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Sobre Pompeyo Márquez

Lamenté el fallecimiento de Pompeyo Márquez. Le conocí y valoré su amistad por años. Conversamos numerosas veces, tanto durante encuentros informales como en reuniones relativas a mi trabajo como asesor del canciller Simón Alberto Consalvi, también en la Comisión para la Reforma del Estado (Copre) y antes en el Ministerio de la Defensa. De todos estos intercambios con Pompeyo guardo un recuerdo grato, más allá de las diferencias de opinión que en uno u otro momento manifestamos. Se trataba de una persona llena de una contagiosa vitalidad, así como de una honestidad que se percibía a flor de piel.

Comparto en todo lo fundamental los criterios elogiosos sobre Pompeyo emitidos por diversos comentaristas en días recientes. La vida de cada uno de nosotros es en última instancia un compendio de luces y sombras y lo más relevante es el saldo final. Pienso que el saldo de Pompeyo es positivo.

Admito que siempre me resultó difícil armonizar el talante sencillo y directo, la constante búsqueda y apertura a nuevas ideas, y el temperamento jovial de Pompeyo con la leyenda que le precedía. No solo fue Pompeyo un heroico resistente clandestino frente a la dictadura que imperó en Venezuela en los años cincuenta del siglo pasado, sino también el secretario general de un Partido Comunista venezolano (PCV) en tiempos en que ser comunista casi que equivalía a ser estalinista. De cierta manera no me “cuadraba” Pompeyo con su leyenda, y lo digo por supuesto a su favor. El legendario combatiente político se proyectaba en el trato personal como la cordialidad hecha carne y hueso.

Mi hermano, el politólogo Carlos Romero, era también buen amigo de Pompeyo. Cuando coincidíamos en alguna reunión o nos topábamos casualmente por allí, Pompeyo solía decirme: “Tú eres el Romero malo y Carlos es el Romero bueno”. Creo que tenía razón. En todo caso, un agudo y constante sentido del humor formaba parte de su personalidad.

Es de justicia reconocer que Pompeyo Márquez fue un valiente luchador político; un luchador que asumió sus tareas y responsabilidades en diversas etapas, sus errores y aciertos, con sinceridad y coraje. En estas notas de homenaje a quien consideré un amigo deseo destacar en especial el significado de su ruptura con el Partido Comunista, así como su decisión, junto con otros destacados dirigentes como Teodoro Petkoff y Freddy Muñoz, de fundar en 1971 un nuevo movimiento político, pero en este caso de izquierda democrática, el Movimiento al Socialismo (MAS).

El combate clandestino contra la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, la etapa de la lucha armada del Partido Comunista y otros grupos políticos contra la naciente democracia en los años sesenta, etapa que incluyó la famosa fuga de Pompeyo, Petkoff y Guillermo García-Ponce de la cárcel (Cuartel San Carlos) en 1967, entre otros, fueron episodios que requirieron de parte de sus protagonistas una notable dosis de arrojo personal. No obstante, me atrevo a especular que el desafío más difícil para Pompeyo Márquez, en términos de los costos personales, políticos y con respecto a la propia imagen histórica que se había labrado hasta entonces, fue la división del PCV y posterior creación del MAS. Tales costos, desde luego, fueron también y en mayor o menor medida enfrentados por el nutrido grupo de militantes que entonces abandonó lo que ellos mismos y posteriormente, con la nostalgia que a veces despierta la memoria de sueños rotos, denominaban “el viejo partido”.

Para un comunista de esos tiempos, y salvando con el debido respeto las necesarias distancias entre ambas situaciones, romper con el partido era algo así como para un católico practicante abjurar de la Iglesia y sus mandamientos y dogmas. La Unión Soviética era para entonces mucho más que una gran potencia militar que extendía su influencia a través del planeta; era también una especie de Vaticano, es decir, una especie de centro y eje de un movimiento de alcance global unido por un ideal, un ideal utópico que degeneró en opresión, ciertamente, pero ideal al fin. La URSS era la fortaleza inexpugnable encargada de promover y custodiar una serie de principios, convicciones, aspiraciones y lealtades que llegaban a formar parte de lo más íntimo y valioso en el plano espiritual de cada militante, sin importar su jerarquía y deberes dentro de la rígida y disciplinada estructura de los partidos comunistas alrededor del mundo.

Para Pompeyo Márquez y quienes le acompañaron en la empresa política del MAS, este valeroso gesto de ruptura ante el PCV y la poderosa URSS acarreó costos que se miden en el plano del agrietamiento de viejas amistades, quizás hasta de lazos familiares, y del alejamiento con respecto a una existencia ligada de modo sustancial a una identificación y dedicación integrales al marxismo-leninismo, a riesgos corridos y a victorias y derrotas compartidas, muchas veces arriesgando la propia vida en el camino. Esa ruptura con el PCV se arraigó en consideraciones de gran peso político e ideológico, vinculadas en el plano global al proceso de desencanto con el “socialismo real”, a la inocultable y patente conversión de la URSS en un Estado totalitario y del comunismo en un sistema opresor y empobrecedor. En cuanto a Venezuela, la crisis del PCV y el rumbo que condujo a la fundación del MAS expresó también condiciones propias, que en parte se relacionaron con los errores de la lucha guerrillera y la creciente actitud crítica hacia Fidel Castro y su cruel experimento socialista en Cuba.

De acuerdo con lo que escuché de parte de Pompeyo, así como de otros participantes de ese drama como Petkoff y Muñoz, el costo posiblemente más gravoso de su ruptura con el pasado comunista tuvo que ver con el desgarramiento interior que produce entender que lo por mucho tiempo asumido como verdad resultaba no serlo, exigiendo un reajuste personal que va más allá de lo ideológico e implica el cuestionamiento de fidelidades honda y largamente cultivadas.

En ese orden de ideas recuerdo, para citar un ejemplo, que en una oportunidad en que conversamos Teodoro Petkoff me comentó sobre la revelación que para él constituyó leer, creo que hallándose en la cárcel, la extraordinaria biografía en tres volúmenes sobre León Trotsky escrita por Isaac Deutscher, y caer en la cuenta de que la historia real era bastante distinta a la versión establecida por décadas a manos de Stalin y el poderoso aparato propagandístico soviético. Esa lectura, entre otras, le sacudió, y a ello se sumó la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968 y sus secuelas. De allí nació la crítica al comunismo y la aceptación de la democracia.

Considero que la experiencia del MAS fue muy interesante y que ese partido político hizo aportes importantes al debate ideológico en Venezuela. No es esta la ocasión adecuada para comentar en detalle el tránsito realizado por el MAS, que en buena parte desconozco, el tránsito de un partido que prometió en sus inicios mucho más de lo que la historia concreta le concedió llevar a cabo. Sin embargo y en síntesis, puede anotarse que como partido de izquierda democrática el MAS se encontró en un ámbito, el de la Venezuela de los años setenta, ochenta y noventa, ya ocupado por Acción Democrática. De hecho, en el relajado ambiente de la Venezuela rentista, los espacios de crecimiento para el MAS se hallaban severamente limitados, a todo lo cual se añadieron errores de estrategia y táctica política. No obstante, insisto, se trató de una iniciativa político-ideológica creativa.

Debe haber sido difícil y muy desagradable para Pompeyo, en la etapa final de su vida, contemplar a la izquierda radical venezolana, la que nunca aceptó reconciliarse con la democracia, llegar al poder y destruir el país, aferrada al mesianismo delirante de un caudillo militar. Pompeyo no podrá ahora ver la llegada del amanecer, pero sus hijos, nietos y la legión de sus amistades sí lo haremos.

Creo legítimo aseverar, en conclusión, que la nueva Venezuela, la Venezuela que nacerá una vez que nuestro pueblo y sus jóvenes pongan fin a la tragedia que hoy nos acosa, requerirá de muchas personas con la vocación de consenso y el espíritu democrático que Pompeyo Márquez conquistó mediante una lucha personal digna y encomiable.

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