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Sobre vengadores y venganzas

Carolina Jaimes Branger

Nunca he pasado por una situación de vida que me haya marcado dolorosa y significativamente como para querer vengarme de alguien, por lo que decir cómo reaccionaría es una mera especulación. Sin embargo, conozco muy de cerca personas que sí han experimentado tragedias en sus vidas y sus formas de enfrentarlas han sido de una humanidad y una altura encomiables, por eso quiero compartirlas con ustedes:

Comienzo por el asesinato de mis primos Eduardo Alberto Mayorca Valery y Carmen Cristina Martí de Mayorca. Ellos fueron interceptados por cuatro hampones que intentaron robarles el carro cuando llegaban a la iglesia a la boda de una sobrina. Los acribillaron. Mis primos –sus hijos- Luisacristina, Eduardo y Bernardo, trabajaron su dolor con las herramientas que recibieron en un hogar lleno de amor y valores. No querían sentir odio, porque estaban convencidos de que el odio los iba a dañar a ellos más que a nadie y que vivir con ese fardo a cuestas iba a ser un calvario. Con orgullo puedo decir que lo lograron. Luisacristina concluyó que fue mejor que sus padres -quienes tuvieron una vida de pareja hermosísima- se hubieran ido juntos.

Otro caso que me toca muy de cerca es el de mi amiga Trudy Spira, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz. A los doce años ella, sus padres y su hermano fueron trasladados en un tren al campo de «trabajo». Tres días duró el viaje y durante ellos su padre les dio las herramientas para sobrevivir primero, y poder vivir después. Puso énfasis en que podían quitarles todo, menos la dignidad. Que conocer al enemigo que enfrentaban era la mejor arma para quienes como ellos, luchaban desarmados. Que la vida era un don preciado que aún en las peores circunstancias había que mantener. Desgraciadamente, el padre de Trudy fue fusilado. Ella recordó que la última vez que lo vio, de lejos, fue el 24 de diciembre de 1944. Y que durante muchos años albergó en su corazón la esperanza de encontrarlo vivo, porque su cadáver, como el de muchos, desapareció en el bosque, o entre las cenizas de los hornos crematorios.

Trudy perdió tres dedos de sus pies por congelamiento. Siempre sufrió por ello. Llevaba tatuado en el brazo el número que suplió su identidad mientras estuvo en Auschwitz. Fue separada de su familia y sometida a trabajos forzados. Escogió como misión, “Misión Trudy” hablar de Auschwitz para que no vuelva a suceder.

Una de las veces que la entrevisté le pregunté si sentía odio o si quería vengarse. “No siento odio”, fue su respuesta. “Mi mejor “venganza” (si se la puede llamar así) es estar aquí viva y tener hijos y nietos, porque ellos son la mejor muestra de que quienes pensaron exterminarnos, no pudieron”. Nunca olvidaré el abrazo que se dieron Luisacristina y Trudy el día que se conocieron. Las vencedoras del odio y la venganza.

Y quiero referirme también al caso de Glory Tovar, a quien conocí cuando la acompañé a escribir su historia para el blog “La vida de nos”. Los dos hijos varones de Glory, uno de 29 y otro de 19 años, fueron ajusticiados en su propia casa por cuerpos de seguridad del Estado. Glory, una mujer corajuda y con una fuerza que extrajo de su tragedia, busca justicia. Quiere limpiar el nombre de sus hijos y no quiere que sus homicidas terminen como ellos, asesinados, sino juzgados y sentenciados, como debe ser.

La sed de venganza es peligrosa porque puede extenderse hacia quienes no tienen la culpa de que una tragedia haya ocurrido. No es imposible superar una desgracia. Pero hay que querer lograrlo…

@cjaimesb

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