluir que los resultados serían distintos. De hecho, este CNE es todavía más partisano que aquél. Las lecciones deben aprenderse no desatenderse o ignorarse.

Además, la hegemonía aprovechó estos largos años desde el revocatorio anterior, para complicar el referendo hasta casi más no poder. Por la vía reglamentaria, avalada por el TSJ, hicieron del revocatorio un laberinto todavía más enrevesado que contradice de forma directa la simplicidad de las disposiciones constitucionales. ¿Esto se sabía o no se sabía? La respuesta es obvia: se sabía, no obstante la mayoría de los factores políticos que integran la unidad opositora optó por proponer el mecanismo revocatorio para la salida de Maduro. ¿Qué no había otros? Si había, y plenamente constitucionales. Sin ir muy lejos, la renuncia de Maduro.

Las “condiciones” anunciadas por el CNE forman parte del referido laberinto. Y en él está metido el país, sin que se vea un camino despejado. En realidad, sin que se atisbe, porque las fórmulas electorales, lamentablemente, lucen cada vez más remotas. La gran mayoría de los venezolanos, más del 80% que rechaza a Maduro y a su desgobierno y que aspira un cambio de fondo, está siendo burlada sin mayores disimulos. Porque posponer el referendo revocatorio para bien entrado el 2017, y de paso hacer mutis por el foro en relación con las elecciones regionales –con el “argumento” de los costos, nada menos–, es más que otra violación crasa de la Constitución de 1999, es una auténtica burla a la expectativa nacional.

Lo que está ocurriendo no supone una sorpresa. Más bien la sorpresa debería ser que alguien se sorprendiera. Y sobre todo, si se trata de un conjunto político con veteranía en las lides de estos tiempos. ¿Hacia dónde vamos? La respuesta es muy ingrata porque vamos hacia peor, mucho peor. ¿Es inexorable que sea así? No, no lo es. Pero la posibilidad de cambio pasa porque las “sorpresas” sean dadas por la causa de la democracia.

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